Ciencia
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Como suele ocurrir con todos los problemas sociales y económicos, los voceros del sistema capitalista, sus medios de comunicación y sus políticos están tratando de evadir sus responsabilidades en el cambio climático. Han lanzado una campaña sibilina para tratar de instalar la idea en la opinión pública de que “todos somos culpables”. Así, para esta gente, el problema no está en la contaminación producida por las empresas, sino en que consumimos mucho, que comemos demasiada carne, que volamos demasiado en avión, que utilizamos demasiado el coche para desplazarnos, etc. En suma, el problema es que “vivimos por encima de nuestras posibilidades”. Incluso si tuvieran razón, que no es el caso, es ¡como si la gente corriente tuviera alternativa al modo de vida que nos obliga a llevar el propio sistema capitalista!

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Lo lamentable de esto es que estas ideas reaccionarias, aparentemente ingenuas y de sentido común, estén recibiendo crédito en sectores de la izquierda y entre activistas ambientalistas y de algunos movimientos sociales.

La realidad es muy diferente. Un estudio de 2017 de la organización ambientalista The Carbon Majors, elaborado a partir de una base de datos de emisiones públicas y publicado por el diario británico The Guardian, reveló que 100 grandes compañías son las responsables del 71% de la contaminación del planeta por gases de efecto invernadero. Y sólo 25 de ellas son responsables de más de la mitad de la emisión mundial de estos gases. En su casi totalidad son grandes petroleras, empresas energéticas y de carbón, como China Coal, Aramco (Arabia Saudí), Gazprom (Rusia), Shell (angloholandesa), ExxonMobil o Chevron (EEUU). La petrolera española Repsol aparece en el puesto 46.

Hay que añadir que la industria de los combustibles fósiles no contamina exclusivamente con las emisiones de gases invernaderos, también contamina masivamente el agua, destruye la geografía, aniquila especies, etc.

Estas corporaciones gigantes obtienen cientos de miles de millones de dólares de beneficios cada año. La industria de los combustibles fósiles disfruta de un valor estimado de unos 4,5 billones de dólares, según el Fortune Global 500 2018. En otras palabras, es un gran negocio  ¿Alguien puede imaginar que voluntaria y diligentemente van a aceptar poner fin a su negocio en pos de un mundo sin contaminación? ¿puede esperarse de estas compañías que en 10 años, en 2030, reduzcan sus negocios a la mitad para que la emisión global de gases de efecto invernadero se reduzca el 45% establecido por el IPCC? Por no hablar del objetivo de emisiones 0 establecido por el IPCC para 2050.

Y el problema no es sólo que los directivos de estas enormes compañías, que tienen intereses en otros muchos sectores económicos y políticos y gobiernos a su sueldo, se hagan voluntariamente un hara-kiri para perder la fuente principal de sus privilegios, sino cómo hacer en un plazo tan corto para transformar tan radicalmente la estructura productiva y energética del capitalismo global, reduciendo drásticamente la combustión de petróleo, carbón y gas natural, cuando el sistema capitalista se sustenta principalmente en los combustibles fósiles para hacer girar la rueda de la producción y el transporte. Y además, hacer todo eso en la mayoría de los países del mundo.                                                                                        

Según datos de World Energy Outlook 2016, que toma datos de 2014 sobre la evolución de las fuentes energéticas a nivel mundial, los combustibles fósiles representan un 81% del consumo energético y, según las proyecciones hasta 2030, continuarán jugando un papel clave en la economía. Actualmente, la mayoría de las obras de infraestructura para suministro energético siguen siendo oleoductos y gasoductos, tanto las que están en proceso de construcción como en proyecto.

El informe anual de Climate Transparency, una federación internacional de ONGs ecologistas, señala que los subsidios estatales a las fuentes de energía fósil en los países del G20 han aumentado un 50% en los últimos diez años, llegando a 147 mil millones de dólares en 2016. 

Todo esto no sirve para garantizar a la población la energía que necesita, sino que responde a las necesidades de las poderosas multinacionales del sector y también a intereses geopolíticos concretos, específicamente la creación de un canal de energía para Europa que no pase por Rusia. Efectivamente, el enfrentamiento entre grandes potencias sobre la energía está destinado a agravarse. Con la "revolución" del gas y del petróleo de esquisto mediante técnicas de fracking, en los EEUU la producción de petróleo crudo no convencional aumentó de 2009 a 2018 de 5 millones a 11,9 millones de barriles al día. Por lo tanto, Estados Unidos pasó de ser un país importador de energía a tener enormes reservas para exportar, entrando en conflicto con Rusia y los países de la OPEP. El mercado más atractivo para el gas y petróleo de esquisto estadounidense es Europa, que por el momento se abastece principalmente de Rusia y Oriente Medio. Así pues, existe  una sobreproducción de energía de origen fósil, con diversos países luchando por hacerse con los mercados.

