Materialismo Dialéctico y Filosofía
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El pensamiento de Nietzsche representa una paradoja. Por su estilo literario y sus “formas distinguidas”[1], por la riqueza de sus aforismos que se prestan como ninguno a la libre interpretación, se trata de uno de los pensadores más destacados de la historia, uno de los más grandes representantes de las letras alemanas; pero por el hilo conductor de su pensamiento, por el contenido de sus posiciones políticas y filosóficas, se trata de uno de los filósofos más reaccionarios, misóginos[2], cínicos[3] y aristocráticos. El contenido de su filosofía se ha eclipsado bajo el manto del estilo estético que lo sobrepasa.

“¿No habéis oído mi respuesta de cómo se cura a una mujer, de cómo se salva? Haciéndole un hijo. La mujer necesita tener hijos, y el hombre no es más que le medio para ese fin. Así hablaba Zaratustra. Emancipación de la mujer es el nombre que toma el odio instintivo de la mujer fracasada, es decir de la incapaz de maternidad, contra la mujer que posee esa cualidad. La lucha contra el hombre no es más que un medio, un pretexto, una simple táctica” (Nietzsche, Ecce homo).

“Un hombre chiquitín es una paradoja, pero al menos es un hombre; pero una mujer pequeñita me parece de sexo diferente cuando la comparo con las mujeres altas […]” (Nietzsche, La gaya ciencia).

Desde el punto de vista artístico Nietzsche brilla en la constelación de la historia de la filosofía pero es difícil pensar que ocuparía ese lugar al margen del poeta: la tesis del “eterno retorno” proviene de los tiempos antiguos (los estoicos), y el resto de su contenido es poco más que la expresión literaria y poética de los prejuicios aristocráticos y clasistas de un sector de la clase dominante; ninguno de los aristócratas burgueses que expresaron más o menos las mismas ideas ocupan un lugar en el Olimpo de la filosofía, ni tendrían por qué ocuparlo (tenemos en mente el pensamiento del último Wagner —racista y aristocrático— o el anarquismo conservador de Max Stirner que desprecia también a la masa).

Muchos de los intérpretes de Nietzsche han explotado la veta sugerente y rica de sus aforismos. En la mayoría de los estudios dominan las interpretaciones libres que soslayan el pensamiento político del autor[4], su biografía[5] y su contexto; se interpreta a Nietzsche con el método posmoderno que representa: con el método de la intuición y la arbitrariedad, o mejor dicho con la ausencia total de método. Para el posmoderno Gilles Deleuze el mérito de Nietzsche radica en haber disuelto todo sistema filosófico, en otras palabras, en el hecho de que globalmente no dice nada (una buena definición de la posmodernidad)[6]. En la medida en que se trata de poemas y aforismos, estas interpretaciones más o menos arbitrarias pueden tener su razón de ser y explican el que el pensamiento de Nietzsche siga siendo una veta de la que se extraen todo tipo de “objetos” disímbolos. En la recepción de la obra de arte, como señalaba Trotsky, lo fundamental es la evocación al plano emocional y no cabe duda de que en Nietzsche hay arte y poesía. Así, se pueden leer los aforismos oscuros de Nietzsche con el objetivo de recibir de ellos un placer estético, disfrutar de la maestría en el uso de la lengua, para encontrar en ellos sensaciones exacerbadas, frases ingeniosas, observaciones agudas que sacuden, perturban o sorprenden. Es verdad que Nietzsche sabía “cómo se filosofa a martillazos” de la ironía, el sarcasmo y la provocación. Se pueden leer como los horóscopos en los que encontramos una proyección y confirmación de nuestros deseos y convicciones, o como literatura de superación personal. En la medida en que se trata de arte —insistimos— los abordajes líricos están justificados por sí mismos.

Según Thomas Mann, a Nietzsche hay que disfrutarlo como una obra de arte, pero es una obra a la que no hay que creerle, ni tomársela muy en serio: “no sólo es arte -arte también es leerlo; y ninguna torpeza y rigidez son permisibles, mientras que todo tipo de astucia, ironía y reserva son indispensables para su lectura. Quien toma e Nietzsche en sentido estricto, literalmente quien le cree, está perdido”[7]. ¡Buen consejo para distraerse con Nietzsche y no terminar perturbado! Pero Nietzsche asumía su filosofía con total seriedad, para él no sólo se trataba de arte, de verdad creía que su pensamiento partiría la historia de la humanidad en dos “soy lo bastante fuerte [decía en una carta] como para partir en dos la historia de la humanidad”[8]; caía en profundas depresiones cuando sus obras —como si sus contemporáneos hubieran hecho caso a Thomas Mann— eran ignoradas o malentendidas: “Los que creen entender algo de mi obra se forman una idea a su propia imagen y semejanza, una imagen que la mayor parte de las veces está en absoluta contradicción conmigo”[9].

Por lo tanto, en este ensayo nos tomaremos las ideas de Nietzsche en serio. Habremos de citar prolijamente a Nietzsche —sobre todo en las notas a píe—, esto tiene la desventaja de hacer pesada la lectura pero es la única manera posible para disipar dudas sobre un filósofo que ha sido convertido por el stablishment académico en una “vaca sagrada” intocable. Cuando sobran las interpretaciones posibles —¡sobre todo las imposibles! — es mejor citar las fuentes.

Superación personal para aristócratas

“Lo esencial de toda buena y sana aristocracia es que ésta no se autoconsidere como cumplidora de una función […] que acepte por tanto, con buena consciencia el sacrificio de un gran número de seres humanos que, por causa de ella, han de ser rebajados y disminuidos hasta llegar a ser hombres incompletos, esclavos, instrumentos” (Nietzsche, Más allá del bien y del mal).

Si bien la obra de Nietzsche se presta como ninguna otra a interpretaciones abiertas y libres, no se puede ignorar que Nietzsche tenía posiciones filosóficas y políticas definidas que dotan a su obra de una consistencia que pocas veces se le reconoce; si no estamos ante un sistema filosófico, por lo menos existe un hilo conductor, una tendencia aristocrática y reaccionaria. Penella ha escrito una biografía crítica sobre Nietzsche que vincula sólidamente la vida, obra y pensamiento del escritor alemán[10], demostrando que su filosofía es bastante coherente, aunque lo que resulta de ello no sea del gusto de los que buscan un Nietzsche adocenado y progresista. Las interpretaciones literarias no deben hacernos perder de vista las ideas anti-humanistas de Nietzsche[11]. Éstas quedan patentes si leemos de corrido sus obras (sobre todo a partir de Aurora), estudiando su biografía y su contexto. Para entender a Nietzsche hay que desmitificar a Nietzsche. Si, como señalaba Trotsky, en la lectura de la Divina comedia de Dante es fundamental no suprimir su dimensión artística, en la obra de Nietzsche, por el contrario, es fundamental no suprimir su dimensión política y filosófica ya que en la mayoría de sus lectores las interpretaciones líricas son las dominantes. Además, después de todo, se supone que estamos ante un filósofo.

En tanto los escritos de Nietzsche hacen una crítica satírica brutal del filisteismo, cobardía e hipocresía de la clase dominante de su tiempo (sobre todo la alemana) muchos comentaristas de tendencia liberal o de izquierda han querido ver un Nietzsche revolucionario o, al menos, progresista de alguna manera[12]. Es verdad que Nietzsche desnuda los valores burgueses que se disfrazan con membretes de la más inmaculada santidad, tales como el amor al prójimo, la bondad, la caridad, la compasión y la igualdad humana; en el camino plantea tesis que coinciden con ideas izquierdistas o, incluso, marxistas. Así el amor al prójimo oculta el egoísmo[13], la filantropía oculta el sacrificio de los débiles en beneficio de los fuertes[14]. Esto es verdad, pero si Nietzsche señala la doble moral no es para liquidar la base material de esos intereses (que por otra parte Nietzsche identifica con la naturaleza y los instintos de los hombres superiores), sino para que “la raza superior” se percate de la naturaleza de su verdaderos intereses y los asuma hasta sus últimas consecuencias[15]. Los críticos cortesanos de Rasputín coincidían con los revolucionarios en que éste era un personaje nefasto y degenerado —incluso terminaron asesinándolo—, pero la coincidencia en la apreciación se daba por motivos y objetivos de clase totalmente opuestos. Si en algunas afirmaciones encontramos algunas coincidencias entre Marx y Nietzsche es porque son opuestos; de la misma manera el polo norte y sur se parecen en la intensidad de su oposición. Posmodernos como Paul Ricoeur pretenden inventar un Nietzsche que se daría la mano con Marx —en el saco se mete también al pobre Freud— bajo la absurda y arbitraria categoría de: “filósofos de la sospecha” que supuestamente los hermana, sospechosa invención difícil de sostener con un filósofo que se declaraba explícitamente antisocialista hasta la médula:

“El problema obrero. La estupidez que, en última instancia, no es más que la degeneración de los instintos y que hoy es la causa de todas las demás estupideces, consiste en el hecho de que haya un problema obrero. El primer imperativo del instinto es que haya ciertas cosas que no se cuestionan. [Remata más adelante con la siguiente sentencia lapidaria] Si se quiere esclavos, es de idiotas educarlos para amos”[16].

