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Presentamos el prólogo de Alan Woods a la nueva edición del "Manifiesto del Partido Comunista", de Marx y Engels, la obra fundacional del movimiento marxista internacional.

A primera vista, parece que la publicación de una nueva edición del Manifiesto exige una explicación ¿Cómo se puede justificar la reedición de un libro escrito hace más de 150 años? Si echamos un vistazo a cualquier libro burgués de ese periodo sobre los mismos temas, nos daremos cuenta rápidamente de que ese libro no tendrá más que un mero interés histórico, sin aplicación práctica alguna. No obstante, el libro que nos ocupa es el documento más moderno que existe.

He aquí un análisis profundo que, en muy pocas palabras, explica todos los fenómenos más fundamentales de la situación actual a nivel mundial. El Manifiesto del Partido Comunista es incluso más verdad hoy que cuando apareció, en 1848. Pongamos sólo un ejemplo. En el período en que Marx y Engels escribían, el capitalismo de los grandes monopolios se encontraba muy lejano en el futuro. No obstante, explicaron cómo la libre empresa y la competencia inevitablemente conducirían a la concentración del capital y a la monopolización de las fuerzas productivas.

Resulta francamente divertido leer las afirmaciones de los defensores del capitalismo cuando dicen que Marx se equivocó en esta cuestión, ya que fue éste precisamente uno de sus aciertos más brillantes e innegables. Hace algunas décadas se puso de moda el lema “lo pequeño es bello” (small is beautiful). Sin entrar en un debate sobre la estética de lo pequeño, lo grande o lo mediano (algo sobre lo que cada cual es perfectamente libre de opinar), es un hecho absolutamente indiscutible que el proceso de concentración del capital previsto por Marx ha tenido lugar, está teniendo lugar y, de hecho, ha alcanzado unos niveles sin precedentes en las últimas décadas.

Cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto, no había ninguna evidencia empírica de sus afirmaciones. Por el contrario, el capitalismo de su época se basaba enteramente en las pequeñas empresas, el libre mercado y la competencia. Hoy en día, la economía de todo el mundo capitalista está dominada por un puñado de gigantescos monopolios transnacionales como Exxon o Walmart. Estos gigantes poseen fondos que superan con creces los presupuestos nacionales de muchos Estados. Las predicciones del Manifiesto se han hecho realidad de una forma más clara y completa que la que el propio Marx jamás podría haber imaginado.

En los tiempos de Marx y Engels, Gran Bretaña era el país capitalista más desarrollado. EEUU ocupa hoy el mismo lugar que anteriormente ocupaba el imperio británico. En los Estados Unidos, donde el proceso puede ser visto de una forma particularmente clara, las 500 mayores empresas listadas por Fortune 500 representaban el 95,3 por ciento del total del PIB en 2015. Si estas 500 empresas formaran un país independiente, serían la segunda mayor economía del mundo, sólo superada por los propios Estados Unidos. En 2015, estas 500 empresas generaron 945.000 millones de dólares en ganancias. A escala mundial, las 2.000 empresas más grandes suponen actualmente 39 billones de dólares en ingresos, más de 3 billones de dólares en ganancias, 162 billones de dólares en activos y 48 billones de dólares en valor de mercado, con un 25 por ciento de aumento de los beneficios entre 2011 y 2015.

Los defensores del capitalismo no pueden perdonar a Marx porque, en un momento en que el capitalismo se encontraba en la etapa de vigor juvenil, fue capaz de prever las causas de su degeneración senil. Durante décadas negaron rotundamente su predicción del proceso inevitable de la concentración del capital y el desplazamiento de las pequeñas empresas por los grandes monopolios.

El proceso de centralización y concentración de capital ha llegado a proporciones nunca vistas anteriormente. El número de adquisiciones ha alcanzado niveles pasmosos en todos los países capitalistas avanzados. Sin embargo, esto no significa un aumento de la producción, sino todo lo contrario. La intención de los capitalistas no es invertir en nuevas plantas y maquinaria, sino, al contrario, cerrar empresas enteras y despedir a los trabajadores para aumentar los márgenes de beneficios sin aumentar la producción. En muchos casos, estas absorciones están íntimamente vinculadas a todo tipo de prácticas turbias –información privilegiada, falsificación de precios de las acciones y otros tipos de fraude, hurto y estafa–, como ha revelado el escándalo de la manipulación de la tasa de interés Libor por Barclays y otros grandes bancos.

La concentración del capital ha creado niveles de desigualdad que no tienen precedentes. Un enorme poder se concentra en manos de una pequeña minoría de hombres y mujeres súper ricos que realmente controlan las vidas y los destinos de los pueblos del mundo. Un estudio realizado por la organización benéfica contra la pobreza Oxfam, publicado en enero 2015, muestra que la proporción de la riqueza mundial propiedad del 1% más rico aumentó del 44% en 2009 al 48% en 2014. De seguir las tendencias actuales, el estudio predice que el 1% más rico será dueño de más del 50% de la riqueza del mundo para 2016. La directora ejecutiva de Oxfam, Winnie Byanyima, dijo que la magnitud de la desigualdad global era “sencillamente asombrosa”1.

