En defensa del Marxismo
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Michel Foucault fue un destacado filósofo francés del llamado posestructuralismo. Ha tenido gran influencia dentro de la corriente posmoderna de izquierdas, entre la izquierda académica y entre los activistas de diversos movimientos como el feminismo, anarquismo y neozapatismo. Muchos activistas lo ven como un complemento e incluso alternativa al marxismo.

En lugar de lucha de clases en que se basa la política marxista plantea “relaciones de poder”, en vez de lucha para abolir la explotación plantea la “resistencia”, el lugar del proletariado como sujeto revolucionario es ocupado por una infinita red de luchas particulares y aisladas contra el poder, en vez del materialismo histórico y el papel determinante de las relaciones de producción se plantea el poder determinante del “discurso” en la configuración del poder. Creemos que los planteamientos de Foucault en modo alguno constituyen una alternativa al marxismo y que ambos son tan irreconocibles como el agua y el aceite. Esto es lo que trataremos de mostrar en el presente artículo.

Las borrosas “relaciones de poder”

Foucault señala que las relaciones humanas están determinadas por relaciones de poder que se configuran históricamente. Afirma que:

“Las relaciones de poder múltiples atraviesan, caracterizan, constituyen el cuerpo social; y estas no pueden disociarse, ni establecerse, ni funcionar sin una producción, una acumulación, una circulación, un funcionamiento del discurso”.[1]

Aunque es difícil encontrar una definición precisa de lo que Foucault entiende por “relaciones de poder” podríamos decir que son relaciones de subordinación y dominio en la que los participantes se enfrentan con diversas “estrategias de poder” y bajo diferentes “relaciones de fuerza”. La definición es tan abstracta que puede llenarse con cualquier o ningún contenido de clase. En otra parte sostiene que “el poder no es justamente una sustancia, un fluido, algo que mana de esto o de aquello, sino un conjunto de mecanismos y procedimientos cuyos papel o función y tema, aun cuando no lo logren, consisten precisamente en asegurar el poder”.[2] Una hermosa tautología: el poder asegura el poder.

Para el marxismo, el poder entendido como subordinación y dominio del hombre por el hombre, tiene su origen con la explotación del hombre por el hombre. Ambas formas no coinciden exactamente pero se compenetran. La explotación del trabajo ajeno se combinó y reforzó con la opresión de la mujer, la opresión de otros grupos sociales subordinados e incluso con el racismo. Las diversas formas de explotación: despótica, esclavista, feudal y burguesa -y dentro de éstas, cada una de sus formas históricas concretas- configuró, subsumió y enfatizó a su manera las diversas formas de opresión en interés de la clase dominante. En el marxismo no existe ambigüedad. Más adelante regresaremos a este punto.

Foucault centró su atención en estudiar cómo se manifiestan las relaciones de poder en espacios como cárceles, hospitales y escuelas; en el ámbito de la cotidianidad. Suponía que el poder, ante todo, se manifestaba en el ámbito de lo cotidiano, ámbito que llamó “microfísica del poder” o “capilaridad”. Así, por ejemplo, en los ámbitos de la familia existen “relaciones de poder” entre padres e hijos, marido y mujer; que se expresan en reglas de cómo se deben comportar los individuos, reglas en las que se ocultan discursos de poder en los que la mujer y los hijos son dominados por el padre.

“Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia, entre un maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos; son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento”.[3]

Es como si el poder surgiera directamente de las relaciones individuales, como una manifestación inmediata de la propia socialización humana.

Foucault hizo estudios sobre cómo se ejercían la pena y el castigo durante la época de las monarquías absolutistas y cómo cambiaron con la edad moderna. En el primer caso el castigo era brutal: torturas y suplicios, como ser quemado en la plaza pública por la inquisición; esta forma de castigo expresaba el poder del monarca con todo su despotismo descarnado. En la época de la ilustración el castigo se hizo más “racional”, marcado por criterios de eficiencia propios de las ideas ilustradas, que terminaron expresándose, por ejemplo, en el diseño y operación de las prisiones modernas que controlan y administran racionalmente hasta los cuerpos de los “delincuentes”.