No se debería olvidar que la crítica de Nietzsche a la clase dominante, lo que se ha venido en llamar pomposamente “crítica a la modernidad”, es una crítica desde la derecha y desde la óptica de la clase dominante misma (mejor dicho de un sector específico). Lo que Nietzsche reclama a la clase dominante de su época es la adopción de los códigos morales destinados a los esclavos, a la masa, al pueblo; el sometimiento de la “raza superior” a la religión creada por los oprimidos. La filantropía oculta el altivo sentimiento de superioridad de los nobles; estos deberían reconocerlo y renunciar a la doble moral que adormece su certeza de superioridad y desgarra la comprensión de su preciada individualidad. Por eso exige una trasmutación de los valores en donde el “superhombre” (Übermensch) se forme su propia moral aristocrática que no se detenga en escrúpulos para dominar y esclavizar al resto de la humanidad. El nihilismo en Nietzsche consiste en el abandono de la ética cristiana, democrática, humanista y socialista. Se trata de imponer “la voluntad de poder” de la minoría a la totalidad del cosmos, el egoísmo supremo debe ser su “non plus ultra” —incluso, a decir de Nietzsche, debe ser llevado hasta un grado poético—. Para que los poetas disfruten de los delicados y exquisitos frutos, de los placeres de la vida y de los sentidos, todo eso que niega hipócritamente el cristianismo degenerado, se requiere del sufrimiento y la privación de las almas vulgares, ¡así lo dictan las leyes de la naturaleza! Ha llegado el momento en que el “Superhombre” deje de sufrir penas y sentir emociones que les corresponden a otros.

Anarquismo de derecha

“Con la dialéctica quien impera es la chusma” (Nietzsche, Cómo se filosofa a martillazos).

El espíritu dionisiaco, aquél que acepta el instinto y disfruta de la vida, no es la ética que promueve el goce para todos los hombres, como muchas veces se ha afirmado queriendo ver un Nietzsche humanista o uno que pregona lugares comunes de carácter liberal, sino la afirmación instintiva de la “raza superior” que es la única que tiene posibilidad de un verdadero goce. Los vulgares ni siquiera sabrían reconocer el buen gusto aunque tuvieran acceso a sus frutos ¡por eso la “chusma” se burló de Zaratustra cuando éste se dignó a bajar de su montaña! La ideología de Nietzsche es, según sus propias palabras, “antiliberal hasta la maldad”`[17] y profundamente antisocialista. Por eso Sócrates, según Nietzsche, es un decadente ya que pretendió que los esclavistas reprimieran sus instintos aristocráticos por medio de la razón. Fue el ser decadente, perteneciente a la chusma, que inventó la moral occidental[18]. Nietzsche retoma la figura de Zoroastro (Zaratustra) por su admiración explícita por el espíritu de castas de la Persia antigua y de la India, además de su romántica idealización del pasado heroico ario[19].

El sufrimiento[20] de Nietzsche fue el estado de ánimo en el que se decantó su egoísmo y su megalomanía patológicos; en su enfermedad, sus depresiones y en su crisis existencial Nietzsche se percató que había desperdiciado su vida en la polvosa erudición de la lectura o en fugarse de la realidad por medio de la música wagneriana, cuando el verdadero objeto de su vida no era otro que Nietzsche mismo (Zaratustra es en la obra de Nietzsche un pseudónimo de Nietzsche, lo mismo Schopenhauer y Wagner)[21] y la afirmación de sí mismo y de sus propios valores[22]. “Yo fui mi único enfermo [sostuvo Nietzsche] y a mí únicamente debo mi curación”[23]. Sus libros son un monólogo de la autoafirmación. Ya no se trataba de una renovación cultural y artística impulsada por los hombres superiores (los artistas como Wagner), sino de la creación de un nuevo tipo de hombre que tenga “voluntad de guerrear […] voluntad de poder”[24], un hombre que esté por encima de los artistas y que tenga aspiraciones superiores, aspiraciones de dominio. Bien podríamos definir a la filosofía nietzscheana como literatura de superación personal para uso exclusivo de aristócratas. Si el resto de la humanidad no lo comprendía pues peor para la humanidad (“No hablo para las masas” dice Nietzsche).

El psicópata épico, el Superhombre

Su modelo de Superhombre será el “genio militar” —Napoleón o Cesar Borgia—, su modelo de Estado: el Imperio Romano, con su voluntad de poder. Cesar Borgia, obedeciendo su “voluntad de poder”, asesinó a su hermano y a su propio padre para lanzarse a una serie de conquistas militares.

“La guerra divide a las masas caóticas en estamentos militares; sobre la capa inferior —la de los esclavos— se levanta, en forma piramidal, la sociedad guerrera. La finalidad del conjunto impone su yugo a cada uno, originando en las naturalezas más heterogéneas una especie de transformación química, que hace todos afines. En las clases altas, se percibe bastante mejor de qué se trata, o sea, del advenimiento del genio militar, fundador del Estado […] Yo diría que el hombre guerrero es un medio para el advenimiento del genio militar, y que su trabajo no es sino un medio para que ese mismo genio obre"[25].

Si bien el modelo nietzscheano de hombre superior no será un Charles Manson, demasiado vulgar, tal vez se le parezca más a Hannibal Lecter[26], mezclado, eso sí, con Goethe y Leonardo da Vinci, en todo caso se trata de un psicópata épico, metafísico. La cultura alemana de su tiempo es, para Nietzsche, decadente, enferma al estar subordinada a una moral de esclavos, una cultura democrática y liberal, una moral que impidió que Alemania impusiera su control en Europa; lo que le criticaba a Bismark no era el régimen totalitario sino su pequeña y estrecha política, Nietzsche quería algo más grande y portentoso[27]. El carácter de las guerras deseadas por Nietzsche (idealizadas grotescamente pues, al mismo tiempo, no quiere guerras por dinero o por capital) queda definido por la necesidad de crear las condiciones para que la “raza superior” se afirme y desarrolle todas sus potencialidades en una “Europa unida que fuese señora del mundo”[28]. Para “la superación personal” se requiere la esclavitud:

“Y si fuera cierto que los griegos han sucumbido por culpa de su esclavismo, más cierto es que nosotros sucumbiremos a causa de su defecto”[29].

A partir de Aurora y hasta Ecce Homo Nietzsche será, más claramente, el profeta del individualismo egoísta (ya lo era antes, sólo que a partir de aquí renuncia a una renovación puramente artística-cultural y anuncia la “aurora” de un nuevo hombre). Tal vez haya tomado algo del anarquismo individualista de Max Stirner con quien Marx rompe sus lanzas en La ideología alemana.