La crisis del capitalismo

En el largo período de auge capitalista que se extiende desde 1948 a 1973, la burguesía logró, de una forma parcial y temporal, superar las dos contradicciones fundamentales de su sistema: la propiedad privada y el Estado nacional. Esto lo hizo, por un lado, mediante la aplicación de métodos keynesianos (capitalismo de Estado) y, por el otro, con la participación en el comercio mundial. Pero ahora todo esto se ha acabado. El viejo modelo ha llegado a sus límites. Eso quedó demostrado por el colapso de 2008, que condujo a la crisis más profunda y prolongada de la historia del capitalismo. Con una clarividencia extraordinaria, Marx y Engels previeron la actual crisis del capitalismo hace más de 150 años:

“Pues bien: ante nuestros ojos se desarrolla hoy un espectáculo semejante. Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró. Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía. Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la sobreproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmada, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan con dar al traste el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para prevenirlas.”

Esta es exactamente la situación en que nos encontramos hoy. Durante décadas, los economistas burgueses insistieron machaconamente en que no iba a haber más auges económicos y recesiones, y que los ciclos habían sido abolidos. Elaboraron una nueva maravillosa teoría llamada “hipótesis del mercado eficiente”, según la cual, en un mercado libre, la oferta y la demanda siempre llegarían a un punto de equilibrio y, por lo tanto, una crisis de sobreproducción sería imposible.

Después del colapso de 2008 no queda piedra sobre piedra de estas ideas. Siete años después del crac del 2008, la burguesía no ha podido restaurar nada que se parezca ni por asomo el equilibrio económico. La llamada recuperación de que se jactan es la más débil de toda la historia de crisis durante los últimos 200 años de existencia del sistema capitalista. E incluso esta recuperación endeble está amenazada por una nueva caída que promete ser aún más profunda que la anterior.

Los economistas están advirtiendo que la situación será más grave porque los gobiernos ya han recurrido a los mecanismos que normalmente se utilizan para salir de una crisis y, por tanto, ahora esa avenida se encuentra cerrada. La burguesía no puede aumentar los gastos públicos porque todos los Estados están sufriendo un enorme déficit público, y no puede bajar el tipo de interés porque ya está cerca de cero. En palabras de Marx: “Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para prevenirlas.” ¡No es de extrañar que los economistas burgueses hayan empezado a leer El Capital!

La lacra del desempleo

“Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarlo decaer hasta el punto de tener que mantenerlo, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede seguir viviendo bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad”. (Manifiesto Comunista)

Estas palabras de Marx y Engels anteriormente citadas son literalmente ciertas. En todos los países, la burguesía pone el grito en el cielo: “¡Hay que recortar el gasto público!”. Este es el lema de todos los gobiernos, sean de derecha como en España o de “izquierda” como en Grecia. Esto no se debe a los caprichos individuales de los políticos de turno, sino que es una expresión gráfica de la crisis del capitalismo.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su informe Perspectivas sociales y del empleo en el mundo - Tendencias 2015, declara que la “economía mundial ha entrado en un nuevo periodo que combina un crecimiento más lento con un aumento de las desigualdades y la turbulencia”. Según los cálculos de la OIT, desde el inicio de la crisis mundial en 2008 se han perdido más de 61 millones de puestos de trabajo y el desempleo seguirá aumentando hasta el final de la década. Para el año 2019, más de 212 millones de personas se quedarán sin trabajo.

Sin embargo, incluso estas cifras subestiman la gravedad de la situación. Si incluyéramos el gran número de personas que trabajan en sectores marginales, la auténtica cifra del paro mundial no bajaría de 850 millones en estos momentos. Esto es el equivalente a 850 millones de años-hombre de pérdida de producción cada año. Esta cifra por sí sola es suficiente para demostrar que el capitalismo se ha convertido en una barrera intolerable para el progreso. Tan sólo en la zona del euro, según las cifras oficiales, hay cerca de 18 millones de parados, el 10,9% de la población activa. La cifra para España es un espeluznante 22%. En Grecia la cifra oficial es del 25%.

La carga de la crisis capitalista recae desproporcionadamente sobre los hombros de los jóvenes y las mujeres. El informe destaca que los jóvenes, especialmente las mujeres jóvenes, siguen estando desproporcionadamente afectados por el desempleo en todas las regiones del mundo. Casi 74 millones de jóvenes de 15 a 24 años estaban buscando trabajo en 2014 y la tasa de desempleo juvenil “es prácticamente tres veces más alta” que la de los adultos, averiguó la OIT.

La OIT informa que el desempleo juvenil fue especialmente problemático en Europa, con tasas de hasta el 52 por ciento en Grecia y España. La OIT prevé que entre 2014 y 2019, el desempleo juvenil se incrementará hasta en un ocho por ciento más en algunas partes de Europa, América del Sur y África. Pero en realidad la situación es mucho peor que esto. Según la Fundación Internacional para la Juventud (IYF, por sus siglas en inglés), el nivel real de desempleo juvenil del mundo puede ser “seis o siete veces más” que lo que declaran las últimas cifras de la Organización Internacional del Trabajo. En Grecia, aproximadamente, un joven de cada tres está sin trabajo, y en España la situación no es mucho mejor.

