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A seis días de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, una cosa es segura: Jean-Luc Mélenchon es el único candidato de izquierda con posibilidades de llegar a la segunda vuelta. En pocas semanas pasó del 10% al 16% en intención de voto. Sin embargo, las mismas encuestas sitúan a Marine Le Pen en segunda posición (por detrás de Macron), con una ventaja sobre Mélenchon de entre 4 y 6 puntos.

Por supuesto, estas cifras hay que tomarlas con pinzas, sobre todo en el contexto de una profunda crisis económica, social y política, que ha provocado una altísima volatilidad en la opinión. Por ejemplo, una participación más fuerte de lo esperado podría cambiar significativamente las líneas. Sin embargo, surgen una serie de tendencias generales. En la noche del 10 de abril, la composición del trío de cabeza probablemente será el que se ha anunciado, y Macron sin duda será el primero. Por otro lado, el segundo puesto no está garantizado para Marine Le Pen. Es posible que Mélenchon adelante a la candidata ultraderechista.

En todo el país, decenas de miles de activistas y simpatizantes de la Francia Insumisa trabajan día tras día para conseguir los votos de tantos votantes como sea posible. Los "grupos de acción" de la campaña multiplicaron la pegada de carteles, la distribución de folletos, las visitas puerta a puerta y las reuniones públicas. Todos tratan de convencer a los miembros de su círculo profesional, familiar y de amistad.

Mientras tanto, los otros candidatos de “izquierda” –las comillas, aquí, son fundamentales– hacen todo lo posible para conseguir… la derrota de Mélenchon. No es lo que dicen, por supuesto, pero es lo que hacen, porque su campaña no puede tener otro efecto que ayudar a Marine Le Pen a pasar a la segunda vuelta. Y esto obviamente es motivo de incomprensión, despecho y enfado entre muchos jóvenes, trabajadores, desempleados y pensionistas que aspiran al triunfo del candidato de izquierda mejor situado.

Es cierto que el retraso que muestra Mélenchon, frente a Le Pen y Macron, no es solo atribuible a la competencia de los otros candidatos de “izquierda”. Desde 2017, los líderes de la FI han cometido una serie de desviaciones derechistas, que hemos destacado regularmente. Estos errores ahora tienen todo su peso. Pero no se corregirán antes del 10 de abril. Como resultado, toda la atención ahora se desplaza hacia los factores que, en el sprint final, pueden inclinar la balanza hacia un lado o hacia el otro. Y es aquí donde la responsabilidad de los demás candidatos de "izquierda" es enorme.

Un obstáculo serio

Todas estas candidaturas no son perjudiciales de la misma manera. Para reprochar a Jadot (Verdes) e Hidalgo (Socialista) por “dividir a la izquierda”, primero hay que encasillarlos entre los candidatos de izquierda, lo cual es de por sí muy discutible. Políticamente, Jadot e Hidalgo están mucho más cerca de Macron que de Mélenchon. Estos dos campeones del “libre mercado” capitalista son orgánicamente incapaces de apoyar al candidato de la FI.

Dicho esto, las ideas pro-capitalistas y el programa de Jadot e Hidalgo son una cosa; otra cosa es la composición social y política de sus respectivos electorados. En particular, una fracción del electorado potencial de Jadot está formada por jóvenes y trabajadores que dudan entre el candidato de los Verdes y el de la FI. En las últimas semanas, las encuestas han registrado un movimiento electoral de Jadot a Mélenchon. Este movimiento podría continuar durante los próximos días, a pesar de los tesoros de demagogia desplegados por el candidato de los Verdes para intentar interrumpirlo. Cuanto más suba Mélenchon en las encuestas, más creíble se vuelve la hipótesis de su calificación, y más el ala izquierda del electorado potencial de Jadot se verá arrastrado a la dinámica a favor del candidato de la FI.