Foucault señala que: “El momento en que se percibe que era según la economía de poder, más eficaz y más rentable vigilar que castigar. Este momento corresponde a la formación, a la vez rápida y lenta, de un nuevo tipo de ejercicio del poder en el siglo XVIII y a comienzos del XIX”.[4] Así mismo Foucault puso de relieve los “saberes” o teorías que se expresan en las instituciones mentales, teorías que separan a los “cuerdos” de los “locos”. Para Foucault todo saber expresa una intención de poder. Foucault tiende a visualizar a la sociedad como una inmensa cárcel donde de alguna forma todos somos presidiarios y carceleros observados por el “panescopio” del poder.

“La delincuencia, con los agentes ocultos que procura, pero también con el rastrillado generalizado que autoriza, constituye un medio de vigilancia perpetua sobre la población: un aparato que permite controlar, a través de los propios delincuentes, todo el campo social”.[5]

La aproximación es Orwelliana es evidente.

Todos somos opresores

Pero a diferencia de la distopía de Orwell el poder en Foucault está descentralizado o sea que todo individuo es un agente activo a pasivo de él e incluso ambos al mismo tiempo. El poder, según, Foucault se ejerce más que se posee. Este énfasis en el poder y su omnipresencia fue sin duda resultado del doble efecto de la derrota del movimiento obrero tras el Mayo francés “a manos de la burocracia reformista y estalinista que lo traicionó” tanto como de la espantosa burocracia rusa que traicionó la revolución de octubre. La afinidad con el anarquismo es evidente en su oscura concepción del poder en general. Foucault, en realidad, no entendió a Marx y lo confundió con el estalinismo y los horrendos manuales estalinistas, o lo combatió en la forma de la caricatura mecánica y escolástica en que lo expuso Althusser. A la pregunta “Está alineado a la posición marxista” Foucault respondió de forma sincera:

“No lo sé. Verás, no estoy seguro de saber qué es el marxismo y no creo que exista como algo abstracto. De manera que cuando mencionas al marxismo, te pregunto a cuál te refieres […] En otras palabas, no sé lo que es el marxismo. Intento luchar con los objetos de mi propio análisis, por lo que cuando uso un concepto utilizado por Marx o los marxistas, un concepto útil y tolerable, para mí es indiferente. Siempre me he negado a considerar como factor decisivo el estar o no de acuerdo con el marxismo a la hora de negar o aceptar lo que digo. No me podría importar menos”.[6]

Como sea, la derrota política del 68 significó para Foucault la imposibilidad virtual de realizar el comunismo por más deseable que éste fuera:

“En realidad, hay dos especies de utopías: las utopías proletarias socialistas que gozan de la propiedad de no realizarse nunca, y las utopías capitalistas que, desgraciadamente, tienden a realizarse con mucha frecuencia”.[7]

Los estudios de Foucault sobre las formas históricas de ejercer el poder y las ideologías que expresan no carecen de interés. Vigilar y castigar es sin duda su obra más sólida en su documentación. Sin embargo su visión es superficial al no explicar el origen y contenido del poder y limitarse a un nivel descriptivo. Incluso Foucault confiesa de cierta forma esta superficialidad:

“Se trataba de no analizar el poder en el plano de la intención o la decisión, no procurar tomarlo por el lado interno, no plantear la cuestión (que yo creo laberíntica y sin salida) que consiste en decir: ¿quién tiene, entonces, el poder?, ¿qué tiene en la cabeza? ¿Qué busca quien tiene el poder? Había que estudiar el poder, al contrario, por el lado en que su intención “si la hay” se inviste por completo dentro de prácticas reales y efectivas: estudiarlo, en cierto modo, por el lado de su cara externa”.[8]