Nietzsche creyó que su filosofía abriría las puertas para una nueva época de la humanidad (a partir del punto donde hubieran seres superiores capaces de entenderlo), pero su intento no fue más que la idealización de los valores de la aristocracia que se han enraizado en el modo de producción capitalista, su filosofía no expresa a una sociedad diferente a la que criticó sino es la decantación de los “valores” morales de una casta que surge de la producción capitalista en cierta etapa de su desarrollo. Mientras que Proudhon idealizaba a la producción mercantil pretendiendo depurarla de sus lados negativos (en una filosofía orientada a la izquierda fundadora del anarquismo); Nietzsche idealizaba el individualismo del sector más parasitario de la clase dominante para pretender depurarlo de sus prejuicios humanistas y filantrópicos (anarquismo de derecha). La filosofía de Nietzsche no explica nada, sólo idealiza al orden existente desde la derecha. Nietzsche cree que su filosofía se opone al idealismo ilustrado y racional pero a éste opone un idealismo basado en los anti-valores que son antípodas de los dogmas de la ilustración; es decir el mismo idealismo moralizante vuelto al revés o de polaridad contraria, se trata de la misma “gorra burguesa” (frigia) vuelta al revés mostrando sus costuras. Al humanismo opone el egoísmo, a la filantropía el individualismo exacerbado, al amor al prójimo el amor a sí, al ideal de igualdad humana el ideal de la “raza superior”, a la “paz perpetua” las guerras de dominación, etc. Nietzsche sigue siendo un idealista (en el sentido de que cree que la moral ha sido la base de las relaciones sociales) sólo que sus ideales son los de la burguesía sin la “barba postiza” del profeta misericordioso, son los de un Moloch cruel y despiadado. Pretende romper las “tablas” de Moisés para crear “nuevas tablas” apropiadas para el sector más especulador de la burguesía. Nietzsche nunca se sustrajo de la pueril teoría histórica según la cual la historia la hacen “los grandes hombres”. Su Zaratustra pretende ser una nueva Biblia —quien la lea, notará el mismo estilo profético del Nuevo Testamento— con los valores opuestos al cristianismo, es decir, una anti-Biblia. Su divisa es: “¡Ea! ¡Arriba, hombres superiores! Sólo ahora está de parto la montaña del porvenir humano. Dios ha muerto; viva el superhombre –tal es nuestra voluntad”[30].

No deja de ser irónico que Nietzsche, filósofo endiosado en nuestros días en las universidades públicas, odiara profundamente la educación pública y tuviera como proyecto educativo una “pedagogía” aristocrática. No se trataba de una manía accidental, sino una parte integrante de su pensamiento[31]:

“La educación generalizada conduce a la barbarie. Surge la “cuestión social”, ya que el pueblo instruido reclama para sí el bienestar que disfrutan unos pocos […] ¿Por qué necesita el Estado una cultura y una ilustración generalizadas? Porque con ello se hace creer a las masas que, bajo la égida del Estado, encontrarán por sí mismas-sin necesidad de un Führer –el camino correcto. Pero el espíritu alemán escapará de esta pseudocultura”[32].

Algunos se han dejado engañar por el libro Schopenhauer, como educador (Tercera consideración intempestiva) en donde Nietzsche afirma que un buen educador no enseña nada, sólo permite que el educando se afirme en sus propias potencialidades. Esto suena muy bonito, digno de cualquier libro de autoayuda, se olvida que Nietzsche lo escribía explicando lo que Schopenhauer le enseñó a él (habla de su “auto-superación”) y, en todo caso, es aplicable a la raza superior y en ningún caso a las masas. El que debe buscar el camino por sí mismo es el aristócrata noble, el hombre vulgar debe ser arriado como un borrego. Como dice Penella, muchas de las contradicciones aparentes en el pensamiento de Nietzsche, que sirven para ocultar al Nietzsche reaccionario, se desvanecen en cuanto ubicamos lo que se dice en su contexto.

Los ditirambos de Nietzsche (siempre ditirambos de sí mismo o elogios de su propio Yo) son tan oscuros como los acertijos de la esfinge; pero aquellos donde expone la médula de su “filosofía”, es decir el egoísmo aristocrático, racismo nobiliario, individualismo exacerbado, nihilismo, narcisismo, una homérica megalomanía, etc.[33] son notablemente cristalinos. Algunos de ellos son un pequeño fractal de la totalidad de su pensamiento; aquí Nietzsche habla por sí mismo:

“Los industriales y los grandes negociantes del comercio han carecido probablemente, hasta ahora, de todas esas formas y señales distintivas de la raza superior que son indispensables para hacer interesantes a las personas. Si hubiesen tenido en la mirada y en el gesto la distinción de la nobleza hereditaria, no existiría tal vez el socialismo de las masas, pues, en el fondo, las masas están dispuestas a admitir la esclavitud bajo todas sus formas, con tal de quién esté encima de ellas muestre continuamente su superioridad y la legitime por el hecho de haber nacido para mandar, revelado en la nobleza de sus modales. El más vulgar de los hombres comprende que la nobleza no se improvisa y que hay que honrar en ella el fruto de largos periodos; pero la falta de formas distinguidas y la famosa vulgaridad de los fabricantes, con sus manos encarnadas y sucias, despierta en el hombre del pueblo la idea de que el azar y la suerte son los que han puesto el uno encima del otro, y en su interior piensan: ‘pues bien, tentemos también nosotros alguna vez al azar y a la fortuna’, y el socialismo comienza”[34].

Leamos esta otra “perla” de desprecio altivo a las masas:

“Lo primero que me pregunto al escrutar a la persona que tengo delante, es si posee el sentimiento de la distancia, si ve en todo el rango, los grados, las jerarquías de hombre a hombre, si sabe distinguir, en fin. Si posee todo eso es gentilhombre. Pero si no, pertenece irremisiblemente a la categoría tan vasta, tan bonachona de la canalla”[35].

¡Que los intérpretes del supuesto Nietzsche humanista se encarguen de encontrarle a esta apología de la esclavitud otra interpretación! (existe toda una industria editorial dedicada a ello)[36]. A nosotros nos basta con Nietzsche mismo.

El Superhombre, como el sipo matador, se eleva hacia las alturas gracias al sometimiento, esclavización y mutilación de la mayor parte de la humanidad, que debe permanecer alienada para que el genio de la nueva casta pueda desarrollarse; un retrato monstruoso y surrealista sobre las condiciones de alienación propias de la plebe y la humanidad misma antes de la llegada del Superhombre —que al mismo tiempo, y sin querer, refleja la unidimensionalidad del ser humano en el capitalismo— aparece en Así habló Zaratustra, la imagen sobrecogedora parece sacada de un cuadro de El Bosco:

“Dice la gente que quitándole la joroba al jorobado se le quitan los sesos. […] hombres a los que les faltaba todo, menos una cosa que tenían en demasía; hombres que no eran más que un ojo descomunal o una bocaza o una panza u otra cosa hiperbólica. Les llamo yo inválidos invertidos. Y cuando vine de mi soledad y crucé por primera vez este puente me resistía a dar crédito a mis ojos y me fijaba una y otra vez y al final me decía: ¡Esa es una oreja! ¡Una oreja grande como un hombre! Y cuando miraba aún más de cerca veía que efectivamente debajo de la oreja se movía algo muy chiquito y pobre. La oreja descomunal estaba asentada en un minúsculo y delgado tallo ¡y ese tallo era un hombre! Mirando por una lupa podía mirarse una carita envidiosa, como también una almita inflada que colgaba del tallo. La gente me aseguró que tal oreja descomunal no solamente era un hombre, sino un gran hombre, un genio. Pero yo nunca he creído a la gente cuando hablaba de grandes hombres —así que seguí creyendo que se trataba de un inválido invertido que todo tenía demasiado poco y una sola cosa la tenía en demasía […] ¡Vaya, amigos míos, me muevo entre los hombres como entre torsos y miembros de hombres!”[37].

La magnitud del odio de Nietzsche a la plebe sólo se puede comparar con la colosal arrogancia que se alternaba con sus profundos periodos de depresión:

“La vida es una fuente de placer; pero donde también la chusma bebe, quedan contaminadas todas las fuentes […] Y volví la espalda a los gobernantes al comprobar lo que ahora llaman gobernar: ¡regateo por el poder –con la chusma! (…) Y tapándome las narices caminé, fastidiado, por todo el ayer y el hoy; ¡qué mal huele todo el ayer y el hoy a chusma chupatinta![38] […] Lo que tiene mentalidad de mujer y de siervo, y sobre todo la plebe vil, pretende hoy regir todo destino humano -¡oh asco! ¡asco! ¡asco!”[39].

