Análisis y Perspectivas Políticas
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En los últimos años, los juegos de azar han extendido su presencia entre la clase trabajadora. Se trata de juegos en los que se arriesga dinero en un suceso mayoritariamente aleatorio, que puede significar la pérdida del dinero arriesgado o, en cambio, una recompensa. Al ganar ese dinero, el jugador experimenta una sensación estimulante, con altas posibilidades de que vuelva a apostar para conseguir esa sensación y ganar más dinero.

Pero, si realmente los trabajadores ganasen dinero jugando, las empresas no conseguirían beneficios. En cambio, lo más rentable para estas empresas son los jugadores con pérdidas moderadas que pierdan lo justo para que no dejen de jugar y sigan perdiendo y así gastan todos sus ahorros, ya sea en un local o en apuestas deportivas online, que facilitan el juego. Tal cosa, por supuesto, hace que desarrollar ludopatía sea cada vez más fácil.

Durante esa década, los salones de juego han aparecido en los barrios obreros, que son los más afectados por la crisis. La mezcla explosiva entre la necesidad de los vecinos de conseguir dinero para asegurarse la supervivencia, y la posibilidad de obtenerlo instantáneamente en los juegos de azar es la combinación perfecta para el empresario dueño del salón. Con tan grande rentabilidad, los empresarios ponen una casa de apuestas en cualquier esquina de cualquier barrio humilde. Tal es la magnitud que en la Comunidad de Madrid el número de locales ha subido un 300% respecto desde 2000, que se concentran en los 5 distritos más pobres de la capital. En Castilla-La Mancha tenía en 2013 alrededor de 50 locales, en 2017 llegó a registrar aproximadamente 250. Además, las empresas de juegos de azar, han desplegado una gigantesca campaña de publicidad, animando a jugar de manera compulsiva. Se puede ver un anuncio en todos lados incluso en horarios de programas infantiles en la televisión. Tienen tanta culpa las empresas como los medios que permiten la publicidad del juego sin control.

Sin embargo, la proliferación de éstos locales han venido acompañados con el aumento de un cierto tipo de clientela; los jóvenes.

El 30% de los jugadores tienen entre 18 y 25 años, más de 217.000 personas, número sólo superado por la franja de 26 a 35 años. En total, 670.000 españoles hacen al menos una apuesta al año. Estas cifras, sin embargo, no reflejan el porcentaje de jugadores menores, dado que saltarse los controles en páginas online es tan fácil como mentir sobre tu edad en el perfil, e incluso en el local físico la seguridad es deficiente. Éstos jugadores menores, con poco dinero pero con mucho tiempo, pasan la mayor parte del día en locales de apuestas deportivas o haciendo lo mismo por internet. El "precio" medio de una apuesta ha descendido drásticamente, y el número de apuestas al día ha aumentado considerablemente.

Sin embargo, ahí no acaba la cosa, dado que la adicción al juego drena los ahorros de quien la sufre, muy pocos pueden permitirse el tratamiento. De más de 200 llamadas a Proyecto Hombre de parte de menores adictos al juego, sólo el 5% pudo permitirse el tratamiento.

A principios de 2020, Alberto Garzón, el Ministro de Consumo, sacó un Decreto bastante insuficiente para parar la proliferación de los salones de juego. Su medida más destacada ha sido la prohibición de publicidad con famosos y una limitación de una a cinco de la mañana para su emisión, excepto durante los partidos de fútbol a partir de las ocho de la tarde, cosa que va a permitir a las empresas del juego empaquetar todo el tiempo de anuncios de los partidos con su publicidad.

Hay que comprender que el sector genera alrededor de 1.700 millones de euros al año y ha creado directamente unos 85.000 empleos, datos que hacen ver la ludopatía como un "mal menor" o que fomenta que "expertos" nieguen que puedan haber menores ludópatas, o que subestiman el impacto de la ludopatía sobre los afectados y sus familias. Pero hasta que la vida humana no tenga más valor que el beneficio a costa de la salud mental (y con repercusiones físicas) de las víctimas de la ludopatía, el juego seguirá siendo legal. Hay que derrocar al sistema capitalista que parasitariamente absorbe la vida de la clase obrera ofreciendo una ilusión y emoción por ganar dinero, paradójicamente, gastando dinero. Bajo el socialismo purgaremos éstos venenos que atosigan a los trabajadores, y daremos más valor a la vida humana, apoyando a las víctimas y sobreponiendo su salud mental y recuperación por encima del beneficio para una minoría a costa de la mayoría.

  • No a las casas de apuestas en los barrios obreros

  • Prohibición de publicidad en los medios de comunicación, públicos y privados

  • Reconversión de los locales existentes en centros de ocio y culturales gestionados por vecinos y jóvenes del barrio y que aseguren los puestos de trabajo actualmente existentes en ellos.

  • Unificar la movilización vecinal en todas las ciudades para dar una respuesta organizada a la mafia del juego.

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