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Editorial de Lucha de Clases nº 71 - Hace tiempo que venimos advirtiendo del peligro reaccionario que representan el aparato del Estado y su líder coronado, Felipe VI. Aunque su ostentación involucionista ha sido estimulada por el auge de Vox, este proceso arrancó con la llegada del PP al gobierno en 2012 y el agravamiento de la represión contra la protesta social; y se profundizó tras la derrota del “otoño catalán” a fines de 2017.

Amenazas golpistas

El último episodio de esta deriva estalló a fines de noviembre cuando se filtró un chat de whatsapp de oficiales retirados de la fuerza aérea, que reclamaban un golpe de Estado encabezado por Felipe VI y fusilar “a 26 millones de hijos de puta”. Además, 73 altos oficiales retirados escribieron una carta a Felipe VI en las mismas líneas, a la que luego se sumó una carta similar de otros 273, sin que la Casa Real haya emitido ninguna declaración de repudio. Ya se sabe: quien calla, otorga.

Lamentablemente, la respuesta del gobierno fue solo lamentarse. En ese momento se perdió una oportunidad única de movilizar a decenas de miles en las calles para mostrar los puños a estos cuervos reaccionarios, por parte de quienes tenían capacidad de hacerlo: Unidas Podemos, los sindicatos, movimientos sociales, etc.

Estos hechos son muy graves. No tratamos con militares trasnochados que, por alguna misteriosa razón, se convierten en fascistas al día siguiente de jubilarse, como pretenden consolarnos desde el gobierno. Se trata de franquistas de toda la vida que han ocupado las más altas responsabilidades dentro del ejército en “democracia”. Esto no puede sorprender. El actual aparato del Estado provino sin depurar el viejo Estado franquista, como parte del infame Pacto de la Transición. Y los altos cargos en el Ejército, Policía, Guardia Civil y judicatura han ido transfiriéndose durante décadas desde los abuelos, padres y tíos, a sus hijos, sobrinos y nietos. Es innegable que la inmensa mayoría de la oficialidad del ejército en activo es franquista, y estaría dispuesta a secundar un golpe de Estado e imponer una dictadura sangrienta si las condiciones se lo permitieran. Bastaría la simple voluntad del monarca, si éste lo dispusiera como Jefe de los Ejércitos, cargo que le otorga nuestra “democrática” y modélica Constitución.

El franquismo del aparato del Estado

¿Por qué esta patulea sigue siendo franquista? Porque el franquismo fortaleció los poderes y privilegios materiales de los altos cargos del Estado: con sueldazos, viviendas lujosas y gratis, clínicas y lugares de ocio exclusivos, alta impunidad en el ejercicio del cargo, acceso ilimitado a fondos públicos, entre otras dádivas, que se han mantenido en “democracia” ¿Y por qué la clase dominante lo consiente? Porque, además de que este aparato se recluta, casi sin excepción, entre gente de su misma clase, los grandes empresarios, banqueros y terratenientes necesitan un aparato estatal que no vacile en emplear la represión más violenta y despiadada (como “fusilar a 26 millones”) por el miedo que han desarrollado históricamente a la clase trabajadora en siglo y medio de enormes luchas de clases.

La prensa del Régimen ha tratado de quitarle importancia al asunto, abordándolo como una especie de “gamberrada” de jubilados aburridos. El “liberal” El País, en referencia a la carta a Felipe VI de 73 altos oficiales en la reserva antes mencionada, se limitó a cuestionar el procedimiento, no su contenido, defendiendo el derecho a la libertad de expresión de los implicados, y sólo cuestionaba la conveniencia de mezclar al Rey en sus planes involucionistas. El famoso chat de whatsapp no mereció ninguna mención ni Editorial, aunque este diario clama todas las semanas indignado contra la Venezuela de Maduro dándole lecciones de democracia y derechos humanos.

La despreocupación, cuando no la simpatía activa, de la derecha y la patronal ante estas tendencias golpistas nos revela con qué facilidad la burguesía española puede pasar de la democracia a la dictadura según sus conveniencias.

El gobierno de Sánchez, en lugar de enseñar los dientes, se postra servilmente ante la casta militar, lo que sólo consigue estimular su orgullo reaccionario y su desprecio por el mismo gobierno. Éste ha aprobado un gasto militar de 12.000 millones de euros para los próximos años. En 2021, el gasto militar superará por primera vez el 1% del PIB. También ha eliminado el recorte del 20% del sueldo que sufrían los militares en la reserva al cumplir 63 años. Como señala El País (6/1/21), los mayores avances en el gasto militar siempre vinieron con gobiernos del PSOE. 