Foucault está obsesionado en cómo se manifiesta el poder pero no sabe cómo surge porque para él está siempre presente como una manifestación metafísica. Aunque Foucault señala, incidentalmente, que las formas de pena y castigo de la modernidad corresponden al ascenso de la burguesía, la tendencia general de su pensamiento es a explicar el poder como manifestación de un discurso que expresa “relaciones de poder”. “El discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”.[9] Estamos ante un círculo vicioso que remite del poder al discurso y viceversa. Esto es idealismo o la corriente que explica la realidad a través de ideas. El marxismo, por el contrario explica la sociedad a partir de la realidad material y las relaciones sociales objetivas que se transforman históricamente. El marxismo es en su esencia materialista dialéctico, el contraste no podría ser más agudo. Marx y Engels criticaron a los filósofos especulativos que realizan:

“el arte de convertir las cadenas reales y objetivas, que existen fuera de mí, en cadenas dotadas de una existencia puramente ideal, puramente subjetiva, que se da solamente en mí y, por tanto, todas las luchas externas, sensibles, en puras luchas especulativas”.[10]

Es verdad que Foucault no omite el carácter histórico de esas relaciones de poder pero, al hacerlas parte inmanente de las relaciones humanas, las eterniza. Foucault ve “relaciones de poder” en todas partes y en todas las épocas, y la tarea del estudioso, desde su punto de vista, es explicar cómo se manifiestan epidérmicamente. Para Foucault todos somos sujetos de esas relaciones, somos opresores y oprimidos al mismo tiempo: el obrero por el burgués, la esposa por el obrero, los hijos por los padres. El poder es una “malla” hipostasiada o hinchada de la que todos somos parte, un caleidoscopio que se entrecruza y se alterna.

Es esta concepción fragmentaria de las luchas y la incapacidad de ver el peso relativo de cada una de ellas lo que Foucault heredó a la teoría de la interseccionalidad[11]. Así el obrero explotado es también un opresor pues el poder “se ejerce en red, y, en ella, los individuos no sólo circulan, sino que están siempre en situación de sufrirlo y también de ejercerlo. Nunca son el blanco inerte o consintiente del poder, siempre son sus relevos. En otras palabras, el poder transita por los individuos, no se aplica a ellos”.[12] Así pues, Foucault convierte a la mayoría de la humanidad trabajadora en opresora. Si las relaciones de poder son eternas ¿qué sentido tiene la lucha contra la opresión? Si el obrero es tan opresor como el burgués, ¿qué sentido tiene la lucha por el socialismo? El que los obreros puedan ser presa de prejuicios machistas u homofóbicos (“situación que ciertamente se da”) esto no elimina su rol central en la producción capitalista y su potencial para destruir de raíz el sistema capitalista, pero como Foucault no entiende de relaciones materiales de clase pone a un trabajador en el mismo saco que su explotador.

La omnipresencia del poder

El carácter tan abstracto de las “relaciones de poder” borra las diferencias de clase y aquéllas se confunden con la propia naturaleza social del ser humano. No basta con identificar y describir el funcionamiento de las relaciones de poder, es necesario, ante todo, entender su carácter, sentido y origen. Foucault habla de cómo se ejerce el poder pero no sabe lo que es ni de dónde viene. Por más que intenten negarlo los antropólogos burgueses, las pocas sociedades de cazadores recolectores que aún no han sido disueltas o corrompidas por el capitalismo presentan relaciones sociales igualitarias y los asuntos comunes zanjados de manera comunitaria[13]. Hablar aquí de “relaciones de poder” es una calumnia burguesa contra la humanidad. Pero como el concepto de poder es tan ambiguo y gelatinoso es posible que algún foucaultiano astuto objete que incluso aquí existen relaciones de subordinación del individuo a la sociedad. Realmente no sabemos si algún neandertal se sentía oprimido cuando el clan le exigía cercar a un mamut desde éste o aquél lugar pero al ser el ser humano un animal social es imposible desprender al individuo de la sociedad y nunca será posible hacerlo. Engels escribió en una carta que combate las ideas de Bakunin que:

“ninguna acción común es posible sin la imposición a algunas personas de una voluntad extraña, es decir, de una autoridad. Ya sea la voluntad de una mayoría de votantes, de un comité director, o de un solo hombre, será siempre una voluntad impuesta a los disidentes, pero sin esta voluntad única y dirigente, ninguna cooperación es posible”.[14]

Para el marxismo de lo que se trata es de saber bajo qué condiciones históricas y económicas ese carácter social del trabajo, al que se somete el individuo, significa opresión y bajo qué condiciones históricas es posible eliminar el carácter explotador bajo el cual se ha realizado el trabajo social desde que surgió la civilización y la lucha de clases. El error de Foucault constituye en poner un signo de igualdad entre trabajo social y opresión, como si la única forma de socialización posible fuera de carácter opresivo.