Muchos dicen que el gas natural puede ser una solución de transición para reducir las emisiones, en comparación con el petróleo. Esta tesis también ha encontrado un cierto eco en parte del movimiento ecologista. Ciertamente, el gas natural es menos dañino que el carbón, pero su uso excesivo puede tener graves efectos sobre el medio ambiente. Un informe del Proyecto Global de Carbono de 2017 muestra que de hecho estamos presenciando un aumento en las emisiones de dióxido de carbono (CO2) derivadas del uso de gas. El aumento en las emisiones de CO2 derivado del gas en 2017 es del 3%, en comparación al 1% del carbón y 1,7% del petróleo. Sólo en China, el principal emisor, las emisiones de CO2 de la combustión de gas aumentaron en 2017 en un 17%, en comparación con el 4,5% del carbón. En cambio, en Europa, mientras que las emisiones de CO2 derivadas del carbón han disminuido en un 1,2%, las de gas han aumentado en un 2,9%. Según un estudio reciente publicado en "Nature Communication", realizado por un grupo de investigadores dirigidos por John Worden del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, del aumento de 25 millones de toneladas al año de metano en la atmósfera, 17 millones se deben a la quema de gas. Por lo tanto, pensar que el gas es una solución al cambio climático es una locura.

Estos datos son elocuentes y nos llevan a  afirmar que las inversiones públicas, en lugar de ir a favor de las energías fósiles, deberían destinarse al desarrollo de las tecnologías necesarias para reducir el consumo de gas y petróleo, a través del fortalecimiento del transporte público y de un plan ecológico nacional de eficiencia energética para reducir la dependencia de los combustibles fósiles para calentar y enfriar hogares.

La tecnología existe para iniciar una reconversión energética mínimamente contaminante a gran escala (eólica, solar, fotovoltaica, mareas, hidrógeno, etc.) lo que pasa es que está conscientemente marginada y subdesarrollada, igual que todo lo que atañe a la prometedora investigación de la fusión nuclear (no contaminante), porque amenaza los intereses de los poderosos negocios de las compañías petroleras y de gas.

LA ENERGÍA NUCLEAR

La energía nuclear supone el 11,5% de la producción eléctrica mundial, y en el Estado español el 21%, por detrás de las energías renovables (solar, eólica, fotovoltaica, etc.). Actualmente, es un sector en retroceso en Occidente (se cierran más centrales nucleares de las que se construyen), por la impopularidad de esta energía, debido enorme potencial contaminante de la radiación, por la dificultad a largo plazo de conservar una cantidad creciente de residuos radiactivos en lugares seguros y cuya actividad puede durar hasta miles de años, y por la sobreproducción energética global que hace menos relevante la construcción de centrales nucleares, cuyo coste de construcción es muy elevado (alrededor de 4000€-5000€ millones).

Muchos países del mundo, y particularmente en Europa, ya han establecido plazos para el cierre de todas sus centrales nucleares. Sin embargo, debido al elevado coste del desmantelamiento completo de las centrales, la mayoría de las que han sido cerradas permanecen sin desmontar conservando materiales y combustible radiactivos en su interior. De manera que seguirán siendo un peligro potencial durante décadas aunque no estén en funcionamiento.

Aunque no son frecuentes los accidentes en centrales nucleares, su potencial destructivo y contaminante la convierte en una amenaza permanente para la salud humana y su entorno biológico, más aún cuando la mayoría de estas centrales son propiedad de empresas privadas que buscan el lucro y por tanto siempre estarán tentadas de reducir la seguridad para reducir los costes. Pese a todo, ha habido accidentes muy graves en los últimos 60 años que han vertido bastante material radiactivo a la atmósfera, los mares y la tierra (Sellafield, Harrisburg, Chernóvil, Fukushima, entre otros), y cuyos efectos a largo plazo escapan a todo control.

Sin duda, la energía nuclear es la más productiva de todas, pues el núcleo atómico acumula una cantidad de energía inmensa, de manera que muy poca cantidad de material genera una cantidad enorme de energía. El problema es que el método actual de conseguir energía, rompiendo el núcleo atómico (fisión), genera material y residuos inestables emisores de radiaciones, que son muy perjudiciales para la materia orgánica que, expuesta a la radiación, conduce a la muerte, a tumores y deformaciones físicas hereditarias.

Los marxistas no estamos en contra de la energía nuclear, pero sí del método de la fisión nuclear por el peligro potencial que entraña. Existe un método alternativo no contaminante que es incluso más productivo energéticamente que la fisión nuclear, y es el método de la fusión nuclear (la unión de dos núcleos atómicos) que no produce material radiactivo y que tiene lugar naturalmente en las estrellas. El problema es que no es posible producirla de manera masiva y controlada, actualmente, pues se requieren enormes temperaturas para llevarlo a cabo y el proceso es complejo y costoso. Pero la ciencia ha avanzado mucho en 30 años en el campo de la fusión nuclear. Si se dedicaran los recursos necesarios, y que son obstaculizados por el “lobby” de la energía fósil, en pocos años los avances serían mayores y la perspectiva de producir energía ilimitada y limpia con la fusión nuclear, de manera eficiente, podría ser una realidad.

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