Europa
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La caída del gobierno Draghi en Italia ha provocado la convocatoria de elecciones anticipadas para el 25 de septiembre. Mientras cunde el pánico ante la inevitable victoria de una coalición de derechas liderada por el partido Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia) de Giorgia Meloni, el hecho es que los trabajadores y los jóvenes tienen pocas ilusiones de que un cambio en la élite mejore su situación, cada vez más desesperada.

La falta de liderazgo de la izquierda y de las direcciones sindicales significa que los trabajadores tendrán que salir a la calle a defender sus salarios y condiciones. La lucha de clases está implícita en esta situación.

En abstracto, las elecciones del 25 de septiembre deberían atraer mucha atención. Han sido convocadas para resolver una crisis parlamentaria que, por primera vez en la historia de la república, ha llevado a unas elecciones en otoño, y decidirán qué tipo de gobierno tendrá que hacer frente a un hundimiento económico histórico.

En cambio, estas elecciones registrarán la menor participación de la historia. Según un reciente sondeo, uno de cada tres italianos no sigue "en absoluto" la campaña electoral. El 18% la sigue un poco, el 27% en parte y sólo el 22% la sigue de cerca. Eso sí, el 29% declara que su interés aumentará de aquí a las elecciones, pero el 20% declara que disminuirá aún más. Entre los jóvenes, los sondeos prevén una abstención del 55%.

Estos datos no deben confundirse con una falta de interés por la política en sentido amplio. Al contrario, hoy en día es casi imposible mantener una conversación sin acabar hablando de la inflación o de la guerra, de la carrera de obstáculos necesaria para superar las deficiencias del sistema educativo y de la sanidad, o de la preocupación por el empleo. La conciencia de una profunda crisis del sistema está arraigada en las masas, junto con la preocupación por el futuro. Esto genera un debate generalizado y continuo sobre cuestiones económicas y políticas.

Sin embargo, la masa de trabajadores también está tomando conciencia de que las instituciones políticas actuales son incapaces de resolver estos problemas, por lo que se ha producido un profundo distanciamiento de la política institucional. Se ven como mera teatralidad, donde una élite política privilegiada dice hoy negro y mañana blanco, dispuesta a cambiar de colores políticos de la noche a la mañana con la única intención de preservar sus carreras personales al servicio de la clase dominante.

Es una sensación que se ha acumulado con el tiempo, fortaleciéndose de crisis en crisis, de decepción en decepción. Las elecciones generales de 2018 fueron la última ocasión en la que las masas utilizaron sus votos para castigar a los partidos políticos mayoritarios a través de los canales de la democracia parlamentaria, con una avalancha de votos para el Movimiento Cinco Estrellas (M5S), y en menor medida para la Liga (Lega). En los cuatro años siguientes, como sabemos, el M5S fue absorbido por el desprestigio de la política dominante, en un proceso que supuso un saludable grado de clarificación para las masas. Hoy, el mismo sentimiento de rechazo al establishment político, se expresa en la disminución de la participación en las elecciones, profundizada por las convulsiones de los últimos años (pandemia, guerra, inflación). No hay partidos dentro del sistema electoral que despierten una esperanza real de cambio.

Los sondeos de opinión y los resultados electorales deben leerse en este contexto. La probable victoria de la coalición de derechas, y en particular de los Hermanos de Italia, no representa un giro reaccionario en el conjunto del pueblo. Se trata más bien de un giro electoral hacia la única opción que se ha mantenido visiblemente en la oposición a los gobiernos anteriores, en una época en la que cualquiera que gobierne según las reglas del sistema capitalista sólo puede pedir sacrificios a los trabajadores, y por tanto pierde rápidamente el apoyo.

Los trabajadores abandonan el campo electoral

Como escribimos en julio, la crisis del gobierno Draghi se manifestó en el ámbito parlamentario, pero maduró día a día en la vida cada vez más dura de decenas de millones de trabajadores, jóvenes y jubilados.

Aparte de la prensa burguesa, que intenta crear una imagen de nostalgia generalizada por Súper Mario Draghi, las fuerzas políticas que reivindican más abiertamente su legado obtienen un apoyo muy limitado. La idea de un gran centro draghiano que pueda proporcionar estabilidad se ha reducido a una coalición entre Carlo Calenda (líder del partido liberal "Acción") y el ex primer ministro del Partido Democrático (PD) Matteo Renzi y su minúsculo partido, Italia Viva (IV). Estas fuerzas, paradójicamente, ven la inestabilidad institucional como algo positivo porque sólo con un parlamento dividido sus pequeñas fuerzas serían útiles para llevar a cabo maniobras parlamentarias sin principios. Estos dos personajes son sólidos representantes de la burguesía, y destilan desprecio de clase y esnobismo, con Renzi defendiendo con ahínco la "libertad de poseer jets privados", y Calenda apelando a la realización de proyectos de "infraestructuras", lo que supone una abierta provocación a los habitantes de Acerra [donde la incineradora local es una grave fuente de contaminación], Piombino [donde una antigua planta siderúrgica se ha convertido en una fuente de grave contaminación que provoca altos niveles de enfermedad], Val Susa [donde la construcción de una línea de tren de alta velocidad amenaza el medio ambiente local], etc.