En realidad los hombres y mujeres de las sociedades cazadoras recolectoras gozan de una amplia libertad personal sin que exista opresión en su integración a su clan o colectividad, de hecho de aquí obtienen su sentido de individualidad que es muy diferente a la decadente subjetividad capitalista[15]. Es con el nacimiento de la sociedad de clases que simultáneamente surgen diversas formas de opresión: la mujer se subordina al varón propietario y a la familia como forma de esclavitud doméstica, los hijos se convierten en propiedades y vías para trasmitir la herencia, las castas nacen como forma de fijar la estratificación social, el racismo surge como justificación de la esclavitud y la conquista imperialista. Con la división del trabajo no sólo en la economía sino en la administración del Estado surgen diversas instituciones con su burocracia y autonomía relativa, con todos los protocolos y reglas infinitas que tanto les gustan subrayar a los seguidores de Foucault. Con la clase dominante surge una ideología dominante que se infiltra de diversos modos en todos los poros de la sociedad. Nace el “discurso de poder” que tanto obsesiona a los posmodernos como si fuera el origen de la opresión cuando es, en realidad, un efecto que reacciona dialécticamente sobre su propia base. Por esto el marxismo subraya el origen, sentido y funcionalidad de las diversas formas de opresión integradas y reforzadas por diversos modos de producción clasistas.

Al ser omnipresente y sin una fuente identificable el poder se convierte en una fuerza metafísica o parte de la naturaleza humana. Es el retorno bajo nuevas y estridentes formas de uno de los mitos burgueses más rancios: el hombre como lobo del hombre con una naturaleza eterna. El aparente radicalismo se convierte en una vulgar idea reaccionaria: el hombre es opresor por naturaleza. El poder se manifiesta y ejerce por puro sadismo. Para Foucault el ser humano está en guerra perpetua: “Hacen falta mapas estratégicos, mapas de combate, porque estamos en guerra permanente, y la paz es, en ese sentido, la peor de las batallas, la más solapada y la más mezquina”.

Lenin había escrito, siguiendo a Clausewitz, que la política es la continuación de la guerra por otros medios, pero Lenin se refería a la lucha de clases y a la tarea de organizar a las masas trabajadoras para construir el socialismo. Para el marxismo la subordinación del hombre por el hombre tiene un origen e historia, se remonta a la división de la sociedad en clases. Para Foucault la opresión sólo tiene historia pero es eterna, inmanente al hombre mismo. No hay duda de que para Foucault las relaciones de opresión son inmanentes al ser humano. Por ejemplo, en una entrevista realizada en 1980 a la pregunta: “¿Es intrínseco a la existencia humana que su organización se transforme en una forma represiva de poder?” Respondió:

“Sí. Por supuesto. Tan pronto como haya personas que se encuentren en una posición “dentro del sistema de relaciones de poder” donde puedan actuar sobre otros y determinar la vida y el comportamiento de éstos”.[16]

Pero esa posibilidad de actuar sobre otros “concentrando riqueza en forma de propiedad privada” no ha existido siempre y por tanto la opresión no es para nada intrínseca al ser humano. Foucault habla de “mapas estratégicos”, “mapas de combate” pero no tiene ninguna estrategia que ofrecer más que fraseología estridente.

Foucault tomó de Nietzsche el estilo oracular y cuasipoético, la forma de escribir oscura y ambigua llena de metáforas estridentes. Verdad es que sus aforismos son provocadores, sugerentes e invitan a la reflexión; sin embargo también invitan a la confusión. Una invitación a reflexionar no la realiza de forma alguna. La academia burguesa tiene un olfato insuperable para promover todo lo que implique confusión e indeterminación entre la izquierda. No es casual la difusión de las modas posmodernas sobre todo en etapas de repliegue del movimiento de masas. La escuela de Frankfurt, el deconstructivismo, Foucault, etcétera, son parte de una familia de autores con ideas confusas que se promueven entre la izquierda porque la dejan sin cabeza, sin objetivo ni programa.

