Cuba
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Publicamos aquí las siguientes notas acerca de la discusión de los Líneamientos sobre la política económica y social del partido y la revolución que se aprobaron en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba. Estas Notas, escritas por el comunista cubano Frank Josué Solar Cabrales, que ya ha colaborado en el pasado con América Socialista pretenden ser un llamado de atención acerca de los peligros del proceso de actualización económica y una contribución al debate que está teniendo lugar dentro del campo de la revolución cubana. América Socialista

A 50 años de la proclamación de su carácter socialista, la Revolución Cubana sigue estando. Con las nacionalizaciones de 1961 se le cerraban las puertas al capital en Cuba, perdía sentido el respeto a la sacrosanta propiedad privada, y los cubanos eran por fin dueños de sus propias riquezas. Juan sin Nada empezaba a ser Juan con Todo y a tener lo que tenía que tener, por el mero hecho de haber nacido en esta tierra. El pueblo cubano emprendía entonces, sin sentir pena por los burgueses vencidos, un camino de justicia social que ha sido siempre su principal fortaleza. Ya cincuentenaria, la Revolución sigue plantada frente al imperialismo norteamericano y continúa siendo un ejemplo inspirador para los países de América Latina.

En la defensa de la Revolución nos va la vida por una razón muy práctica: porque una restauración capitalista en Cuba, una derrota de la Revolución en Cuba significaría un retroceso enorme para el pueblo cubano, un verdadero desastre en los niveles de vida y de justicia social alcanzados en tantos años de lucha. No quedaría en pie ni una sola de las conquistas de la Revolución Cubana.

Mientras los jóvenes de otras partes del mundo luchan hoy por transformar un orden esencialmente injusto y explotador, a la juventud cubana actual le corresponde la defensa de la Revolución. Es ese nuestro principal deber como generación. Y la mejor manera de hacerlo, la más efectiva, es profundizando nuestro proyecto socialista, haciéndolo cada día mejor, perfeccionándolo.

Ni la hostilidad, ni las agresiones, ni la guerra económica, ni los actos terroristas han podido doblegar la rebeldía cubana. Tampoco podrán en el futuro. Como dijo Fidel el 17 de noviembre de 2005 sólo nuestros propios errores podrían destruir la Revolución. En la actualidad, en medio de una dura crisis económica mundial, los cubanos hemos iniciado un proceso de discusiones y debates con el objetivo de transformar todo lo necesario para garantizar la continuidad histórica de la Revolución. Sobre ese proceso de cambios tratan estas notas, cargadas de tantas esperanzas como dudas razonables.

Los Lineamientos  de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución fueron discutidos ampliamente por todo el pueblo antes de ser analizados en las sesiones del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba. Algunos de los elementos contenidos en ellos los considero preocupantes, sobre todo en su implementación. Por ejemplo, creo que debemos tener mucho cuidado con la propuesta del lineamiento 103 de crear zonas especiales de desarrollo. ¿Bajo qué modelo y fórmulas “especiales” se pretende potenciar la inversión extranjera en estas zonas?

El estudio de experiencias anteriores con características similares puede resultar provechoso. La creación en 1978 de cuatro zonas económicas especiales abiertas a la inversión foránea fue lo que marcó el punto de giro hacia la introducción de reformas de mercado en China. Si bien en un inicio se le impusieron numerosas restricciones a los niveles y tipos de inversión que podían hacer los capitalistas extranjeros, la propia lógica del proceso llevó a que en 1983 se levantaran los obstáculos y se permitiera funcionar a empresas de propiedad totalmente extranjera. Ya en 1985, un año después de que el XII Congreso del Partido Comunista aprobara la idea  de transformar el país en una “economía de mercado planificada”, el área de las zonas económicas especiales abarcaba casi toda la línea costera de China, con mayores facilidades para la inversión extranjera, impuestos más bajos, y más libertad para contratar y despedir [1].

También la contratación de mano de obra por los cuentapropistas es un cambio cualitativo importante. Por primera vez en la historia revolucionaria un cubano será patrón de otro y vivirá directamente de la explotación de trabajo ajeno. Eso genera intereses distintos, por aquello que en las lecciones de marxismo llamábamos contradicciones de clase.