Trotsky frente a Nietzsche

A propósito de los aristócratas cultos que derramaban su bilis sobre las masas que protagonizaron la revolución de Octubre, Trotsky escribió las siguientes palabras que mutatis mutandis se podrían haber escrito sobre Nietzsche

“Cierto cadete, cultor de la estética, obligado a viajar en un vagón, contaba después, rechinando los dientes postizos, que él, el cultísimo europeo y brillante conocedor de la técnica coreográfica de los egipcios, había sido tan maltratado por la revolución del populacho, que tuvo que viajar con los piojosos cargadores de bolsas. Al escucharlo sentimos un asco indecible por las dentaduras artificiales, la estética de la coreografía y toda esa cultura almacenada en los escaparates europeos. Así nació en nosotros la firme convicción que el último de los piojos del sucio cargador, tiene mucha más importancia y es, por decirlo así, más necesario en el proceso histórico, que aquel ilustradísimo y por muchos conceptos estéril panzudo”[40].

Trotsky reconoce al Nietzsche poeta: “Los dolores de Nietzsche, se le presentan como el reflejo del sufrimiento del viajero solitario,filósofo en poesía, poeta en filosofía…”[41]. No podía ser de otro modo puesto que Trotsky fue también un escritor de gran estilo —aunque otro muy diferente—. Pero Trotsky no se deja embriagar por el literato perdiendo de vista el contenido. A propósito de la muerte del filósofo en 1900, un joven Trotsky (conocido entonces con el pseudónimo de Anti-doto) de apenas unos 20 años de edad, escribe, en su destierro en Siberia, un artículo titulado A propósito de la filosofía del Super-hombre para un diario populista, artículo que trata de desentrañar el contenido y las bases sociales del pensamiento aristocrático de Nietzsche; en él no sólo se intenta identificar la base social de Nietzsche sino incluso la casta especial en el seno de la burguesía que expresa: se trata del sector de la burguesía que ya ni siquiera participa en las “labores” gerenciales de la producción, sino de aquélla que únicamente se dedica al consumo privado de lujos obscenos, la burguesía rentista: la burguesía financiera o especuladora, aquella que, a decir de Marx, únicamente se dedica a cortar los cupones de sus acciones a la alza[42]: el sector más parasitario de la burguesía, a la que le perecen vulgares no sólo las costumbres del populacho sino incluso las actividades comerciales e industriales. La moral que emana de esta casta choca con la moral filistea e impotente del pequeño-burgués, por ello Nietzsche choca con la moral de un sector de su propia clase social, desprecia su falsedad y su pía impotencia, por eso odia a los alemanes de su tiempo (que según Nietzsche impidieron, con su idealismo filisteo y cristiano, la unidad, el poderío de Europa y el dominio del mundo). La muerte del poeta estaba demasiado cercana como para que se hubiera olvidado el contenido verdadero de sus ideas, aún no llegaban los posmodernos para “aclarar” lo que Nietzsche verdaderamente quiso decir. El artículo no ha sido publicado en castellano (tenemos en las manos la traducción francesa) citemos algunos fragmentos:

“El eje social de su sistema (si se nos permite ofender los escritos de Nietzsche con un término vulgar a los ojos del autor, como el de ‘sistema’), es el reconocimiento del privilegio acordado a aquellos ‘elegidos’ para gozar libremente de todos los bienes de la existencia: estos felices elegidos no sólo están exentos del trabajo productivo sino también del ‘trabajo de la dominación […]

Nietzsche ha devenido el ideólogo de un grupo que vive como un ave rapaz a costa de la sociedad, pero en condiciones mucho más dichosas que el miserable lumpenproletariado: se trata de un parasitenproletariat [parasito del proletariado] de un calibre superior […] lo que vincula a todos los miembros de este orden disparatado de caballería burguesa es la expoliación abierta, y al mismo tiempo (en general, evidentemente), impune, a una escala inmensa, de los bienes de consumo, sin ninguna (insistimos) participación metódica al proceso organizado de la producción y distribución […] al mismo tiempo que desprecia las normas jurídicas y éticas de la sociedad burguesa, no tiene nada en contra de las condiciones creadas por su organización material”. […] nada es verdad y todo está permitido […] el burgués medio es un individuo razonable. Él va mordisqueando cautelosamente, siguiendo el sistema, acompañándose de sentencias emocionantes, de sermones moralizantes, de declaraciones sentimentales sobre la misión sagrada del trabajo. Un “superhombre” burgués no se comporta de ninguna manera de este modo: él acapara, toma, expolia, come todo hasta el hueso y encima dice: sin comentarios eh!”[43].

Pero la liquidación de las clases a la que aspira el marxismo ¿no implica, acaso, la liquidación de la individualidad, de la diversidad, de la diferencia?, ¿No implica, como decía Nietzsche, el descenso de las cumbres al nivel de planos y mediocres valles? ¿No será la aristocracia un mal necesario, preferible a la homogenización de la mediocridad, a la estandarización del pensamiento? ¿No será preferible, con todo y su cinismo, la filosofía de Nietzsche, con su exaltación de la individualidad que el “socialismo de las masas” de Trotsky? Muchos años después del artículo sobre Nietzsche que hemos citado, en los años heroicos del poder bolchevique, Trotsky respondió a estas interrogantes en referencia explícita al pensamiento de Nietzsche y a los burgueses que oponían el individualismo a la revolución. La revolución socialista no significaba, para él, la liquidación de la individualidad, sino por el contrario, la precondición para llenar de contenido pletórico a las inclinaciones y las sanas aspiraciones individuales, para que el individualismo deje de ser una abstracción que oculte la más humillante anulación de la individualidad de la inmensa mayoría.

“¿[…] no corremos el riesgo de que un exceso de solidaridad produzca, como temen los nietzscheanos, la degradación del hombre en un animal sentimental, pasivo y gregario? De ningún modo. La fuerza poderosa de la emulación, que en la sociedad burguesa adquiere la forma de una competencia de mercado, no desaparecerá en la sociedad socialista, sino que, usando el lenguaje psicoanalítico, se sublimará, es decir revestirá una forma más elevada y fecunda. Existirá en el plano de la lucha por las opiniones, los proyectos, los gustos. En la medida en que las luchas políticas serán eliminadas —y en una sociedad en que no haya clases no habrá tales luchas— las pasiones liberadas se dirigirán hacia la técnica y la construcción, y aquí hay que incluir al arte. El arte se hará entonces más abierto, más maduro, más fuerte; será la forma más alta de edificación progresiva de la vida en todos los terrenos, y no sólo en el de lo “bello”, como algo accesorio sin relación con lo demás […] La gente se dividirá en partidos sobre la cuestión de un nuevo canal gigantesco o de las distribución de Oasis en el Sahara […], de la regularización del clima, de un nuevo teatro, de una nueva hipótesis química, de escuelas musicales opuestas o del mejor sistemas deportivo. Tales divisiones no estarán por ningún egoísmo de clase o casta […] En ella no habrá nada de persecución del propio interés, no habrá mezquindades, traiciones, sobornos ni ninguna de estas cosas que son esenciales a la “competencia” en la sociedad dividida en clases. No por eso será la lucha menos excitante, dramática y apasionada […] Realmente, no tenemos motivo alguno para temer que en la sociedad socialista la personalidad decaiga o se empobrezca”[44].

Para Trotsky la transformación de las relaciones sociales es el prerrequisito para el surgimiento del “Superhombre”; pero la vía es la opuesta a la propugnada por Nietzsche. El principio de casta es hostil al surgimiento de ese nuevo hombre; ese hombre producto de una sociedad donde el arte, la poesía, la belleza y la verdad sean sus motores y no los accesorios exclusivos de una capa de parásitos. Fue el surgimiento de una casta burocrática, producto del atraso y el aislamiento de la revolución, el que impediría el surgimiento de ese “superhombre” anticipado por Trotsky. El “espíritu de casta”, la pesada burocracia, abortó su nacimiento. Si se le quiere dar algún sentido progresista al Superhombre imaginado por Nietzsche hay que invertirlo, “transmutarlo” o mejor dicho: revolucionarlo.

Anticipando al Führer

“¡Los débiles y los fracasados deben perecer!, es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y se les debe ayudar a morir” (Nietzsche, El anticristo).

A los nietzscheanos, al menos los que se esfuerzan por encontrar a un Nietzsche humanista, no les agrada que se señalen las similitudes entre el contenido de la filosofía de Nietzsche con el nazismo (hacerlo, de hecho, constituye una herejía o por lo menos una muestra inoportuna de “mal gusto” como el de aquél que eructa ante distinguidos comensales). La perogrullada de que Nietzsche no fue nazi porque murió en 1900 no es suficiente. Tampoco Marx vivió hasta 1917 y, sin embargo, nadie niega que inspirara con sus ideas a la Revolución rusa.