Capilaridad o superficialidad frente a conocimiento científico

La “capilaridad” del poder en Foucault se convierte en superficialidad descriptiva que no va más allá del discurso y los protocolos que subyacen a la realidad de cárceles, hospitales, escuelas y otros ámbitos institucionales y cotidianos. Se trata de una visión “capilar” que no encuentra el enlace y el sentido de los capilares con las venas y las arterias, y de éstas con el corazón. ¿Qué pensaríamos de un médico que no supiera cómo están los capilares relacionados con el conjunto del sistema circulatorio? ¿Cómo entender, por ejemplo, la cotidianidad de un obrero y la de su familia sin situarla en el contexto de la explotación capitalista con sus extenuantes jornadas, bajos salarios, barrios pobres y viviendas indignas?

Uno de los libros fundadores del marxismo, La situación de clase obrera en Inglaterra de Engels, describe el entorno cotidiano de los trabajadores londinenses de su tiempo para ilustrar la explotación capitalista sin ahorrar detalles de los barrios insalubres; Lenin, desde la redacción de Pravda e Iskra, publicaba reseñas periodísticas sobre las condiciones particulares de trabajo y lucha de los trabajadores rusos, procurando siempre vincular las particularidades con las leyes subyacentes del capitalismo y la lucha de clases; Trotsky escribió un libro, Problemas de la vida cotidiana, para poner sobre la palestra los problemas cotidianos de los trabajadores rusos después de la revolución.

Así pues el marxismo es una herramienta que es útil para arrojar luz sobre el sentido y significado de lo cotidiano, vinculando lo particular con lo general. Evidentemente profundizar en este ámbito es una tarea que nunca se agota y siempre puede enriquecerse con nuevos estudios sobre el presente y el pasado. Lo que queremos subrayar aquí es que lo cotidiano como instancia de lo particular no puede entenderse sino a través de lo general que expresa; y al mismo tiempo, las leyes generales, las tendencias del capitalismo, no existen fuera de la realidad concreta. Las olas superficiales del mar no son sino la manifestación inmediata de corrientes profundas y carecen de sentido sin ellas. Lo aparente deja de ser superficial cuando se descubre su lazo con la esencia. La esencia revela su profundidad cuando se demuestra en sus diversas manifestaciones fenoménicas. La esencia y el fenómeno, lo particular y lo general no son más que las dos caras de la misma moneda. No obstante para el posmodernismo la comprensión de las leyes objetivas de la realidad es imposible porque el hombre está atrapado en discursos e ideologías que no puede trascender. El marxismo como ciencia (como toda ciencia) sería imposible sin la posibilidad de comprender la realidad y las leyes que la rigen. Sin ello la revolución socialista es imposible pues no se puede cambiar lo que no se puede comprender ni controlar.

Se podría objetar que la cotidianidad de los obreros no agota las manifestaciones concretas de las relaciones de poder que sufren muchos otros sectores de la sociedad, la opresión de otros sectores como mujeres, minorías raciales, movimiento LGBTI; efectivamente es así. Pero sin saber vincular lo particular con lo general es imposible entender el lugar de lo particular ni su papel específico; sin saber vincular las diversas formas de opresión con las relaciones dominantes de producción no haremos más que una descripción superficial del fenómeno. No es posible, por ejemplo, entender el origen de cada una de las infinitas manifestaciones del patriarcado y el machismo de nuestros días sin referir, en primer lugar, a su relación originaria con el nacimiento de las clases sociales, y también, a la importancia de la esclavitud doméstica en el modo de producción capitalista (como espacio de reproducción de la fuerza de trabajo, de reproducción de la ideología dominante y carga sobre el salario del costo de las tareas domésticas).