“Democracia”, “España” y la Constitución

Las continuas referencias a la “democracia”, la “Constitución” y “España” por parte de la derecha, la ultraderecha y las altas esferas del Estado, en sus soflamas y proclamas, son una pantalla conveniente para disfrazar sus intereses espurios.

Ellos son la negación viva de la democracia, escapan a todo control popular y tienen el monopolio de la fuerza para amenazarnos con imponer su dictadura si la voluntad de la mayoría del pueblo (“26 millones”) decidiera poner fin a su impunidad y sus privilegios.

Cuando hablan de que el gobierno “social-comunista” y los independentistas quieren destruir España, se refieren al cortijo llamado “España”, que reclaman como su propiedad. Pero España será lo que decida la mayoría de sus habitantes, y permanecer o no dentro del mismo Estado debería ser decidido por los pueblos que la componen ¿o qué significa entonces la “democracia”?

Los reaccionarios y nacionalistas españoles conciben España como una comunidad de intereses compartidos en historia, cultura e idioma, pero se olvidan decir que esa historia se ha cimentado sobre la base de la opresión de una minoría sobre la mayoría, sobre luchas de clases, guerras civiles, golpes de Estado, revoluciones, contrarrevoluciones, violencia, abusos, ejércitos extranjeros de ocupación que acudieron en auxilio de las clases dominantes y de los reyes para aplastar al pueblo, etc. Y ese sigue siendo el caso hoy.

Sosteniendo todo este edificio reaccionario se sitúa la monarquía. Esto quedó ejemplificado en el discurso de Navidad de Felipe VI. Aquí, el monarca no hizo ninguna referencia al ruido de sables en el Ejército antes mencionado. Se permitió calificar la dictadura franquista como “un largo período de enfrentamientos y divisiones” al que puso fin nuestra gloriosa Constitución, repartiendo responsabilidades y culpas a partes iguales entre víctimas y verdugos. Igualmente peligroso fue otro pasaje de su discurso que pasó inadvertido para todos sus críticos en la izquierda: Felipe VI afirmó sin despeinarse que disfrutamos de una Constitución “que tenemos el deber de respetar” ¿Cómo podemos interpretar esto? ¿Que no tenemos permitido el derecho de repudiarla, de señalar la hipocresía que contiene, de mostrar sus injusticias y sus limitaciones a los derechos democráticos, y que tampoco podemos burlarnos de ella? ¿No son estas palabras un ataque escandaloso a la libertad de expresión? Y esto nos lo exige el cabeza de una monarquía ungida por un dictador sanguinario, y corrupta hasta la médula. En su discurso de la Pascua Militar del 6 de enero volvió insistir en que “Todos estamos incondicionalmente comprometidos con la Constitución”.

El peligro reaccionario de la Constitución

En lugar de alimentar ilusiones en la Constitución, como hacen ahora los dirigentes de Unidas Podemos, debemos advertir de sus peligros reaccionarios. Nuestra “democrática” Constitución es el escudo tras el que se han agrupado todas las fuerzas reaccionarias del país. Saben que los derechos sociales allí recogidos son simple palabrería, pero la dictadura del capital y del aparato del Estado está perfectamente establecida: monarquía, rey no sujeto a ninguna responsabilidad penal, unidad forzada de España garantizada por el Ejército, altos tribunales inamovibles copados por la reacción que pueden deponer leyes y gobiernos. Además, la Constitución sólo puede cambiarse por una mayoría imposible de dos tercios del Congreso. Toda política de un gobierno de izquierdas que vaya contra esto justificaría un golpe de Estado para impedirlo. Y el Rey y la casta militar no se cansan de recordárnoslo.

Tenemos un monarca que lucha desesperadamente por mantener su dinastía y los privilegios materiales la acompañan. Sabe que su único punto de apoyo verdadero descansa en las fuerzas represivas del Estado. La falta de desmarque de Felipe VI con las tendencias golpistas del ejército y con el mismo franquismo, no es ninguna casualidad.

Es cierto que, a corto plazo, cualquier intento de avanzar hacia una dictadura encontraría una respuesta revolucionaria en la clase trabajadora. Y tampoco la clase dominante y la alta oficialidad ven un peligro inmediato a su dominio. Pero este aparato de Estado, de cara al futuro, representa una gran amenaza que debe ser expuesta y denunciada ahora.

La lucha por una verdadera democracia política, aparte de la democracia social que debe implicar la expropiación de la oligarquía de las 100 familias del Ibex35, pasa indefectiblemente por la república democrática y la demolición del actual aparato del Estado. Y es una tarea que no admite demora.

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