No es posible ocultar que el “superhombre” nietzscheano está íntimamente ligado con la idea de la raza pura y nobleza de nacimiento, y que el ideal de “bestia rubia”[45] que debe renacer de entre la mediocridad cristiana es identificado con los arios blancos. La mezcla de razas ha traído, según Nietzsche-, la decadencia y, por tanto, el anarquismo y, peor aún, el comunismo:

“Con el latín malus [malo] (y a su lado pongo mélas [negro]), acaso se caracterizaba al hombre vulgar en cuanto a piel oscura, y sobre todo que fuese un hombre de cabellos negros (hic niger est [él es negro]); en tanto que fuese un habitante preario del suelo italiano, que se distinguiese de la raza blanca, es decir de la raza aria de los conquistadores […] Los celtas, dicho sea de paso, son una raza completamente rubia; se comete una injusticia cuando a esas fajas de población, esencialmente de cabellos oscuros, que es posible observar en esmerado mapas etnográficos de Alemania, se les relaciona, como hace todavía Virchow, con una procedencia celta, o una mezcla de sangre celta; en esos lugares aparece, antes bien, la población prearia de Alemania (y lo mismo puede decirse de casi toda Europa; en lo esencial, la raza sometida ha acabado por predominar ahí mismo, en el color de la piel, en lo corto del cráneo y tal vez en los instintos intelectuales y sociales; ¿quién garantiza que la moderna democracia, el todavía más moderno anarquismo y, sobre todo, aquella tendencia hacia la commune [comuna], hacia la forma más primitiva de sociedad (tendencia que hoy es propia de todos los socialistas de Europa) no significa en lo esencial un gigantesco contragolpe, y que la raza de los conquistadores y señores, la de los arios, no está sucumbiendo incluso fisiológicamente?)”[46].

El superhombre es resultado de la cría de casta, la segregación racial y de la selección de individuos fuertes en la reproducción de la especie. En esto no hay engaño posible:

“Estas disposiciones resultan sumamente instructivas [se refiere a la legislación de castas como el Manú de la India] en ellas vemos, ante todo, la humanidad aria completamente pura y completamente originaria, y comprobamos que el concepto de pureza de sangre dista mucho de ser una idea banal […] El cristianismo surgido de raíces judías y sólo explicable como planta característica de ese suelo, representa el movimiento opuesto a toda moral de cría, de raza y de privilegio. Es la religión antiaria por excelencia […] la rebelión general de todos los oprimidos, miserables, malogrados y fracasados dirigida contra la raza; la venganza eterna de los chandalas [la casta más baja de la sociedad de castas india] convertida en religión del amor”[47].

El tema del antisemitismo en Nietzsche es, a pesar de todo, polémico. Es verdad que en sus escritos pueden encontrarse ideas contradictorias acerca de los judíos, pero incluso cuando los elogia lo hace en términos racistas:

“Los judíos son un antídoto contra el nacionalismo, esa última enfermedad de la razón europea. En la insegura Europa son quizá la raza más fuerte: superan a todo el occidente de Europa por la duración de su proceso evolutivo. Su organización presupone un devenir más rico, un número mayor de etapas que el de los otros pueblos. Como cualquier otro organismo, una raza solo puede crecer o perecer: el estancamiento es imposible. Una raza que no ha perecido, es una raza que ha crecido incesantemente. La duración de su existencia indica la altura de su evolución: la raza más antigua debe ser también la más alta. En la Europa contemporánea los judíos han alcanzado la forma suprema de la espiritualidad: la bufonada genial”.

La raza judía que Nietzsche acepta para formar su mezcla racial superior (junto con los arios rubios, los celtas blancos) es la aristocracia judía (mezcla que debe hacerse con mucho cuidado, según recomienda explícitamente):

“Habría que dar acogida a los judíos, con toda suerte de precauciones, llevando a cabo una selección en un sentido parecido al de la nobleza inglesa. Es evidente que quienes podrían relacionarse con ellos sin la menos cautela serían los tipos más fuertes y más reciamente formados del nuevo germanismo, por ejemplo los oficiales nobles de la Marca de Brandenburgo […] el problema europeo, tal como yo lo veo, es el de la selección de una nueva casta que gobierne Europa”[48].

Fueron los judíos pobres, los zelotes, los que, según Nietzsche, con su “resentimiento” de esclavos y su fanatismo sustituyeron la moral aristocrática del Imperio Romano por lo que, a la postre, sería la moral cristiana (véase La genealogía de la moral, El anticristo o Cómo se filosofa a martillazos):

“[…] han sido los judíos el pueblos más fatal de la historia. Su influencia ha falseado a la humanidad de tal modo, que hoy el cristiano puede sentir de una manera antisemita, sin considerarse consecuencia extrema del judaísmo”[49].

“Eso es debido a la raza. El arte de mentir santamente, que es tan propia del judaísmo y cuyo aprendizaje es uno de los más difíciles y exige un perfeccionamiento técnico de muchos siglos, ha llegado al sumo grado de perfección en el cristianismo. El cristianismo, esa última ratio de la mentira, es el judío, siempre judío, triplemente judío”[50].

Se podrían agregar más citas al respecto. Lo que nos interesa, aquí, es señalar que las ambigüedades en la interpretación quizá provienen del hecho de que aunque Nietzsche despreciaba profundamente a las masas y a su moral de esclavos —señaladamente al judaísmo, o por lo menos al sector del que surgió el cristianismo primitivo, como expresión de la rebelión de los oprimidos— les reconoce la virtud de la astucia para utilizar su peso numérico y haber dominado con ello a la sociedad con su moral y una política liberal (este reconocimiento lo hace en Crepúsculo de los ídolos). Así pues, cuando Nietzsche elogia a los judíos lo que hace es reconocer su antigüedad como raza y las virtudes que los esclavos se han dado para imponerse; reconocimiento que en nada disminuye su odio hacia los “malogrados” ni sería, tampoco, un argumento para refutar su antisemitismo (por lo menos hacia el sector plebeyo del judaísmo).

Sin embargo, Nietzsche fue sólo el precursor literario, no el fundador, de un movimiento que, sin basarse primordialmente en sus obras, expresaba el mismo resentimiento reaccionario. El nazismo fue, al menos antes de derivar en una dictadura militar, un movimiento de masas conformado para aplastar a las organizaciones de izquierda y salvar al capitalismo; Nietzsche odiaba a las masas. Éste era incapaz de formar un movimiento social (como sí lo hizo Hitler), y aunque pretendía una “gran política” que implicaba “el dominio del mundo” por una raza de señores, ni siquiera fue capaz de fundar su proyectada academia con tres individuos… incluido él. Nietzsche profesaba ideas políticas reaccionarias pero era, hasta la médula de sus huesos, un literato con una sensibilidad a flor de piel no hecho para la política. Incapacitado frecuentemente por el “eterno retorno” de sus depresiones, muchas de las bravatas de Nietzsche, tales como su afán megalómano por ser un “superhombre”, pudieran entenderse como “compensaciones”, en el marco de sus orígenes aristocráticos, frente a su dolorosa debilidad e impotencia; estas dolencias físicas y emocionales le sirven a Penella, biógrafo de Nietzsche, para explicar, en parte, su filosofía.

El nazismo era profundamente anti-intelectual y Hitler un asno que aunque leía bastante lo hacía para fortalecer sus prejuicios y manías (aunque es inocultable, sin embargo, que hace referencia al Superhombre en Mi Lucha y en su biblioteca personal figuraban obras del filósofo alemán). Más influenciados “teóricamente” en el misticismo y el ocultismo (teosofía), los “teóricos” nazis, salvo algunas excepciones, difícilmente leyeron al Nietzsche que ensalzaron una vez en el poder como el “primer filósofo alemán”. Era más probable que lo leyeran los soldados nazis quienes debían llevar La voluntad de poder en sus mochilas.