Es innegable que existen diversas formas de opresión además de la explotación de clase: discriminación por género, raza, preferencia sexual, etcétera. Pero sin restar importancia a esas formas de opresión, sin dejar de señalar la importancia de lucha aquí y ahora contra esas injusticias, es necesario también identificar la funcionalidad de esas opresiones dentro del sistema imperante e identificar la clase que por su papel en la producción es capaz no sólo de paralizar la producción capitalista, sino ponerla sobre otras bases, es decir, derribar el capitalismo y construir el socialismo; un régimen de economía planificada y democracia obrera que erradique de raíz toda forma de opresión y explotación. Por supuesto que los trabajadores no podrán realizar la revolución sin ganar políticamente a todos los sectores oprimidos de la población. El marxismo lucha por la unidad en la lucha y ve en la fragmentación un factor favorable a la reacción.

El marxismo no exige ángeles para luchar. La revolución se hará con hombres y mujeres reales con todo y sus prejuicios. Sería ingenuo esperar que los trabajadores no fuéramos presa, en mayor o menor medida, de prejuicios machistas y de otro tipo. Pero también entendemos que esos prejuicios tienden a romperse a través de la lucha de masas, la lucha solidaria que une a los trabajadores por encima de las fronteras de género, raza, religión y preferencias sexuales contra un enemigo común. También sabemos que mientras no destruyamos al capitalismo esos prejuicios renacerán como una hidra, como una infección endémica, pues el capitalismo los necesita para dividir a la masa de los explotados con barreras artificiales. Los trabajadores no debemos temer ejercer el poder: nuestro poder, el poder obrero, la democracia obrera coordinada de forma local, regional y mundial. Nuestro objetivo es destruir el poder de la clase dominante, destruir su Estado y la fuente última de su poder: la propiedad privada sobre los medios de producción fundamentales. Para los marxistas esta lucha no es un simple “juego de ajedrez” que se observa desde fuera con pedantería académica. Nos posicionamos claramente y declaramos públicamente nuestros objetivos.

Para Foucault la psiquiatría forma parte de un discurso de poder cuyo objetivo es segregar a los llamados “locos” y controlar su cuerpo e incluso su alma. “No existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder”.[17]

Es verdad que la ciencia médica no se desarrolla al margen de los intereses sociales y que muy a menudo ha sido usada para reprimir y discriminar sistemáticamente a mujeres, homosexuales, personas de color, etcétera. Tan sólo hay que recordar las teorías racistas como la frenología o la homosexual concebida como enfermedad mental. La Castañeda de la época porfirista es un ejemplo e incluso el régimen estalinista que recluía a opositores políticos en instituciones mentales Todo esto es cierto, pero conviene siempre tener sentido de la proporción y no ir demasiado lejos. Toda verdad se convierte en su opuesto más allá de cierto punto. ¿Acaso no existen realmente las enfermedades? ¿Enfermedades mentales como la esquizofrenia o la depresión son sólo inventos de la medicina para controlar a los individuos? Es cierto que el contexto capitalista exacerba estás enfermedades pero no las hace menos reales. Ver a la psiquiatría en su conjunto como una mera estrategia de poder es condenar a la ciencia como mito y caer en el peor de los oscurantismos, una característica muy propia de la posmodernidad. En el colmo de la locura posmoderna, Foucault afirma que no sólo la locura es un invento del poder, también el sexo e incluso el hombre mismo: “El hombre es sólo una invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos, un simple pliegue en nuestro saber y que desaparecerá en cuanto éste encuentre una forma nueva”.[18] Sello de identidad de la posmodernidad es confundir el concepto de la realidad con la realidad misma. Evidentemente el concepto de humanidad ha evolucionado “como cualquier otro concepto” pero la existencia del hombre no depende de su concepto sino a la inversa, el concepto se extrae de la realidad a través de un largo proceso histórico. De este subjetivismo estriba la relación con la Teoría Queer, cuyo gurú es Foucault, que supone que los roles e identidad de género se pueden reinventar a voluntad sin transformar la realidad material[19]. Para el marxismo el hombre se elevó por encima del reino animal y de la naturaleza realmente existente, a través de la transformación de la naturaleza, la fabricación de herramientas; proceso en el cual el hombre se transformaba y se creaba a sí mismo.