Al atacar violentamente a Mélenchon, Jadot e Hidalgo subrayan su lealtad inquebrantable al orden establecido. En este sentido, realizan una labor de aclaración. Lo que es más lamentable, desde nuestro punto de vista, es el papel que han jugado las candidaturas de Roussel (Comunista), Poutou (Anticapitalista) y Arthaud (Lutte Ouvriére, Lucha Obrera), que se dicen radicales de izquierda. Al dividir el electorado potencial de Mélenchon, ralentizan la dinámica de su candidatura. Para tomar la medida de este obstáculo hay que entender que no puede reducirse a la simple aritmética electoral. El problema no es sólo el número de votos que, en lugar de ir a parar a Mélenchon, serán captados por el PCF, el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) y la Lutte Ouvrière (LO). El problema es más amplio. Esta división socava el potencial electoral de la FI en otras fracciones del electorado popular.

Presentemos las cosas de manera positiva. Supongamos que, mañana, Roussel, Poutou y Arthaud anuncian que se retiran de la carrera electoral y, sin renunciar a sus ideas, llaman a votar por el candidato de izquierda mejor situado. Por un lado, una fracción significativa de sus respectivos electorados seguiría el movimiento y, el 10 de abril, votaría por la FI. Pero por otro lado, esta retirada y este llamamiento tendrían repercusiones muy positivas -para la candidatura de Mélenchon- en aquellas capas del electorado popular que observan la división de la izquierda con un escepticismo reprochable. “Esta gente es incapaz de unirse porque les interesa menos nuestro destino que el de sus tiendecitas”: así piensan, de una u otra forma, millones de explotados y oprimidos, especialmente entre los abstencionistas y en el electorado obrero de Rassemblement National, RN, de Le Pen. Hay que señalar, además, que este reproche es acertado: al mantener sus candidaturas, las direcciones del PCF, el NPA y LO buscan esencialmente defender los intereses de sus “tiendas” (o de sus arrendatarios). Es aún más lamentable que estos partidos salgan de esto aún más desacreditados de lo que ya están, por el papel contraproducente que están jugando en esta campaña.

Por supuesto, Roussel, Poutou y Arthaud no dicen: “vota por mi tienda”. No: presentan su candidatura como un aporte positivo a la lucha de los explotados y oprimidos. Por mucho que les señalemos que, desde el punto de vista de esta lucha, una segunda vuelta entre Macron y Le Pen no es el mejor escenario, los líderes del PCF, el NPA y LO no se mueven.

El pasado mes de febrero dedicamos un artículo a la patética campaña de Fabien Roussel. No tenemos mucho que agregarle. Desde entonces, la “dinámica de Roussel” -llevada durante un tiempo por los vientos favorables de los medios burgueses- ha vuelto a caer en torno al 3% en las encuestas. Era predecible: cientos de miles de votantes potenciales de Roussel tomaron nota del ascenso de Mélenchon y se unieron detrás de él, con la esperanza de derrotar a la derecha y la extrema derecha. Al igual que Jadot, Roussel reaccionó redoblando su agresividad contra Mélenchon e implorando a sus potenciales votantes que no cedieran ante el "voto útil". El candidato del PCF insiste en que votar por su candidatura "no es un voto inútil". Uno se pregunta en qué consiste su "utilidad". La campaña de Roussel no solo es inútil; es positivamente perjudicial, en todos los aspectos, y en particular con respecto al objetivo de derrotar a la derecha y a la extrema derecha. Apostamos, por cierto, a que si Mélenchon queda eliminado en primera vuelta, la dirección del PCF no dudará ni un segundo en llamar a votar por Macron frente a Le Pen, después de haber favorecido la calificación de ésta.

Miseria de la “extrema izquierda”

Pasemos a los dos candidatos de la “extrema izquierda”: Poutou y Arthaud. Como en 2017, las direcciones del NPA y Lutte Ouvrière son incapaces de superar una posición sectaria, ultraizquierdista y contraproducente.