El Partido Democrático busca su habitual cuadratura del círculo, deseando mantener a Draghi y al mismo tiempo el apoyo de los trabajadores; gobernando en una coalición que incluye a la Liga pero al mismo tiempo apelando a los votos para frenar a la derecha. No es de extrañar que el Partido Demócrata sea visto como totalmente alejado de las masas populares. Asimismo, Sinistra Italiana (Izquierda italiana), un pequeño partido formado por ex diputados del PD, al optar por unirse a la coalición, sacrificó la oposición al gobierno Draghi y se subordinó una vez más al PD.

Hay una necesidad imperiosa de una alternativa creíble en la izquierda, que represente los intereses de los jóvenes y los trabajadores y trate de organizarlos para una lucha de la clase obrera, dado el nivel de confrontación de clases que se está gestando. Unión Popular (UP), una lista de izquierdas que apoyamos como la única opción para la clase trabajadora, que es independiente de las fuerzas que apoyaron al gobierno Draghi, se ve obstaculizada por todos los límites que llevaron al colapso del reformismo de izquierdas en Italia. Se aferra a la idea, siempre desmentida por la realidad, de poder defender los intereses de clase dentro del sistema capitalista. Tiene una perspectiva a corto plazo, en la que el movimiento real, cuando alguna vez es tomado en cuenta, está siempre subordinado a efímeras maniobras electorales.

Paradójicamente, será el Movimiento Cinco Estrellas el que consiga un número significativo de votos de la clase trabajadora de a pie que quiere defender el Reddito di Cittadinanza [Renta de Ciudadanía - una forma de subsidio de desempleo que sólo se introdujo cuando el Movimiento Cinco Estrellas lo impulsó una vez que estaba en el gobierno]. La derecha amenaza con suprimir esta prestación que actualmente reciben 3,9 millones de personas. Ante el vacío existente en la izquierda, el líder del M5S, Giuseppe Conte, ha entendido que defender el Reddito di Cittadinanza era la única forma de preservar una base electoral para el M5S, además de su propia carrera, por supuesto, que es lo que más le preocupa. Sin embargo, el M5S se limita a realizar maniobras puramente electorales, y siempre basadas en la política de coalición de clases, en lugar de proporcionar a la clase trabajadora una verdadera representación política.

El caos que se avecina

Si lo único que importara fueran las elecciones, este escenario sería realmente desconcertante. Todas las fuerzas políticas de la izquierda que limitan su análisis y su acción al ámbito electoral se encuentran de hecho en un estado de parálisis y desmoralización. Sin embargo, ocurre precisamente lo contrario. El campo electoral es sólo uno más en el que se expresa la lucha de clases, y ni siquiera el principal. En la medida en que las masas vean la posibilidad de cambiar sus condiciones de vida con un cambio electoral, utilizarán esta vía. Pero si esta opción se cierra, se verán obligadas a buscar otro camino.

La situación económica a la que nos dirigimos es catastrófica. El recorte del suministro de energía tendrá consecuencias dramáticas en las condiciones de vida de millones de trabajadores. El presidente de la patronal Confindustria, Carlo Bonomi, ha declarado que una suspensión del suministro de gas pondría en riesgo de cierre al 20% de la industria italiana. A esto hay que añadir 120.000 empresas del sector servicios. A los problemas de suministro se suma el hecho de que, con unos precios demasiado elevados, muchas empresas están sopesando si es rentable seguir produciendo. En sectores como la siderurgia, el vidrio o la cerámica, el cierre de los hornos tiene consecuencias a largo plazo, porque compromete todo el proceso de producción. Estas cifras para la clase trabajadora suponen un aumento de los despidos. Sólo en agosto, en la Cámara de Trabajo de Módena, ya se habían recibido mil solicitudes de despido. Todo esto mientras la inflación sigue aumentando. El coste de la vida para una familia media creció un 9,4% en julio en términos anuales. En pocas palabras, se hace imposible llegar a fin de mes.

Hay que añadir el factor de la deuda pública, que ha alcanzado la asombrosa cifra del 152% del PIB. Con el aumento de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo, se hace necesaria una vuelta a las medidas de austeridad, lo que significa que se recortarán las ayudas. Aunque con un alcance limitado, aquéllas desempeñaron un papel en la preservación de la estabilidad social en el período reciente.

Ahora, en lugar de tirarnos de los pelos ante la perspectiva de la victoria de los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, tenemos que preguntarnos: ¿cuál será el efecto de un gobierno de derechas en un escenario económico y social así?