Este no es el paro cíclico del pasado, sobradamente conocido por los obreros, que aumentaba en una recesión y desaparecía en cuanto se recuperaba la economía. En EEUU ya van por el quinto año de boom, pero el paro mundial no da muestras de disminuir o, al menos, no de manera significativa. Todos los días se anuncian nuevas oleadas de recortes de plantillas y despidos. Es más, este paro aqueja a sectores que jamás habían sido afectados en el pasado: profesores, médicos, enfermeros, empleados públicos, empleados de banca, científicos e, incluso, directivos. El ambiente de inseguridad se generaliza a todos los niveles de la sociedad.

Socialismo e internacionalismo

El socialismo es internacional o no es nada. Pero el internacionalismo proletario no es producto del sentimentalismo. No es sólo “una buena idea”. Surge del análisis científico de Marx y Engels, que explica cómo la creación del Estado nacional, una de las conquistas históricamente progresistas de la burguesía, conduce inevitablemente a un sistema de comercio internacional. El tremendo desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo no se puede contener dentro de los estrechos límites del Estado nacional y, por tanto, todas las potencias capitalistas, incluso las más grandes, se ven obligadas a participar cada vez más en el mercado mundial.

Los economistas burgueses hablan mucho del fenómeno de la “globalización de la economía”, imaginando que han descubierto algo nuevo. En la práctica, fueron Marx y Engels quienes explicaron en el Manifiesto la manera en que el capitalismo se desarrolla como un sistema mundial. Hoy por hoy, sus análisis han sido brillantemente confirmados. En el momento actual nadie puede negar la dominación aplastante de la economía mundial. Este es el aspecto más decisivo de la época en que vivimos. Esta es la época del mercado mundial, de la política mundial, de la cultura mundial, de la diplomacia mundial y, también, de la guerra mundial. Ya hemos sufrido dos de éstas como consecuencia de las crisis del capitalismo. La segunda costó 55 millones de muertos y casi llegó a destruir la civilización.

Para derrocar al capitalismo es necesario que los trabajadores se organicen como clase en defensa de sus intereses. Durante muchas décadas, los obreros de todos los países, pero sobre todo los de los países capitalistas avanzados, han creado poderosos partidos y sindicatos. Pero estas organizaciones no existen en el vacío. Están sometidas a las presiones del capitalismo, que pesan especialmente sobre sus dirigentes.

Los dos obstáculos fundamentales que impiden el desarrollo de las fuerzas productivas en la época actual son la propiedad privada y el estado nacional. Un nuevo avance de la civilización humana exige la eliminación de estos obstáculos y la implantación de un nuevo sistema de producción basado en la planificación racional, científica y democrática a nivel mundial.

La bancarrota del nacionalismo en general y de aquella monstruosa aberración del mal llamado “socialismo en un solo país” en particular, quedó patente con el colapso del estalinismo e incluso antes, con la participación de las burocracias rusa y china en el mercado mundial. Todos los países de África, Asia y América Latina, que conquistaron su independencia cuando el imperialismo perdió el control directo sobre ellos, ahora se ven nuevamente subordinados a sus viejos amos mediante el mecanismo del mercado mundial, que les ata de pies y manos.

El libre desarrollo de las fuerzas productivas exige la unificación de las economías de todos los países en un plan común que permita la explotación armónica de los recursos del planeta en beneficio de todos. Esto es tan evidente que incluso lo reconocen científicos y expertos que nada tienen que ver con el socialismo, pero que están indignados por la pesadilla que vive dos tercios de la humanidad y preocupados por los efectos de la destrucción del medio ambiente. Pero sus recomendaciones bienintencionadas caen en saco roto, puesto que chocan con los intereses de las grandes multinacionales, que dominan la economía mundial y cuyos cálculos no están basados en el bienestar de la humanidad o el futuro del planeta, sino exclusivamente en la avaricia y en la búsqueda de ganancias donde sea y como sea.

En la época de la “globalización”, las contradicciones nacionales son más fuertes que nunca. En 1914 y 1939 semejantes contradicciones condujeron a una guerra mundial. Pero ahora, como consecuencia de un cambio radical en la correlación de fuerzas a nivel mundial, esta salida es imposible –al menos por ahora–. En ausencia de una solución externa, las contradicciones internas tienden a agravarse cada vez más. La clase dominante no ve otra opción que poner todo el peso de la crisis sobre las espaldas de la clase trabajadora.

¿Esclavos o seres humanos?

Los autores del Manifiesto, con increíble clarividencia, anticiparon la situación que padece actualmente la clase trabajadora en todos los países, cuando escribieron:

“En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste incrementa el capital. El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

“La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. Éste se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje.