La hermana de Nietzsche, Elizabeth (quien sí fue una nazi convencida), utilizó el archivo de su hermano para impulsar su trayectoria “académica”, obteniendo un “Honoris causa” del régimen nazi; compiló un volumen póstumo bajo el título de La voluntad de poder que se presentaba como la obra cumbre de Nietzsche, “lectura obligatoria que los soldados alemanes portaban en sus mochilas”[51]; no obstante, Elizabeth no debió esforzarse demasiado dadas las similitudes innegables.

Se dice que el “Nietzsche nazi” es producto de la tergiversación de su obra póstuma, especialmente en el libro La voluntad de poder, como si aquélla fuera lo único que Nietzsche hubiera escrito. El problema de ver en La voluntad de poder la simple manipulación pronazi es que fue publicada por vez primera muchos años antes (1901) de que Hitler tomara el poder, por lo que los señalamientos de que fue compilada con un criterio nacionalsocialista no parecen muy sólidos. Pero incluso concediendo que la fanática hermana de Nietzsche hubiera manipulado los textos en el sentido racista que la militancia antisemita de su esposo exigía, no hay nada en La voluntad de poder que no esté presente en las obras más representativas de Nietzsche, las cuales se publicaron bajo su quisquilloso cuidado. Por su correspondencia sabemos que Nietzsche estaba escribiendo La voluntad de poder de la cual su Zaratustra no sería más que una especie de vestíbulo. Parece ser que la manipulación hecha por Elizabeth, por lo menos de este escrito en particular, consistió más en la compilación negligente que en la tergiversación abierta. Heidegger —a quien se le suele elogiar su lectura de Nietzsche por los mismos que suelen escamotear la abierta militancia nazi de aquél— sostenía que La voluntad de poder era la obra capital de Nietzsche. Pero incluso prescindiendo de ésta no haría falta nada que no encontremos en el resto de su obra.

Aceptando que el nazismo no se inspiró directamente en las ideas reaccionarias y racistas de Nietzsche, no es exagerado, sin embargo, ver en este a un precursor ideológico —no organizativo— de prejuicios reaccionarios que enarbolará posteriormente el movimiento nazi.

Lo que sí parece una enorme conspiración del silencio y la tergiversación son los intentos sistemáticos del establishment académico y editorial por ocultar las innegables posiciones racistas, antisemitas, clasistas; en fin, todas las coincidencias con el nazismo; que se encuentran al por mayor en textos en los que no se puede sospechar de que Nietzsche no se expresara en sus propios términos. Si uno teclea en Wikipedia, por ejemplo, el Crepúsculo de los ídolos encontrará reseñas temáticas que no mencionan para nada el contenido racista, las referencias a la bestia rubia y el glorioso pasado ario, la apología de la esclavitud, etc., cuando son estos temas elementos centrales y recurrentes en ésta y otras obras de Nietzsche. Pareciera que la tensión entre la forma bella y sugerente de la escritura y, por otra parte, el contenido monstruoso de gran parte de sus ideas filosóficas y políticas fuera tan insoportable para la academia, que ésta optó por la negación, la tergiversación y el ocultamiento de los “cuerpos muertos”. Nietzsche escribe tan “bonito” y nos ha dado tanto a las academias y filósofos que no podemos ventilar asuntos incómodos, ni sacrificar a la “gallina de los huevos de oro” o a la “Vaca sagrada” que nos dota de becas y grados académicos. Esto no parece muy serio “académicamente”, ni muy honesto. Sería más “elegante” ventilar abiertamente las posiciones impresentables de Nietzsche para después reinterpretar sus aforismos en el sentido que se quiera (en un sentido liberal, en uno izquierdista, de la “superación personal”, en el sentido ateo, etc.) o simplemente aclarar que se van a leer como poemas de libre interpretación. Por lo menos de este modo no se perdería la honestidad intelectual ni habría necesidad de hacer toda suerte de contorciones argumentales para tratar de ocultar el Sol con un dedo.

Se ha mitificado a Nietzsche como escritor, al mismo tiempo que se trata de escamotear lo que escribió; se ha idolatrado su forma de escribir, al mismo tiempo que se ha sepultado el contenido de sus obras; se ha fragmentado sus ideas, ignorando el hilo conductor que une sus oscuros aforismos. Debemos creer como dogma lo que Derrida y Foucault dicen de lo que supuestamente afirmó Nietzsche —el Nietzsche íntegro se le pretende conocer de segunda mano—, pero no debemos creer lo que Nietzsche ha escrito por sí mismo. Debemos tener fe y creer lo que dicen los posmodernos sobre lo que Nietzsche no quiso decir, pero jamás creerle lo que Nietzsche literalmente escribió. Si Nietzsche escribió ideas racistas, la “hermenéutica” posmoderna, es decir la sofística, sostendrá que lo que quiso decir fue todo lo contrario. ¡Si Nietzsche se declara antisocialista, Paul Ricoeur llegará a convencernos de que aquél y Marx viven juntos y felices en el mundo maravilloso de los “filósofos de la sospecha”! Nietzsche ya había respondido a este tipo de actos de fe: “Vosotros me veneráis; pero ¿habéis pensado en el día que se derrumbe esta veneración? Cuidad de no morir aplastado por una estatua […] Así hace todos los creyentes: por eso vale tan poco la fe”[52].

Sin embargo, las observaciones psicológicas por más verosímiles que pudieran ser dejan sin explicar, por sí mismas, el contenido político y social de una ideología. Aun haciendo abstracción de las consideraciones anteriores —de carácter secundario, anecdótico y subjetivo— las similitudes entre las ideas de Nietzsche y el nazismo deberían llamarnos aún más la atención si aceptamos que no hubo influencia directa, serían la evidencia clara de que tanto Nietzsche como el nazismo expresaban a un sector social: al capital imperialista y a las capas parasitarias de la sociedad, exasperadas y resentidas; aquí está, a nuestro juicio, la clave para entender las similitudes. Más que influencia, aceptando que no la hubo, estaríamos ante un caso claro de “convergencia” clasista.

No es casualidad, entonces, que en Nietzsche, como en el movimiento nazi, encontremos todo un proyecto político totalitario y racista: las delirantes referencias a la “bestia rubia” que supuestamente fue domesticada y castrada por la moral cristiana, esa romántica idealización del pasado rural (Nietzsche, como el nazismo, se inspiraba, además de en la Grecia homérica, en las zagas heroicas del pasado nórdico), la idealización racista de un pasado ario puro y aristocrático… ese rechazo a la ilustración y al humanismo, esa apología de la esclavitud, ese racismo antisemita, esa “peculiar” interpretación de Galton y Darwin (la esterilización selectiva); la obsesión de que el matrimonio debe servir para crear un “hombre superior” (los nazis lo intentarán en la práctica), las mujeres sólo serán incubadoras dóciles (los nazis llevarían a la práctica esta idea con su Lebensborn), la apología de la guerra (Nietzsche quería abrir con ella una nueva cultura, Hitler su Germania), la delirante idea del “pueblo elegido” que debe imponerse violentamente a los demás, ese odio por los trabajadores (Nietzsche no quería obreros asalariados, quería esclavos), no falta el psicópata proyecto de “aniquilar a millones de malogrados”, esa “filosofía de la vida” que promueve la liquidación de lo “débil”. Casi todo está allí, imposible negarlo. Probablemente el único reparo sería el carácter plebeyo del nazismo que hubiera repelido a un filósofo que odiaba a las masas, pero hay que observar que Nietzsche no se oponía a un movimiento político que dividiera militarmente a la sociedad o que educara a las masas para ser sumisas y obedientes, como lo hizo tanto el fascismo como en nazismo. Nietzsche no participó en el nazismo, es verdad… aunque quizá sólo sea porque murió el 25 de agosto de 1900.


[1] Nietzsche mismo define por sus formas, modales y valores distinguidos a la “raza superior”. Visto de este modo la forma poética de Nietzsche es una manifestación formal de su pensamiento aristocrático. La paradoja es aparente.

[2] “¿Vas a juntarte con mujeres? Pues, ¡no te olvides del látigo! Así habló Zaratustra” Así hablaba Zaratustra, México, Editores Mexicanos Unidos, 2002, p. 50. Estos desatinos los escribió un hombre que fue incapaz, salvo algunas excepciones, de establecer relaciones estables con mujeres que no fueran su madre y su hermana, a quienes pocas veces contrarió, es más probable que esto fuera otra fuente de su machismo. Nietzsche fue, desde los 4 años de edad, educado por su madre y su abuela, era el único hombre en la familia; pero, como frecuentemente sucede, su machismo y misoginia fueron inculcados por las mujeres que lo educaron y lo idolatraron… y por aquellas otras que lo rechazaron.