Lucha por el socialismo o la nada

“Donde hay poder, hay resistencia”.[20] Resistencia es la forma en que Foucault concibe la lucha por la liberación. Es el único programa político posible al estar el poder tan descentralizado fragmentariamente en toda clase de contextos irreductibles, o sea oponerse y desobedecer sin objetivo alguno. No puede existir un programa político que unifique donde no existe más que un mosaico inconexo de luchas parciales, pues “La sociedad es un archipiélago de poderes diferentes»[21] o “El poder se ejerce a partir de innumerables puntos”.[22] Pero los explotados no tenemos la opción de resistir: resistimos día a día los bajos salarios, las jornadas extenuantes, los ataques a nuestro nivel de vida. Esto no es un programa político.

Donde no existe una columna vertebral que vincule a esas luchas y les dé un objetivo y sentido no puede existir un sujeto revolucionario, sino infinidad de sujetos segregados. Donde no existe una fuente identificable del poder no hay manera de combatirlo. Más aún, al ser todos y cada uno de los individuos opresores y oprimidos toda lucha por la emancipación se convierte en un absurdo o un intento encubierto y mezquino de ejercer el poder. La alternativa política del posmodernismo se reduce a la nada. “No soy un profeta, mi trabajo es construir ventanas donde antes solo había pared”, afirmó Foucault, omitiendo decir que en realidad su teoría implicaba paredes que separan las luchas con infinitos muros. Es necesario entender que el capitalismo es un sistema mundial, vinculado a nivel global y que, por tanto, las luchas parciales también deben entenderse como una lucha mundial de los oprimidos contra el capital. Las luchas aisladas por si mismas serán infructuosas.

Para el marxismo lo que vertebra a las luchas parciales es la existencia del sistema capitalista, y el programa que permite unificarlas es el que se deriva de las propias contradicciones objetivas del sistema; el sujeto revolucionario se deriva del lugar central que juega el proletariado en la producción. No existe aquí ningún capricho ni amor abstracto por el obrero, sino un estudio objetivo de la realidad y la lucha de clases. Sin embargo las ideas de Foucault desarman a los trabajadores. No es casualidad que en un informe desclasificado de la CIA llamado “Francia, la deserción de los intelectuales de izquierda” esta agencia del imperialismo viera con buenos ojos la difusión de las ideas de Foucault entre la intelectualidad de izquierda en menoscabo del marxismo, sencillamente porque el posmodernismo es inofensivo a ojos de la clase dominante, una clase que ciertamente tiene claridad en sus objetivos:

“Incluso más efectivo para socavar el marxismo han sido, sin embargo, aquellos intelectuales que, presentándose como estudiosos del marxismo en las ciencias sociales, acabaron repensando y rechazando toda la tradición. […]. En su mayor parte, han concluido que las nociones marxistas de la estructura del pasado –de las relaciones sociales, los patrones de los acontecimientos y su influencia a largo plazo– son simplistas e inútiles. En el campo de la antropología, la influyente escuela estructuralista de Claude Levi-Strauss, Foucault y otros llevó a cabo prácticamente la misma tarea. Aunque las metodologías del estructuralismo y de los Annales ahora atraviesan un mal momento (los críticos les acusan de ser demasiado difíciles para ser entendidas por la gente normal), creemos que su tarea demoledora de la influencia marxista en las ciencias sociales probablemente perdure como su contribución profunda a la academia moderna tanto en Francia como en otros países de Europa occidental.”[23]