“Y ya se sabe que el precio de una mercancía, y como una de tantas el trabajo, equivale a su coste de producción. Cuanto más repelente es el trabajo, tanto más disminuye el salario pagado al obrero. Más aún: cuanto más aumentan la maquinaria y la división del trabajo, tanto más aumenta también éste, bien porque se alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento exigido, se acelere la marcha de las máquinas, etcétera”.

En este sentido, las cosas no han cambiado mucho desde los tiempos de Marx. Los avances espectaculares de la tecnología moderna no han significado una mejora para el obrero, sino, por un lado, un aumento del desempleo y, por otro, una enorme intensificación de las presiones sobre el obrero para trabajar más horas, aceptar la flexibilización del despido y una reducción de los ingresos reales, el aumento de los ritmos de trabajo, etc.

Inventos que deberían servir para reducir la jornada laboral y aligerar la carga de trabajo, bajo el capitalismo se transforman en instrumentos para aumentar la presión sobre los trabajadores y alargar la jornada de trabajo con el fin de extraer la última gota de plusvalía de ellos. Cosas tales como ordenadores portátiles, teléfonos móviles, buscapersonas y localizadores pueden significar que el trabajador está a disposición del patrono las veinticuatro horas del día, siete días a la semana y cincuenta y dos semanas al año.

Los cambios tecnológicos significan que no sólo los trabajadores de la industria están sometidos a la presión implacable en el lugar de trabajo. Las últimas cifras de estrés en el lugar de trabajo en el Reino Unido muestran que los trabajadores del sector servicios son aún más propensos a sufrir de estrés y de presión insoportable en el trabajo. El número total de días de trabajo perdidos debido al estrés, a la depresión o a la ansiedad fue de 11,3 millones en 2013-14, un promedio de 23 días por caso de estrés, depresión o ansiedad.

Los sectores que registraron las mayores tasas de casos totales de estrés, depresión o ansiedad laborales (un promedio de tres años) fueron los relacionados con la salud humana y el trabajo social, la educación, la administración pública y la defensa. Y las ocupaciones que registraron las mayores tasas de casos totales de estrés, depresión o ansiedad laborales (un promedio de tres años) fueron profesionales de la salud (en particular enfermeros), profesionales de la enseñanza y profesionales asociados con la salud y la asistencia social (en particular, profesionales asociados con las prestaciones sociales y la vivienda).

La organización benéfica británica Mind (Mente) ha descubierto que desde el inicio de la crisis económica 1 de cada 10 trabajadores ha buscado ayuda de sus médicos y el 7% ha comenzado a tomar antidepresivos por problemas de estrés y salud mental directamente causados ​​por las presiones de la crisis en su lugar de trabajo. Los hallazgos coinciden con las estadísticas del gobierno británico que muestran el mayor aumento de todos los tiempos en la prescripción de antidepresivos, con un récord de 39,1 millones emitidos en 2009, frente a 35,9 millones en 2008. De los entrevistados, el 28% estaba trabajando más horas y un tercio dijo que los trabajadores estaban teniendo que competir unos contra otros por temor a perder sus puestos de trabajo.

Todo esto ha tenido serios efectos en la calidad de vida de las familias obreras, reflejado en un aumento en el número de divorcios y de conflictos matrimoniales. El obrero de hoy, como en tiempos de Marx, no es más que un apéndice de la maquina (el ordenador incluido), un robot, un esclavo asalariado, una máquina para producir plusvalía, y no un ser humano.

En palabras de Marx expresadas en El Capital: “[la acumulación de capital] produce una acumulación de miseria proporcional a la acumulación de capital. La acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es, donde se halla la clase que produce su propio producto como capital”. (Carlos Marx, El capital, volumen I, capítulo 23, La ley general de la acumulación capitalista.)

El método de Marx y Engels

Los asombrosos aciertos del Manifiesto no son una casualidad. Se deben al método científico del marxismo –el materialismo dialéctico, o, en su aplicación concreta a la historia, el materialismo histórico. Las bases de la teoría marxista de la historia ya estaban sentadas en escritos anteriores como La Sagrada Familia y La ideología alemana.

Es necesario recordar que el socialismo y el comunismo no empiezan con Marx y Engels. Había grandes pensadores antes que ellos que defendían la idea de una sociedad sin clases, basada en la propiedad común: Robert Owen en Inglaterra, Charles Fourier y Henri de Saint Simon en Francia, y otros. Incluso antes, en el siglo XVI, Tomas Moro escribió su libro Utopía, donde describe una sociedad comunista. Incluso antes, los primeros cristianos se organizaron en comunidades donde la propiedad privada estaba radicalmente abolida, como se puede constatar en los Hechos de los Apóstoles.

Marx y Engels calificaron a todas estas tendencias como socialismo utópico, mientras que lo que ellos defendían era el socialismo científico. ¿En qué consistía la diferencia? Para los utópicos, el socialismo era tan solo una buena idea, algo moralmente deseable que había que predicar a los hombres. Desde este punto de vista, si hubieran tenido razón, este sistema de sociedad podría haberse puesto en marcha hace dos mil años, ¡con lo cual la humanidad se hubiera ahorrado bastantes molestias! Por primera vez, Marx y Engels explicaron que el socialismo tiene una base material, que consiste en el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas –la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología. El materialismo histórico explica cómo el desarrollo histórico se basa en última instancia en el desarrollo de las fuerzas productivas.