El programa de la coalición de derechas será claramente desplazar la riqueza aún más hacia las capas privilegiadas de la sociedad, con ataques a los ingresos de los trabajadores, ataques a los derechos sindicales, más inseguridad laboral y recortes en la educación y la sanidad, todo ello en favor de las empresas privadas. Y todo ello acompañado de provocaciones reaccionarias de todo tipo: racismo, sexismo, homofobia, promoción de centrales nucleares, represión policial, etc. Esta combinación de factores económicos y políticos está preparando inevitablemente una explosión social sin precedentes en nuestro país.

Bloqueados en el frente electoral, los trabajadores se verán obligados a lanzarse al terreno de la movilización directa –con huelgas y protestas– para defender sus condiciones de vida. La ola de huelgas que estamos viendo hoy en Gran Bretaña es un anticipo de lo que veremos mañana en Italia. Las movilizaciones masivas y explosivas de la juventud contra las provocaciones reaccionarias, sobre temas que ya les han movilizado en los últimos años, están implícitas en la situación.

Una muestra de lo que está por venir ya se puede ver en la lucha en curso de los trabajadores de Wartsila [una empresa finlandesa que produce y da servicio a fuentes de energía y equipos para los mercados marinos y energéticos, con una fábrica en Trieste] junto con los estibadores de Trieste, luchando contra la deslocalización de la producción, a los que se unieron 15.000 personas en una manifestación el 3 de septiembre. Debemos tomar nota del hecho de que en este mismo puerto, hace sólo 10 meses, las protestas contra los pases por Covid estaban dominadas por elementos reaccionarios, pero hoy los trabajadores están asumiendo la lucha en el terreno más clásico de la lucha de clases. Además, se están convirtiendo en un punto de referencia para capas más amplias de trabajadores, que saben que tendrán que hacer lo mismo en los próximos meses.

En una situación tan dramática para la clase obrera, no hay palabras para describir el grado de traición de la dirección de la confederación sindical CGIL. Negándose a reconocer la realidad que tienen delante, siguen suplicando que se les dé un asiento en la mesa de negociación... ¡con el gobierno Draghi que ha dimitido! A pesar de todo, esta falta de liderazgo no puede detener la movilización de los trabajadores. La clase obrera italiana tiene una larga historia de estallidos espontáneos de lucha que tuvieron que superar la resistencia de la dirección sindical. Los frenos impuestos por la dirección sólo pueden tener efecto mientras la presión ejercida por las condiciones objetivas se mantenga dentro de ciertos límites. Estos límites, si no lo han hecho ya, se superarán en los próximos meses.

Durante un período, incluso prolongado, los trabajadores pueden soportar los sacrificios, aferrándose a la esperanza de volver a la antigua normalidad. Pero estas esperanzas se ven continuamente destrozadas ahora, golpe tras golpe, por la crisis general del capitalismo. La opulencia que se ha acumulado en la cima de la sociedad nunca tan descaradamente como ahora– es una provocación más, hasta el punto de que incluso el gobierno ha tenido que denunciar los llamados "superbeneficios". Llega un momento en el que los trabajadores dicen " ya basta ".

En el encuentro internacional de la burguesía que se reúne anualmente en Cernobbio, en el lago de Como, todos los principales líderes de los partidos estaban allí este año para expresar su lealtad a la clase dominante, mientras que el público también mostró un gran respeto por Meloni. Sin embargo, los elementos más previsores de la clase dirigente miran el futuro con preocupación. La caída de Draghi fue para ellos una señal de impotencia: por un lado, sus políticas a favor de los beneficios han destruido la estabilidad política, mientras que, por otro lado, el descrédito de la dirección del movimiento obrero significa que no tienen a nadie que contenga a la clase obrera una vez que empiece a movilizarse.

El actual sentimiento de frustración, la falta de puntos de referencia, las sombrías perspectivas de futuro, el alejamiento de las masas de la política institucional, se convertirán en su contrario, en la irrupción de la acción colectiva y directa. El pantano será barrido por la entrada en escena de la juventud y la clase obrera.

Sin embargo, sigue faltando un factor fundamental: para que estas luchas logren derrocar, no sólo a un gobierno, lo cual es relativamente sencillo, sino a todo el sistema de explotación bajo el que vivimos, se necesita una dirección revolucionaria. Hay que estudiar y comprender los recientes acontecimientos como los de Sri Lanka. Cualquier fábrica que los patrones amenacen con cerrar debe ser nacionalizada y dirigida bajo el control de los trabajadores para garantizar los puestos de trabajo y producir de acuerdo a las necesidades sociales. Lo mismo ocurre con los sectores estratégicos donde se han acumulado los beneficios de los multimillonarios, empezando por el sector energético y los bancos. En definitiva, es necesario que la sociedad sea gestionada directamente por los trabajadores y no por la clase dominante parasitaria que nos ha arrastrado al abismo.

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