[3] Que no se nos reproche la injuria contra el filósofo puesto que Nietzsche se define a sí mismo de la misma forma: “Mis libros […] Llegan en todas partes al máximo de la elevación terrena: al cinismo […]” Nietzsche, Ecce homo, México, Editores Mexicanos Unidos, 2002, p. 69.

[4] El hecho de que no militara en ninguna organización política no niega el contenido político de sus ideas, como las almas ingenuas han querido señalar. Si no militaba activamente es sólo porque “únicamente después de mí empezará la gran política” (Nietzsche Ecce homo, México, Editores Mexicanos Unidos, 2002, p.149.) El que Nietzsche se haya ofrecido como voluntario en la guerra franco-prusiana (del lado prusiano por supuesto) habla mucho de la tradición aristocrática de su familia. En esta guerra sólo pudo ser camillero porque su nacionalidad adoptiva (Suiza), neutral en el conflicto bélico, le impidió tomar las armas. Su germanofobia se debe a su odio a la cobardía, postración, al idealismo alemán y a la frialdad con que sus compatriotas acogieron su genialidad; pero Nietzsche abogaba por un imperialismo de un cariz muy superior al puramente alemán, su sueño era el de una Europa unificada que dominara al mundo, su odio a los alemanes se debía también a que, según él, ellos impidieron esa unificación paneuropea con su cobardía idealista. (véase: Ibid., p. 140); esto es un programa político acabado, serán los Nazis quienes intentarán llevarlo a cabo.

[5] Nietzsche señala la supuesta estirpe aristocrática de su familia “[…] mis antepasados formaban parte de la alta nobleza polaca, y yo heredé de ellos el instinto de la raza, casi podría decir que el liberum veto” Nietzsche, Ecce homo, México, Editores Mexicanos Unidos, 2002, p. 22 (si bien, según Penella, la estirpe noble y polaca de Nietzsche no fue más que un cuento de la abuela de Nietzsche, que éste gusto de presumir durante toda su vida). Acerca de su vocación contra-revolucionaria Nietzsche señala la influencia de su padre quien “estaba a cargo de cuatro princesas […] su protector, el rey de Prusia Federico Guillermo IV, fue quien le nombró para semejante cargo, y siendo como era agradecido, los sucesos de 1848 le apenaron hasta un extremo inconcebible”. (Ibid., p. 23.) Es muy instructiva la biografía escrita por Manuel Penella: Nietzsche, la utopía del Superhombre; ésta tiene la virtud de vincular, aunque muy someramente, la vida profana de Nietzsche (sí, Nietzsche vivió en un contexto histórico aunque muchos se resistan a aceptarlo) con su pensamiento aristocrático y elitista, además hace agudos cometarios sobre la psicología megalómana de Nietzsche y sus posible fuentes. Ello se agradece y hace de esta biografía la única seria que conocemos.

[6] Nietzsche se burló de aquéllos que querían negar la existencia de un mensaje intrínseco en sus obras: “No puedo menos que reconocer el goce que me ha causado muchas veces la inocencia con que procuran algunos negar todo valor a mis obras […] en tal caso ocurre un fenómeno estupendamente sencillo: que no se comprende una sola palabra de lo que dice el autor y que el lector se hace la ilusión de que allí donde él no entiende nada, no hay nada…”. (Nietzsche, Ecce homo, México, Editores mexicanos unidos, 2002, pp. 65-66.

[7] Citado por Herbert Frey, en: El otro Nietzsche: su legado cien años después ITAM. biblioteca.itam.mx/estudios/60-89/75/HerbertFreyElotroNietzsche.pdf

[8] Citado en: Penella, Manuel, Nietzsche y la utopía del superhombre, Ediciones Península, Barcelona, 2011, p. 419.

[9] Ibid., P. 66.

[10] Penella, Manuel, Nietzsche y la utopía del superhombre, Ediciones Península, Barcelona, 2011.

[11] “Mi “humanismo” no consiste en simpatizar con el prójimo, sino en soportarlo junto a mí. Mi humanismo es una constante auto-victoria” (Nietzsche, Ecce homo, México, Editores Mexicanos Unidos, 2002, p. 33).

[12] En su libro Nietzsche y la filosofía, Deleuze subraya el sentido “crítico” de la filosofía de Nietzsche, pero omite señalar desde qué lado del espectro político se hace esa “crítica”.

[13] “Pero yo les digo que su amor al prójimo es un mal amor a su propia persona.” (Nietzsche, Así hablaba Zaratustra, México, Editores Mexicanos Unidos, 2002, p. 45).

[14] Véase, por ejemplo, el libro primero de La Gaya Ciencia.

[15] Esta es la tesis fundamental de su magnum opus Así habló Zaratustra.

[16] Nietzsche, Cómo se filosofa a martillazos, México, Grupo Editorial Tomo, 2004, pp. 128-129.

[17] Ibid., p. 126.

[18] En Cómo se filosofa a martillazos, libro también conocido como Crepúsculo de los ídolos, Nietzsche somete a Sócrates a un juicio tan implacable como revelador del pensamiento de filósofo alemán: “Por su origen, Sócrates pertenecía a lo más bajo del pueblo: Sócrates era chusma. Se sabe, e incluso hoy se puede comprobar, lo feo que era. Pero la fealdad, que sí era una objeción, era entre los griegos casi una refutación. ¿Fue Sócrates realmente un griego? Con bastante frecuencia, la fealdad se debe a un cruce que entorpece la evolución. En otros casos, es signo de una evolución descendente” (Nietzsche, Op cit. p. 23).

[19] “[en la Ley de Manú de la India] se plantea la tarea de criar a un mismo tiempo nada menos que cuatro razas: una sacerdotal, otra guerrera, otra de comerciantes y labradores, y otra de siervos (los sudras) […] si venimos de respirar de ese aire de hospital y de cárcel que es el aire del cristianismo, respiramos aliviados al respirar este mundo más sano, más elevado y más amplio” (Nietzsche, Cómo se filosofa a martillazos, México, Grupo Editorial Tomo, 2004, pp. 67-68).

[20] Sus enfermedades gástricas, dolores de cabeza, problemas de visión y sus padecimientos emocionales lo condenaron de forma cíclica al ostracismo. No obstante, no parece haberla pasado del todo mal; la otra constante en su vida es del siguiente tenor: la meditación en las playas del mediterráneo, en los bosques de pino de Génova, la pesca en Suiza, recuperación en balnearios, Venecia, un viaje solitario en un velero, etc. sus preocupaciones existenciales se reducían en muchos casos a elegir el mejor clima y el mejor país para mudarse o para pasar la vacaciones tratando de mejorar su ánimo (por ejemplo a la misma casa donde, en Turín, se había hospedado Carlos Alberto VI); las molestias que le generaban el sonido de las olas rompiendo contra las rocas (que lo distraían en la composición de su Zaratustra), a la disertación exquisita sobre la mejor forma de alimentarse o el mejor clima, a la especulación sobre los caracteres nacionales relacionados con el clima y a la supuesta constitución sanguínea, al cultivo de las formas altivas, exquisitas y nobles, a la frustración por sentirse un genio incomprendido (sus obras encontraron una gélida recepción, sus clases semivacías) y a su desprecio frente a todo lo alemán.

[21] “En todos los pasajes que tienen una significación psicológica, no se habla más que de mí. Podría sustituirse impunemente el nombre de Wagner por el mío o por la palabra Zaratustra […] Wagner es el único que se dio cuenta de esto: le fue imposible reconocerse en la obra” (Nietzsche, Ecce Homo, México, Editores Mexicanos Unidos, 2002, p. 83).