Esta afirmación ha sido frecuentemente distorsionada por los enemigos del marxismo, que aseguran que Marx y Engels “reducen todo a lo económico”. Los autores del Manifiesto contestaron repetidas veces a esta burda caricatura, como se ve en la célebre carta de Engels a Bloch (21 de septiembre 1890):

“Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta –las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas– ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma”.

Es evidente que la religión, la política, la moralidad, la filosofía, etc., juegan un papel en el proceso histórico. No obstante, en última instancia, el éxito de un sistema socioeconómico depende de su capacidad de satisfacer las necesidades básicas de los seres humanos. Antes de poder desarrollar ideas religiosas, políticas o filosóficas, la gente necesita comer, vestirse y tener una vivienda. Desde los primeros tiempos, los hombres y las mujeres han tenido que luchar para satisfacer estas necesidades y, para la aplastante mayoría de la humanidad, este sigue siendo el caso.

En un momento determinado, surge la división del trabajo, que coincide históricamente con la división de la sociedad en clases. Por primera vez, esto significa un gran paso adelante, porque permite la creación de un excedente social y el surgimiento de una clase que está libre de la necesidad de trabajar, la clase dominante que vive del trabajo de otros: en la antigüedad, de los esclavos; después, bajo el feudalismo, de los siervos; y, por último, de los obreros asalariados bajo el capitalismo.

No obstante, a pesar de todos los sufrimientos, vejaciones e injusticias del sistema clasista, desde un punto de vista marxista, es decir, desde un punto de vista científico y no moralista, todo esto sirvió para empujar la sociedad hacia adelante. Los logros más brillantes de la ciencia, del arte y de la filosofía de Grecia y Roma estaban basados en el trabajo de los esclavos, que los romanos llamaban “instrumentum vocale” —”herramienta con voz” (la auténtica situación del obrero moderno no ha cambiado mucho).

El excedente era suficiente para emancipar a una minoría de explotadores, pero no para emancipar a la mayoría, cuya esclavitud era la condición previa para la civilización, que surge del desarrollo de las fuerzas productivas.

Marx y Engels explican que una forma de sociedad puede sobrevivir en la medida en que desarrolla las fuerzas productivas, y no desaparece hasta que haya agotado todo el potencial que posee. En este sentido, un sistema socioeconómico dado se puede comparar a un organismo vivo. Nace, crece, entra en la plenitud de sus fuerzas y, después, llega a un punto culminante, donde empieza su declive, terminando en la muerte. He aquí una maravillosa ley que sirve para explicar el desarrollo no sólo del capitalismo, sino de la sociedad humana en general. Por primera vez, nos permite comprender la historia no como algo sin sentido, producto del azar, o como la obra exclusiva de “grandes individuos”, sino como un proceso que tiene sus leyes y que puede ser comprendido, como cualquier área de la naturaleza.

De la misma manera que Charles Darwin explicó que las especies no son inmutables, sino que tienen un pasado, un presente y un futuro, que cambian y evolucionan, Marx y Engels explican que un sistema socioeconómico no es algo fijo y para siempre. Esta es la ilusión de cada época. Cada sistema social cree que es la única forma posible de existencia para los seres humanos, que sus instituciones, su religión, y su moralidad son la última palabra.

Así pensaban los caníbales, los sacerdotes egipcios, María Antonieta y el zar Nicolás. Así piensan los burgueses y sus apologistas hoy, cuando nos aseguran, sin la menor base, que el mal llamado sistema de “libre empresa” es “el único posible”, justo en el momento en que está haciendo aguas por todos lados.

La lucha de clases

“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”, dice el Manifiesto en una de sus frases más célebres. Pero, ¿qué es la lucha de clases? Ni más ni menos que la lucha por la repartición del excedente producido por la clase obrera. Y esta lucha será siempre inevitable hasta que las fuerzas productivas no hayan alcanzado un nivel de desarrollo que permita la abolición de la miseria y la escasez de productos, no sólo para una minoría privilegiada, sino para todos.

El socialismo, por lo tanto, no es sólo “una buena idea” que se puede llevar a la práctica en cualquier situación, siempre y cuando la gente lo desee. El socialismo tiene una base material, que consiste en el nivel de desarrollo de la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología. Ya en La Ideología alemana, escrito en 1845-46, Marx y Engels explicaron que el socialismo presupone “un gran incremento de las fuerzas productivas, un alto grado de su desarrollo (...) porque sin ello sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia anterior”.