Precisamente sobre este tema de la contratación de fuerza de trabajo por los trabajadores por cuenta propia tengo varias interrogantes. ¿Qué pasará con la sindicalización de los trabajadores contratados por los cuentapropistas? ¿Podrán crear sus sindicatos? Los trabajadores por cuenta propia ya sabemos que se están afiliando a los existentes, pero ¿y los trabajadores que ellos contratan? ¿Compartirán el mismo sindicato patrón y trabajador, empresario y empleado? Si no son los mismos intereses los de cada uno, ¿se crearán entonces asociaciones patronales? ¿Cómo se dirimirán los conflictos laborales de esos trabajadores? ¿Qué legislación laboral regirá las relaciones entre estos patronos y trabajadores? Cuando surjan demandas obreras por mejores condiciones de trabajo, mayores salarios, por cuestiones de despido, ¿podrán hacer huelgas? ¿Cómo podrán luchar y presionar por sus derechos en un Estado que se llama socialista? ¿De qué lado se pondrá el Estado, de los trabajadores o de los patronos? ¿Se arrogará el papel de árbitro entre las clases? ¿Defenderá los intereses de los trabajadores, que debe representar, o de los patronos para que no tengan dificultades en su acumulación de riquezas?

Otro elemento negativo es la posibilidad del cierre de fábricas o empresas que no sean rentables, sin medir su impacto ni utilidad social. El socialismo no puede regirse sólo por el cálculo económico.

El período especial, una situación peor desde el punto de vista económico, se enfrentó tratando de no afectar las garantías sociales forjadas por el proceso revolucionario. Por ejemplo, en ese momento, todas las decisiones que llevaban a un aumento de la desigualdad y a la utilización de mecanismos capitalistas, eran presentadas con dolor, como un mal necesario al que la Revolución se veía obligada, compelida por las circunstancias adversas. Precisamente el fundamento de la batalla de ideas que surgió a inicios de los 2000 estaba en combatir los bolsones de desigualdad social y pobreza que se habían generado a partir de las reformas económicas de los 90. Entonces se consideraba la pervivencia de los elementos de mercado y la constelación social creada por ellos, los nuevos ricos, como una amenaza directa a la Revolución. Por eso se fueron desmontando en la medida que las posibilidades económicas lo permitían.

Ahora en la actualización del modelo económico cubano, no sólo se refuerzan y estimulan los mecanismos de mercado, sino que se les garantiza protección y se les da carácter permanente.

Sobre el uso de mecanismos de mercado ya una vez nos advirtió el Che:

Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica. la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo[2].

Estaríamos ciegos si no viéramos que hay hoy en Cuba una batalla cultural, ideológica, de valores, muy fuerte, entre los que apostamos por un proyecto socialista para la nación cubana, y los que desearían una restauración del capitalismo, buena parte de estos enquistados en la burocracia, con varias ligazones, visibles o invisibles, al sector de los nuevos ricos, el segmento poblacional con economías más boyantes. Por tanto, las nuevas medidas no se pueden ver aisladas de este escenario enormemente contradictorio, y debe tomarse en cuenta el impacto que tendrán, qué fuerzas y tendencias favorecerán en esta lucha sorda que ya lleva, al menos, dos décadas de existencia. No me parece que vayan, precisamente, en la dirección de fortalecer el socialismo. La lógica del mercado, donde todo se compra y se vende con el poderoso caballero, nos ha ido horadando durante todos estos años, y ahora ella se verá reforzada.

Hace dos años, en un debate con un economista español sobre la crisis actual, yo sostenía la tesis de que el capitalismo había demostrado ser un fracaso total, no sólo social sino también económico, precisamente por no cumplir con la función primaria de la economía, esto es, satisfacer las necesidades materiales de los seres humanos. Claramente, millones de personas excluidas hoy del acceso a lo más elemental son una fuerte evidencia en sentido contrario. Él levantaba entonces el argumento de que la función de la economía no era esa, sino la de crear riquezas materiales, y de la política sería entonces la responsabilidad de su distribución más o menos equitativa.

Si reproduzco aquí esta opinión es porque me parece que resume la esencia del planteo liberal sobre la relación política-economía, que tiene mucho que ver en el debate actual de la coyuntura cubana. Cada vez gana más terreno entre nosotros la idea, tan cara al liberalismo, de que la economía debe actuar de acuerdo a sus propias leyes, con independencia y sin trabas, para que pueda dar resultados, y ya se encargará la política estatal de repartir con justicia, proteger a los más débiles, y corregir los desarreglos, desbalances y excesos provocados por aquella.

Eso de dejar que el mercado actúe, y luego el Estado intervenga para regular sus desajustes, para proteger los sectores más vulnerables, los que salieron perdiendo, es un discurso del capitalismo. Ojalá nunca tenga que ver en Cuba al Estado repartiendo becas de pobreza, como lo vi en Venezuela.

Aunque hoy algunos cantan alabanzas a la eficiencia económica de los métodos capitalistas, no tardarán mucho en aparecer o exacerbarse las verrugas de su cara fea: mendicidad, violencia, corrupción…

La principal contradicción en cualquier proceso de transición socialista es, según plantea el ensayista cubano Fernando Martínez Heredia, la que se establece entre un poder que debe ser necesariamente fuerte y un proyecto libertario que pretende la emancipación de las personas de todas las dominaciones. Es vital para la sobrevivencia de la Revolución Cubana que no perdamos el horizonte, que el poder se subordine al proyecto y sea este el que determine sus actuaciones, límites y caminos. Si perdemos el rumbo carecerá de sentido todo cuanto hemos hecho.