Tomemos, por ejemplo, la entrevista con Philippe Poutou en Franceinfo, el 28 de marzo. A un periodista que le preguntó si se iba a retirar a favor de Mélenchon, el candidato del NPA respondió que esa hipótesis era "absurda", antes de continuar: "Estamos haciendo de nuevo el voto útil. (…) [Pero] el voto del NPA tiene un propósito: es decir que estamos hartos de este capitalismo. (…) No creemos en absoluto en una solución institucional. Aunque Mélenchon pudiera pasar a la segunda vuelta (…), será aún más complicado: no vemos cómo podría ganar, porque la balanza de poder electoral no está hoy de nuestro lado. No está del lado de la izquierda. Entonces, también podríamos discutir el plan B. Si gana Macron, que es lo más probable, o si gana la extrema derecha (…), ¿cómo nos defendemos justo después de las elecciones? Y ahí es donde surge el problema de reconstruir una herramienta política, un partido radical, reconstruir los sindicatos. (…) La solución está en las calles, en los paros. (…) La única salida, para nosotros, no es la revolución en las urnas, como dice Mélenchon. Es la revolución en la calle. »

Estas pocas líneas son típicas del razonamiento sectario. Gracias a Dios, los votantes del NPA no son los únicos que están “hartos de este capitalismo”: este es también el caso de los votantes de Mélenchon, en general. Su voto tiene un significado anticapitalista. A pesar de sus limitaciones reformistas, el programa de Mélenchon se focaliza en el poder y los privilegios de la burguesía. Pero el hecho es que reúne de 15 a 20 veces más votantes “anticapitalistas” que el programa de Poutou, por lo que es Mélenchon, y no Poutou, quien probablemente se clasifique para la segunda vuelta. Si Mélenchon no triunfa, la segunda vuelta enfrentará a dos enemigos declarados de nuestra clase, dos fuertes partidarios del capitalismo: Macron y Le Pen. ¡No vemos cómo esto marcaría un progreso en la lucha contra este sistema!

Pero Poutou adelanta otro argumento: aunque clasifique a la segunda vuelta, Mélenchon no podrá ganarla, porque “la fuerza electoral no está hoy de nuestro lado. No está del lado de la izquierda". Este pesimismo es característico de los ultraizquierdistas: constantemente se refieren a los trabajadores, pero en el fondo no confían en ellos. En realidad, la calificación de Mélenchon sería un terremoto político cuyas ondas expansivas se propagarían a lo más profundo de nuestra clase. Esto despertaría hasta a los trabajadores más inertes, que se enfrentarían a una alternativa bastante clara, desde el punto de vista de clase: Macron o Mélenchon. Entre las dos vueltas, la polarización política sería intensa, por lo que Mélenchon tendría posibilidades de ganar captando a muchos abstencionistas de la primera vuelta y a una fracción del electorado popular de RN.

Nada de esto pasó por la mente de Poutou y sus camaradas. En lugar de aprovechar la oportunidad para barrer a Macron y Le Pen, los líderes del NPA debilitan la dinámica que se desarrolla en torno a Mélenchon, mientras proclaman que esta batalla está perdida de antemano, que Macron ya ganó, que todos debemos retirarnos 50 kilómetros, cavar trincheras profundas y, desde esta cómoda posición, ¡“reconstruir una herramienta política, un partido radical” y preparar “la revolución en la calle”!

Este sectarismo caricaturesco no hará avanzar ni un milímetro la construcción de un “partido radical”, y mucho menos contribuirá al triunfo de una revolución. La candidatura de Poutou resultará en un agravamiento de la crisis en la que está sumido el NPA desde hace más de 10 años. Pero lo más grave es que esta candidatura constituye –al igual que las de Arthaud y Roussel– un obstáculo no desdeñable para la calificación de Mélenchon a la segunda vuelta.

Révolution llama a dar la espalda a los cálculos de los tenderos de los líderes del PCF, NPA y Lutte Ouvrière, a tomar nota de la posibilidad que se abre de vencer a Macron y Le Pen en las próximas semanas, y a movilizarse masivamente para conseguirlo. Al hacerlo, nadie necesita renunciar a sus ideas. Révolution no se ha rendido. Mientras llamamos a votar por el candidato de la FI, insistimos en la necesidad de un programa de ruptura con el capitalismo. Desde el punto de vista del marxismo revolucionario, este es el único paso constructivo, en el contexto actual.

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