Con esta frase –”toda la inmundicia anterior”– Marx y Engels tenían en mente la desigualdad, la explotación, la opresión, la corrupción, la burocracia, el Estado y todos los demás males endémicos de la sociedad clasista. Hoy, después de la caída del estalinismo en Rusia, los enemigos del socialismo intentan demostrar que las ideas del marxismo son imposibles de realizar. Pero se olvidan del pequeño detalle de que Rusia, antes de 1917, era un país bastante más atrasado que la India hoy. Lenin y los bolcheviques, que conocían perfectamente los escritos de Marx, sabían de sobra que las condiciones materiales para el socialismo se encontraban ausentes en Rusia. Pero Lenin y Trotsky jamás tuvieron la idea de una revolución nacional, del “socialismo en un solo país”, y mucho menos en un país atrasado como Rusia. Lenin y los bolcheviques tomaron el poder en 1917 con la perspectiva de una revolución mundial.

La toma del poder en Rusia dio un poderoso ímpetu a la revolución en el resto de Europa, empezando por Alemania, que podía haber triunfado de no ser por la cobardía y la traición de los dirigentes socialdemócratas, que salvaron al capitalismo. El mundo pagó un precio terrible por ese crimen, con las convulsiones económicas y sociales del período de entreguerras, el triunfo de Hitler en Alemania, la guerra civil en España y, finalmente, con los horrores de una nueva guerra mundial.

Este no es el lugar adecuado para analizar todo el proceso que tuvo lugar después de 1945. Baste con decir que el capitalismo logró, durante un tiempo, con los métodos anteriormente mencionados, una relativa estabilidad, por lo menos en los países avanzados de Europa Occidental, Japón y EEUU. Pero, incluso en este período, las contradicciones básicas no desaparecieron. Para dos tercios de la humanidad, fueron años de hambre y miseria, de guerras, de revolución y de contrarrevolución sin precedentes. Pero, por lo menos, en los países industrializados había pleno empleo, el “Estado del bienestar” y un aumento del nivel de vida.

Todo esto dio fuerza a la idea de que el capitalismo había solucionado sus problemas, que el paro era una cosa del pasado, que la lucha de clases había acabado y que el marxismo (por supuesto) estaba anticuado ¡Qué irónicas suenan estas ideas hoy! Con un ataque salvaje al nivel de vida de la clase trabajadora en todos los países y centenares de millones de parados en el mundo, las contradicciones entre las clases se agudizan cada vez más.

“El ser social determina la conciencia”. Esta es la otra gran idea que forma la base del materialismo histórico. Tarde o temprano, las condiciones sociales se hacen sentir en la conciencia de la gente. Ahora bien, la relación entre los procesos que se dan en la sociedad y la forma en que éstos se reflejan en la mente de los hombres y las mujeres no es ni automática ni lineal. Si fuera así, ¡estaríamos viviendo bajo el socialismo hace muchos años!

Contrariamente a lo que creen los idealistas, el pensamiento humano en general no es progresista, sino profundamente conservador. En períodos “normales”, la gente tiende a agarrarse a lo conocido. Prefieren creer en las ideas, la moralidad, las instituciones, los partidos y los dirigentes que llevan ahí “toda la vida”. Engels dijo una vez que hay períodos en la historia en que 20 años pasan como un solo día, pero hay otros en que la historia de 20 años está concentrada en 24 horas. Durante un largo período parece que nada cambia. No obstante, debajo de la superficie de aparente tranquilidad, se está acumulando un enorme descontento, indignación, frustración y rabia contenida. En un momento determinado, esto provoca una explosión social. En momentos de crisis, la gente empieza a pensar por sí misma, a actuar como hombres y mujeres libres, como protagonistas y no víctimas pasivas. Buscan un cauce y una organización, empiezan a militar en sus sindicatos y partidos de masas en un intento de cambiar la sociedad.

¿Reformismo o revolución?

Hoy por hoy, la idea de la evolución ha calado hondo, por lo menos en la conciencia de las personas educadas. Las ideas de Darwin, tan revolucionarias en su tiempo, están admitidas casi como un lugar común. Sin embargo, la evolución es entendida en general como un proceso lento y gradual, sin interrupciones ni saltos violentos. En política, semejantes argumentos se emplean a menudo para justificar el reformismo. Lamentablemente, están basados en un malentendido.

El auténtico mecanismo de la evolución sigue siendo un libro cerrado a cal y canto para la gran mayoría. Esto no es sorprendente, porque el propio Darwin tampoco lo entendió. Tan sólo en las últimas décadas, con los nuevos descubrimientos de la paleontología llevados a cabo por Stephen J. Gould, autor de la teoría del equilibrio puntuado, se ha demostrado que la evolución no es un proceso gradual. Hay largos períodos en que no se observan grandes cambios, pero, en un momento dado, la línea de la evolución queda rota por una explosión, una verdadera revolución biológica caracterizada por la extinción de algunas especies y el ascenso rápido de otras.

La investigación más superficial de la historia revelará inmediatamente la falsedad de la interpretación gradualista. La sociedad, igual que la naturaleza, conoce largos períodos de cambio lento y gradual, pero también aquí la línea está interrumpida por momentos explosivos, guerras y revoluciones, en los que el proceso sufre una enorme aceleración. De hecho, son estos acontecimientos los que actúan como la principal fuerza motriz de la Historia. Y la causa de fondo de estas convulsiones es el hecho de que un sistema socioeconómico determinado ha llegado a sus límites, y ya no puede desarrollar las fuerzas productivas como antes.

