Europa
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Ya no cabe la menor duda: Macron preside un gobierno de derecha al servicio de los más ricos. También es verdad que el último gobierno de “izquierda”, el de François Hollande, se hallaba al servicio de los mismos. El actual jefe del Estado aprovecha la oportunidad para presentarse como “de derecha e izquierda a la vez”. ¿Pero a quién va a engañar a estas alturas? Los políticos burgueses pueden jugar con las etiquetas, sus mercancías son bien conocidas: recortes presupuestarios, contrarreformas, regalos fiscales a los millonarios, destrucción de la industria... La gran mayoría de la población rechaza estas medidas. Como consecuencia, la popularidad del gobierno cae con rapidez.

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El presupuesto presentado ante el Parlamento es una provocación. Constituye una transferencia de varios miles de millones de euros de los bolsillos de los más pobres hacia las cajas fuertes de los más ricos. Para justificar esta inmensa extorsión, se nos asegura que generará tarde o temprano inversiones en la economía,  acabando así por crear empleos. Es la conocida cantinela que se repite hace tiempo. En la práctica, sin embargo, la reducción de las cotizaciones patronales y demás “pactos por la competitividad” no han hecho sino aumentar los márgenes de beneficios de las grandes empresas.

Los capitalistas no invierten por placer sino cuando es rentable, lo cual depende del estado del mercado, y este permanece deprimido. La economía mundial sale con dificultad de la crisis que estalló en 2008. En este contexto, los empresarios del CAC 40 (el homólogo francés del IBEX 35) abonan miles de millones de euros a sus accionistas. En el segundo trimestre de este año, se abonaron 40.600 millones de euros en dividendos, un aumento del 6,1% con respecto al segundo trimestre de 2016.

Mientras justifica su presupuesto mediante la perspectiva de grandes inversiones, el Estado les cede los astilleros STX y Alstom a capitalistas italianos y alemanes. La contradicción es obvia. Los capitalistas franceses pretenden obtener beneficios sin pasar por el penoso proceso de la producción. En estos últimos veinte años, han ido destruyendo la industria de forma sistemática. Este sector ha perdido 1 millón de empleos entre 2001 y 2016. La clase dirigente francesa ha seguido un camino similar al de su vecina británica, concentrándose en los servicios y la especulación financiera. Exige ahora una mayor ofensiva contra nuestras condiciones de vida, trabajo y estudio, en un intento de aumentar la competitividad de aquellos sectores que no ha destruido todavía.

Las “jornadas de acción”

En el pasado, la burguesía no se atrevía a atacar nuestras conquistas sociales de manera demasiado brutal. Actuaba de forma más templada, temiéndose nuestras tradiciones de lucha. Durante la gran huelga de 1995, quedó aterrada por el fantasma de un nuevo Mayo del 68. Ahora ya no tienen elección, sometida a la competencia por todas partes ha de lanzarse al asalto. Tal es la misión encabezada por Macron. Pero ¿qué es lo que nos encontramos de nuestro lado?¿En qué condiciones se encuentran las organizaciones del movimiento obrero? Allí es donde se encuentra todo el problema. Los dirigentes sindicales organizan “jornadas de acción”, sin embargo la experiencia de las dos grandes luchas de estos últimos años, en 2010 y 2016, ha demostrado la ineficacia de estas jornadas. No se trata de verdaderas huelgas generales de 24h, sino de simples manifestaciones que la burguesía y sus políticos no temen, ni siquiera cuando son masivas. Tan solo retrocederán  frente al desarrollo de un movimiento de huelga reconducible abarcando un número creciente de sectores de la economía. Esto puede comenzar con una verdadera huelga general de 24h, organizada como tal, mediante una preparación minuciosa, una movilización sistemática y con asambleas de trabajadores en las empresas. Es preciso bloquear la economía. Luego, según los resultados de una huelga general de 24h, se podría evaluar si una huelga reconducible es posible, en qué sectores de la clase obrera, etc.

¿Están los trabajadores listos para ello? Esto solo se podrá verificar en el transcurso de la lucha misma. Sin embargo Mailly (FO) y Berger (CFDT) han capitulado antes incluso de iniciar el combate. En cuanto a Philippe Martinez (CGT), no saca ninguna lección de las derrotas de 2010 y 2016 y no propone ninguna estrategia alternativa a las “jornadas de acción”.