[22] Nietzsche esboza su egoísmo como un proyecto político que debe ser retomado en el futuro, cuando haya seres capaces de comprenderlo: “Ese nuevo partido, que será el partido de la vida y que emprenderá la más hermosa misión de todas las misiones: la disciplina y el perfeccionamiento de la humanidad, destruyendo implacablemente cuanto presente caracteres degenerativos o parasitarios. Ese partido volverá a hacer posible la presencia sobre la tierra del excedente vital, de donde saldrá indudable y renovada la condición dionisíaca. Yo anuncio el advenimiento de una época trágica. Cuando la humanidad tenga detrás de sí la consciencia de las guerras más cruelmente necesarias, pero sin que haya sufrido, entonces aparecerá el arte más elevado, afirmativo de la vida.” Nietzsche, Ecce homo, pp. 82-83. Su idea de política consiste en una “trasmutación de los valores” en donde el egoísmo aristocrático sea considerado como la verdad, la “voluntad de poder” deberá imponerse a cualquier costo: “Habrá guerras de una crueldad y de un valor desconocido en la tierra” Ibid., P. 149. Propugna por un Estado “antiliberal hasta la maldad” (Penella, Op cit. P. 406).

[23] Nietzsche, Ecce homo, México, Editores mexicanos unidos, 2002, p.20.

[24] “Voluntad de guerrear” es, según las memorias de le hermana de Nietzsche, la primera formulación del super-hombre que a éste se le ocurrió cuando vio a un contingente de soldados dispuestos morir en el frente (Cf. Penella, Manuel, Nietzsche, la utopía del super-hombre, pp. 99-100, en las notas a pie).

[25] Conferencia de Nietzsche citada en Penella, Manuel, Nietzsche, la utopía del superhombre, Barcelona, Ediciones Península, 2011, p. 130.

[26] En su lectura de Dostoievski encontró a los tipos criminales como “bestias más enteras”, no por otra razón acabaron encarceladas. Cf. Penella, Op.cit. p. 364.

[27] “una época en la que el espíritu alemán, que no hacía aún mucho tiempo que había tenido la voluntad de dominar sobre Europa, la fuerza de guiar Europa, acababa de presentar su abdicación definitiva e irrevocable, y, bajo la pomposa excusa de fundar un Reich, realiza su tránsito a la mediocrización, a la democracia y a las ‘ideas modernas’!” (Nietzsche, Ensayo de autocrítica en El nacimiento de la tragedia, México, Grupo Editorial Tomo, 2010, p. 16).

[28] Nietzsche, La gaya ciencia, México, Editores mexicanos unidos, 2001, p. 299.

[29] Nietzsche, F. “Ensayo de autocrítica” en El nacimiento de la tragedia, México, Grupo Editorial Tomo, 2010, p. 16.

[30] Nietzsche, Así hablaba Zaratustra, México, Editores mexicanos unidos, 2002, p. 217.

[31] “Educación superior y gran número, son dos cosas contradictorias a priori entre sí. Toda educación superior corresponde sólo a las excepciones: hay que ser privilegiado para tener derecho a un privilegio tan elevado. Nada grande ni bello puede ser nunca patrimonio común. Lo bello es cosa de pocos hombres.” (Nietzsche, Cómo se filosofa a martillazos, México, Grupo Editorial Tomo, 2004, p. 79.)

[32] Conferencia citada por Penella, Op. cit.p. 121.

[33] En Ecce homo la megalomanía y el egoísmo culto alcanzan cimas delirantes. Paul Rée, amigo de Nietzsche y aristócrata como él, dijo en alguna ocasión que Nietzsche no filosofaba… deliraba. Se ha dicho que esta obra, publicada póstumamente, refleja ya la locura de Nietzsche, así que no se debería tomársele demasiado en serio; no obstante cualquiera que conozca la obra de Nietzsche sabrá identificar que el estilo es el mismo (quizá contenga unos grados más de narcisismo); que el contenido, a pesar de su megalomanía enfermiza, es coherente, consistente, el ingenio punzante del estilo sigue intacto; de tomarse enserio a aquellos que pretenden tomar por loco a Nietzsche antes de tiempo, se debería ignorar también libros como Así hablaba Zaratustra porque el estilo y el contenido permanecen: “no he dicho ahora una sola palabra que no dijera ya hace cinco años por boca de Zaratustra” aclara el mismo Nietzsche. Lo que irrita o pone incómodos a algunos intérpretes de Nietzsche es que en Ecce homo aquél es tan claro que impide las interpretaciones humanistas e ilustradas; Nietzsche acaba con este intento cuando explica sus ideas obra por obra. Durante sus últimos 11 años, a partir de que Nietzsche perdió la razón (1889), dejó de escribir; es evidente que en Ecce homo, aun cuando padeciera de delirios de grandeza, estaba tan lúcido como en cualquier otra de sus obras. Ecce homo es más bien, una especie de testamento, una autobiografía literaria, una síntesis de sus principales ideas, se precavía de cualquier interpretación pía y “degenerada” de su obra. Este libro no tiene desperdicio porque es el mismo Nietzsche quien refuta cualquier interpretación a la izquierda de sus ideas. Si se nos permite una vulgar analogía, los intentos de declarar demente a Nietzsche antes de tiempo recuerdan el episodio donde se intentó declarar loco a Miguel de la Madrid Hurtado pues éste había hablado demasiado y ello resultaba altamente inconveniente.

[34] Nietzsche, La gaya ciencia, México, Editores Mexicanos Unidos, 2001, p. 81.

[35] Nietzsche, Ecce homo, México, Editores Mexicanos Unidos, 2002 p. 143.

[36] Por ejemplo, Fernando Savater hace a Nietzsche heredero de la ilustración y el humanismo, véase de este autor: Idea de Nietzsche, Ariel, Barcelona, 2000.

[37] Nietzsche, Así hablaba Zaratustra, México, Editores mexicanos unidos, 2002, pp. 104-105.

[38] Ibid, p. 73.

[39] Ibid., p. 218.

[40] Trotsky, Literatura y revolución, México, Juan Pablos, 1973, p. 25.

[41] Serge, V. Vida y muerte de León Trotsky, México, Juan Pablos, 1971.

[42] La posición social de Nietzsche no puede calificarse realmente como de “rentista” puesto que no era dueño de capital en sentido estricto. Sin embargo sus relaciones sociales estaban estrechamente vinculadas con la elite intelectual y social aristocrática-rentista: Su padre fue pastor de Röcken por gracia del rey Federico IV (quien fue derribado por la revolución de 1848, lo que impactó hondamente a un Nietzsche de 4 años); su círculo social estaba compuesto por duquesas, barones, baronesas, terratenientes y la realeza. Además de su temprana jubilación (¡a los 34 años!), vivió durante años de una pensión y de los favores de gente acomodada (como el mismo Wagner cuyo mecenas era el rey Luis II de Baviera), sus amigos le recomendaban cazarse “por interés” con alguna duquesa aunque apenas y pudo relacionarse, aparte de Cosima, mujer de Wagner, con algunas mujeres: Malwida aristócrata de quien rechazó su oferta de matrimonio, una tal Louise Ott y Lou Salome de la que Nietzsche se enamoró perdidamente y quien también rechazó los lances matrimoniales del “filósofo del futuro”. El que fuera profesor no debe llamarnos al engaño respecto a su posición social, la docencia ocupaba un puesto muy marginal en sus intereses, pudo jubilarse con poco más de 10 años de trabajo y a menudo su “semana laboral” era de apenas 6 horas. En sentido estricto Nietzsche pertenecía a una aristocracia parasitaria que no debía preocuparse por nada más que de sí misma.

[43] A propos de la philosophie du surhomme, en Cahiers Leon Trotsky, vol. I, pp. 105-120.

[44] Trotsky, L. Literatura y revolución otros escritos sobre la literatura y el arte, España, Ruedo Ibérico, 1969, pp. 158-159.

[45] Nietzsche, Genealogía de la moral, México, Grupo editorial tomo, 2013, p.46.

[46] Ibid. pp. 29-30.

[47] Nietzsche, Cómo se filosofa a martillazos, México, Grupo editorial Tomo, 2004, p. 69-70.

[48] Nietzsche, Más allá del bien y del mal, México, Grupo editorial tomo, 2002, p.226.

[49] Nietzsche, El anticristo, México, Ediciones leyenda, 2011, p. 38.

[50] Ibid. p. 69.

[51] Frey, Herbert, El otro Nietzsche. Su legado cien años después, México, ITAM, p. 15, en: biblioteca.itam.mx

[52] Nietzsche, Ecce homo, México, Editores mexicanos unidos, 2002, p.15-16.   

Fecha: 14 de diciembre de 2015

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