En el momento en el que el Manifiesto fue escrito, las fuerzas del nuevo movimiento eran muy pequeñas. La primera tarea era la de educar a los cuadros en las ideas del socialismo científico –el marxismo–. El Manifiesto dio a la minoría de los obreros y jóvenes avanzados un programa científico. Desarrolló los principios básicos del comunismo, estableció sus metas y elaboró sus tácticas.

Una parte muy importante del Manifiesto que no ha sido suficientemente comprendida es la sección titulada “Proletarios y Comunistas”, donde leemos lo siguiente:

“¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general?

“Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.

“No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a moldear el movimiento proletario.

“Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, destacan y reivindican siempre los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientemente de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.

“Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario”.

Estas líneas tienen una importancia transcendental, porque demuestran el método de Marx y Engels, que siempre partían del auténtico movimiento de la clase obrera, del proletariado tal y como es y no como nos gustaría que fuera. Este método está a mil años luz del sectarismo estéril de aquellos grupúsculos revolucionarios que existen al margen del movimiento obrero, sin ningún punto de contacto con la realidad.

Los sindicatos, los partidos socialistas y los partidos comunistas han sido creados por la clase trabajadora a través de generaciones de lucha y sacrificio. Pero las organizaciones obreras no existen en el vacío. Están bajo la presión de la clase burguesa, sobre todo sus direcciones, que hoy por hoy están más divorciadas de la clase obrera que nunca. En todos los países los dirigentes reformistas han claudicado ante estas presiones, llevando a cabo una política de austeridad que sirve fielmente a los intereses de la clase dominante.

Hemos visto un giro a la derecha en las direcciones de los partidos obreros (no sólo de los socialistas, sino también de los llamados comunistas). Han abandonado totalmente la perspectiva del socialismo y la lucha de clases precisamente en un momento en que los ataques constantes contra el nivel de vida en todos los países está provocando un giro brusco a la izquierda.

La rueda de la historia ha dado una vuelta completa. Una vez más, estamos viviendo en una época de guerras, revolución y contrarrevolución. Las célebres palabras con que empieza el Manifiesto Comunista suenan muy modernas. Durante décadas, los capitalistas y sus apologistas reformistas ridiculizaron la idea misma de revolución en Europa. Pero ahora estas damas y caballeros están entonando una canción muy diferente.

Un fantasma recorre Europa”

Cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto, eran dos jóvenes de 29 y 27 años respectivamente. Era un período de la reacción más negra, en el que parecía que la clase obrera estaba derrotada e inmóvil. Los autores del Manifiesto estaban en el exilio en Bruselas, refugiados políticos del régimen reaccionario del rey de Prusia. No obstante, cuando el Manifiesto Comunista vio la luz por primera vez en febrero de 1848, la revolución ya había estallado en Francia y en pocos meses se había extendido a toda Europa. En el momento actual, el sistema capitalista está en crisis a nivel mundial.

“Cada acción provoca una reacción igual y en sentido contrario” es una expresión aplicable no sólo a la Física. Toda la historia demuestra una cosa: nadie puede destruir el deseo inconsciente de la clase obrera de transformar la sociedad. Pero la historia también enseña que sin un programa científico, sin una perspectiva clara, es imposible llevar a cabo la transformación socialista.

Los temores de la burguesía están bien fundados. En Grecia, en España e, incluso, en Inglaterra vemos claros síntomas de un fermento revolucionario. Las condiciones para la revolución socialista están madurando a nivel mundial. El triunfo de la clase obrera en cualquier país importante puede ser la señal de partida de un proceso revolucionario que abarcaría no sólo Europa, sino el mundo entero.

Un fantasma recorre Europa: el fantasma de la revolución. En su informe, la OIT advierte de las consecuencias del desempleo masivo y la desigualdad: “El malestar social ha aumentado progresivamente debido a la persistencia del desempleo, tendía a disminuir antes de la crisis global y ha aumentado desde entonces. Los países que registran tasas altas o rápidamente crecientes de desempleo de los jóvenes son especialmente vulnerables a ese malestar social”.

No hace mucho, el líder del Consejo Europeo, Donald Tusk, dijo al Financial Times: “Estoy realmente asustado por este contagio ideológico o político, no del contagio financiero, de esta crisis griega [...] Para mí, el ambiente es un poco similar al periodo posterior a 1968 en Europa. Puedo percibir, tal vez no un estado de ánimo revolucionario, sino algo como una impaciencia generalizada. Cuando la impaciencia se convierte no en una experiencia de los sentimientos individuales, sino de carácter social, esta es la introducción a las revoluciones”.

Pero en todo esto no hay nada automático. El sistema capitalista no caerá por su propio peso. Hay que derrumbarlo. Esta es la tarea histórica de la clase obrera. Pero para triunfar, la clase obrera necesita una organización y un programa revolucionarios. Estos hay que crearlos. No se puede improvisar un partido revolucionario cuando las masas ya están en la calle. Hay que prepararlo de antemano.