La ficción de la “independencia sindical”

En lugar de preparar una lucha seria, los dirigentes sindicales no dejan de defender la “independencia sindical” con respecto a los partidos políticos, en referencia a la manifestación de masas del pasado 23 de septiembre, organizada por la Francia Insumisa. Sin embargo, esta noción de “independencia sindical” es una idea falsa y, en última instancia, una idea reaccionaria al establecer una barrera artificial, que no existe en la realidad, entre la lucha sindical y la lucha política.

Ante todo, no hay que confundir la “independencia sindical” con el control democrático de los sindicatos por parte de sus afiliados. Es evidente que los militantes sindicales deben poder controlar democráticamente sus organizaciones, y este, precisamente, no es el caso. ¿Cuándo, por ejemplo, los militantes de FO y CFDT aprobaron la nueva ley del Trabajo? Nunca lo hicieron. Mailly y Berger se guardaron de consultar a sus bases sobre esta importante contrarreforma. En este sentido son “independientes”... de sus bases militantes. En cambio, no son nada “independientes” respecto al gobierno de Macron, cuya política reaccionaria aprueban.

La supuesta “independencia sindical” no sale mucho mejor parada cuando es defendida por la dirección de la CGT. La negativa a politizar la lucha es errónea. En un contexto en el que el gobierno inicia grandes ofensivas en todos los frentes (Código de trabajo, vivienda, subsidios por desempleo, educación, pensiones, función pública, etc.) sería absurdo y vano limitar al movimiento obrero a una sucesión de luchas defensivas, sector por sector, caso por caso. En la medida en que los ataques del gobierno afectan a todos los sectores de la población (salvo a los más ricos), es evidente la necesidad de intentar movilizar al conjunto de los asalariados, la juventud, los parados y los jubilados en una lucha común y unitaria contra toda la política del gobierno. El paso siguiente es la lucha de masa con un programa de ruptura con la austeridad. Tal era el significado – evidentemente progresista – de la gran manifestación organizada por la Francia Insumisa el 23 de septiembre.

Frente unido

La CGT y la Francia Insumisa se oponen a la ley de Trabajo. Entonces la cuestión es la de combinar con eficacia las capacidades de movilización de ambas organizaciones en el interés mismo de la propia lucha.

Tomemos el problema desde el ángulo de la política. Unas grandes manifestaciones de la Francia Insumisa pueden jugar un papel positivo, politizando el movimiento y proporcionándole un programa progresista. Pero por si solas, tales manifestaciones no lograrán hacer retroceder al gobierno. Mélenchon propuso que un millón de personas se concentraran en los Campos Elíseos. ¡Muy bien! Estaríamos ante una de las mayores manifestaciones políticas de la historia del movimiento obrero francés. Tendría un efecto desestabilizador sobre el gobierno, sin lugar a duda. Pero lo más probable es que el gobierno aguantase, salvo si tal movilización política de masas se combinara con un poderoso movimiento de huelgas reconducibles.  ¿Y quienes pueden organizar huelgas de forma práctica en las empresas? La Francia Insumisa no puede hacerlo, aunque pueda y deba contribuir a ello con todas sus fuerzas; La FI representaría sobre todo una poderosa palanca política para la huelga, abriendo la perspectiva de un “gobierno popular”, para usar una fórmula de Mélenchon. Sin embargo, sobre el terreno, sólo las organizaciones sindicales tienen la capacidad de movilizar a los trabajadores en un poderoso movimiento huelguístico.

La conclusión a sacar es clara: es preciso articular de forma consciente, concertada, planificada, las capacidades de movilización de los sindicatos, en las empresas, con la lucha política de masas contra la política del gobierno de Macron, para su derrocamiento, y por la elección de un gobierno de la “izquierda radical”. Una vez más, no decimos que esto sea forzosamente posible a corto plazo; esto solo puede verificarse en la acción. Lo que decimos es que esta es la perspectiva que debería ser defendida y por la cual deberían trabajar los sindicatos, la Francia Insumisa, el PCF y todas las fuerzas de izquierda que quisieran implicarse. Y lo que es seguro, es que esta estrategia ofensiva generaría mucho más entusiasmo entre la población que el ritual de las “jornadas de acción”, del que todo el mundo sabe que no harán retroceder al gobierno ni un solo milímetro.

El gobierno de Macron ha declarado una guerra social a nuestra clase. Es una lucha a muerte. O Macron destruye décadas de conquistas sociales del movimiento obrero, o se lo impedimos, llevando al poder un gobierno de la “izquierda radical” en el proceso. 

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