Hemos visto que las ideas de Foucault no constituyen de ningún modo una opción al marxismo revolucionario, ni tampoco amenaza alguna al sistema capitalista y a la lucha contra la explotación y opresión. No lo es porque las ideas de Foucault son confusas y de contornos borrosos; eternizan la opresión al considerar que ésta es parte de la naturaleza humana; difuminan la explotación capitalista en un mar abstracto de “relaciones de poder”, ahogando la lucha de clases del proletariado dentro de un conjunto indeterminado de infinitas opresiones; considera la opresión parte de un discurso en vez de una realidad objetiva, nos ofrece subjetivismo en lugar de un estudio científico del capitalismo y sus contradicciones; no ayuda en nada a buscar la unidad entre los explotados y oprimidos al dividir las luchas en innumerables “archipiélagos de resistencia”, convierte a las víctimas de la opresión en agentes igualmente opresores. Ofrece “resistencia” en vez de lucha contra la explotación. Los que consideran que Foucault es una opción deberían atender lo que el propio Foucault señaló al respecto: “Desde el momento en que uno concibe el poder como un ensamble de relaciones de fuerza, no puede haber ninguna definición programática de un estado óptimo de fuerzas […] Escucha, escucha… ¡No es tan difícil! No soy un profeta, no soy un organizador, no quiero decirle a la gente qué debe hacer. No voy a decirles ¡esto es bueno para ti, esto no!”[24] Pero los explotados necesitamos un programa, necesitamos claridad teórica, comprender cómo funciona el capitalismo, cuáles son sus contradicciones y leyes, la naturaleza de la lucha de clases y el potencial revolucionario de los trabajadores. Esto fue estudiado, como nadie más ha podido hacerlo, por Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Necesitamos el arma de la teoría para crear la organización que canalice las luchas que están ya sacudiendo al sistema en la crisis más profunda de su historia. Necesitamos seriedad, claridad y organización. El marxismo es, hoy más que nunca, un arma irremplazable.


[1] Foucault, M. Microfísica del poder, México, Siglo XXI, 2019, p. 139.

[2] Foucault, M. Seguridad, territorio, población, México, FCE, 2006, p.16.

[3] 3 Foucault, M. Microfísica del poder, México, Siglo XXI, 2019, p. 183.

[4] 4 Foucault, M. Vigilar, castigar. Nacimiento de la prisión, Argentina, Siglo XXI, 2002, pp. 298-299.

[5] 5 Foucault, M. Ibid., p. 279.

[6] Entrevista, 1980, en: otrasvoceseneducacion.org/archivos/208610

[7] Foucault, M. La verdad y las fuentes jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1996, p. 114.

[8] Foucault, Defender la sociedad, México, FCE, 2002, p. 37.

[9] Foucault, El orden del discurso, Venezuela, Tusquets, 2002, p.15.

[10] Marx, C., Engels, F., La sagrada familia, México, Grijalbo, 1971, p. 149.

[11] Ver: https://luchadeclases.org/teoria/38-en-defensa-del-marxismo/2484-marxismo-versus-interseccionalidad.html

[12] Foucault, Defender la sociedad, México, FCE, 2002, p. 38.

[13] Ver: https://www.marxist.com/el-origen-de-la-familia-en-defensa-de-engels-y-morgan.htm

[14] Engels a Pablo Lafargue, en: Marx, Engels, Lenin, Acerca del anarquismo y el anarcosindicalismo, Moscú, Progreso, 1976, p.39.

[15] Ver: https://old.laizquierdasocialista.org/node/3770

[16] Entrevista, 1980, en: otrasvoceseneducacion.org/archivos/208610

[17] Foucault, M. Vigilar, castigar. Nacimiento de la prisión, Argentina, Siglo XXI, 2002, p.30.

[18] Foucault, Las palabras y las cosas, Argentina, Siglo XXI, 1968, p. 9.

[19] Ver: https://luchadeclases.org/teoria/38-en-defensa-del-marxismo/3282-el-marxismo-frente-a-la-teoria-queer.html

[20] Foucault, M. Historia de la sexualidad, Vol I, La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 1999, p. 57.

[21] Foucault, M. Las mallas del poder, en Estética, ética y hermenéutica, Obras esenciales, Vol III, Barcelona, Paidós, 1999, p. 239.

[22] Foucault, M. Historia de la sexualidad, Vol I, La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 1999, p. 114.

[23] Ver: https://luchadeclases.org/teoria/38-en-defensa-del-marxismo/2849-la-teoria-marxista-y-la-lucha-contra-ideas-de-clase-ajenas.html

[24] Entrevista, 1980, en: http://otrasvoceseneducacion.org/archivos/208610

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