Fue precisamente por esa razón que Marx y Engels escribieron el Manifiesto, no como una declaración personal de fe, sino como el documento fundacional de un partido revolucionario –el Partido Comunista–. Por supuesto que hoy en día será necesario cambiar este o aquel detalle. Pero lo que es extraordinario es que un siglo y medio más tarde, todas las ideas fundamentales del Manifiesto son tan relevantes y correctas como cuando fueron escritas y, en muchos sentidos, aún más incluso.

La contradicción entre el enorme potencial de las fuerzas productivas y la agobiante camisa de fuerza del Estado nacional se puso de manifiesto de una forma dramática en 1914 y en 1939. Estas convulsiones sangrientas demostraron que el sistema capitalista, desde un punto de vista histórico, ya había agotado su misión progresista. Pero, para llevar a cabo la transformación de un sistema socioeconómico a otro superior, no es suficiente que el viejo mundo esté en crisis. Por mucha crisis que haya, también existen poderosos intereses que obtienen sus ingresos, privilegios y prestigio de las actuales relaciones de propiedad, y se resisten con uñas y dientes a todo intento de cambiar la sociedad. Por eso, Marx y Engels no escribieron un documento abstracto, sino un manifiesto, una llamada a la acción, y no un libro de texto; también lanzaron un partido revolucionario, y no un club de discusión.

La tarea de la construcción del partido es una tarea constante. En cada momento hay que ganar y educar a cuadros marxistas, integrarlos en las fábricas y en las minas, en las escuelas y en las universidades. El trabajo revolucionario es un trabajo arduo, paciente y persistente. Pero la formación de una organización revolucionaria de cuadros es solamente un lado de la ecuación. En el otro lado tenemos el poderoso movimiento espontáneo de las masas, un movimiento que no conoce leyes ni está dispuesto a aceptar los dictados de ningún grupo, persona o partido.
En todas partes, debajo de la superficie hay un descontento en plena ebullición en la sociedad: indignación, rabia, furia, resentimiento y, sobre todo, frustración con el sistema político y sus partidos, incluidos los de la "izquierda". Hay un sentimiento creciente, bien fundado, de que "no nos representan". Estos estados de ánimo se reflejaron en España, primero en el movimiento de los Indignados, y luego por el rápido crecimiento de Podemos que sacudió al Establishment hasta sus raíces y dio nuevas esperanzas a millones de personas. En Grecia vimos el rápido ascenso de Syriza, que no hace mucho tiempo estaba luchando para conseguir el cinco por ciento de los votos, pero que fue elegido al gobierno en enero de 2015.

En Gran Bretaña vimos la elección de Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista, algo que nadie esperaba, ni siquiera el propio Corbyn. Antes de eso, hubo un terremoto político en Escocia, con el rápido ascenso del Partido Nacionalista Escocés (SNP), el cual se presentó con un programa anti-austeridad. Aún más sorprendente fue el voto masivo en el referéndum irlandés sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, que fue una derrota devastadora para la Iglesia en el que era uno de los países más católicos de Europa.

Por supuesto, todos estos procesos son diferentes, pero todos ellos comparten una característica común. Representan un cambio repentino en la conciencia de las masas. Es una proposición elemental del materialismo histórico que la conciencia humana siempre va por detrás de los acontecimientos. Pero tarde o temprano se pone al día de forma explosiva. Eso es precisamente en lo que consiste una revolución y es lo que estamos presenciando en España, en Grecia, en Gran Bretaña y otros países.

El desempleo, las privatizaciones, los desahucios, los ataques y recortes del gasto público, las leyes antisindicales: todas estas cosas sirven para radicalizar a las masas y elevar su nivel de conciencia y combatividad.

La tarea de los marxistas, como explica el Manifiesto, es encontrar un camino a las masas para construir vínculos con los movimientos de masas existentes, que en las primeras etapas, por su propia naturaleza, tienen un carácter incompleto, caótico y políticamente incoherente.
La tarea de los comunistas no es la de mantenerse al margen de estos movimientos, sino la de participar activamente en ellos, para ayudarlos a avanzar y luchar con mayor decisión contra el enemigo de clase, para proporcionar una crítica amistosa y leal de sus confusiones, vacilaciones y deficiencias y ayudar a que adquieran claridad política y se eleven al nivel de las tareas planteadas por la historia.

Mediante éxitos modestos y batallas parciales estamos preparando el terreno para los grandes acontecimientos que se avecinan, no sólo en el Estado español, sino en Europa y en todo el mundo. Al fin y al cabo, la revolución socialista es la única salvación pare la humanidad. Que nuestro lema siga siendo: ¡Proletarios de todos los países, uníos!

Alan Woods, Londres, 1 de diciembre 2015.

1 En su último informe de enero de 2016, Oxfam informó que 62 multimillonarios acumulaban ya tanta riqueza como la mitad de la humanidad, 3.600 millones de seres humanos. En 2010 eran 388 individuos quienes acumulaban tanta riqueza como la mitad de la población del planeta. Nota de la Edición.

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