Mejor economía, más desarrollo, más bienes materiales, no significa automáticamente más socialismo, como preconiza cierta visión mecanicista y economicista del marxismo. Ni siquiera en la URSS el extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas, gracias a las potencialidades de la economía planificada, fue garantía de un tránsito seguro al socialismo. Decía Rosa Luxemburgo que el socialismo no es un asunto sólo de cuchillo y tenedor. En las condiciones actuales de Cuba la pretensión de obtener crecimiento económico sobre la base del fomento de la desigualdad social no puede tener otro destino que el capitalismo, quiérase o no.

Sería contraproducente para el ideal socialista que empezáramos a ver la desigualdad como un fenómeno natural, según el cual es normal que existan personas de bajos ingresos, a las que se les debe dar atención especial. Los clásicos del marxismo veían la desigualdad durante el período de transición como un mal necesario, pero justo como eso, un mal que debía ser erradicado.

Mientras las reformas se mantengan en un nivel bajo, limitadas únicamente a la circulación, algunos servicios y negocios a pequeña escala, no deben significar mayor problema, incluso pueden ayudar a oxigenar la economía nacional y solucionar problemas cotidianos de las personas. No es que estén mal desde una perspectiva coyuntural, sino presentarlas como algo permanente.

La descentralización hacia los municipios es algo positivo, pero no para que ejerza el poder la burocracia municipal, “cocinada en su propia salsa”. Son los trabajadores, campesinos, amas de casa, jóvenes, estudiantes, los que deben ejercer ese poder.

Por ejemplo, el presupuesto participativo, si bien es reformista ensayado en una sociedad capitalista, puede ser muy revolucionario empleado en un entorno socialista. Puede ser una experiencia práctica muy útil de democracia obrera. Es difícil pensar en algo más socialista que todo el pueblo del municipio decidiendo en asambleas públicas en qué se gasta el dinero con que se cuenta. Si hay limitaciones, que sea el pueblo trabajador el que decida cuales son las prioridades, y que eso no sea solamente a nivel municipal, sino a nivel de provincia y de todo el país.

El debate que se ha generado alrededor de los lineamientos es un avance muy positivo, un paso en la dirección correcta. Pero todavía presenta muchas limitaciones. Por ejemplo, se realiza en forma muy compartimentada. El flujo de información es vertical, sin ninguna horizontalidad. Las opiniones y propuestas sólo salen de las estructuras de base para ir hacia arriba y no hacia sus pares. De esta manera es imposible conocer las ideas de los demás en el debate para enriquecer las nuestras, tejer redes para el surgimiento de propuestas alternativas a la inicial que tengan igual oportunidad de ser presentadas y discutidas por la militancia.

Así, el debate se convierte en una “recogida de opiniones” por parte de la dirección política del país y es ella la que decide cuáles son los criterios válidos, y las medidas que se adoptan. Esto ya es más de lo que se hace en cualquier país capitalista, pero el socialismo siempre debe aspirar a la mayor participación popular, y desbrozar los obstáculos que se le interpongan. Debemos pasar de la consulta a la participación decisoria del pueblo en la estrategia económica y política del país. Muchas de las medidas ya se estaban adoptando antes del debate de los lineamientos, que fue iniciado con la advertencia de que no existía otra alternativa que aprobarlos. Julio César Guanche explica así los límites de este tipo de consulta:

… el diseño de la consulta popular estructura una relación desigual de poder entre la ciudadanía y las instancias superiores de decisión, en la cual la base aporta opiniones y propuestas y el nivel superior controla el tiempo y el espacio del proceso: se reserva la decisión, la ejecución, el control, la evaluación, la información, la comunicación tanto como el momento y la escala en que este ha de desenvolverse[3].

Para buscar una cura efectiva a los males lo primero que hay que identificar correctamente son las causas. La ineficiencia, la corrupción y la baja productividad no son provocadas por la holgazanería o vagancia de los cubanos, por el “igualitarismo” o paternalismo estatal, sino por la ausencia de control obrero en una economía nacionalizada que se planifica burocráticamente y que además está insertada en términos totalmente desfavorables en el mercado mundial capitalista y sometida a bloqueo.

Un compañero al que le comenté mis preocupaciones sobre la actualización del modelo económico me dijo que mientras tuviéramos el poder podemos fijarlo todo, los límites, los alcances, los ritmos, incluso dar retroceso si algo sale mal. Aunque a renglón seguido agregó: el problema de nuestro poder popular es que ha sido muy popular pero poco poder.

La Conferencia Nacional que celebraremos a inicios del próximo año debe abordar temas medulares. Entre ellos cómo ejercer el poder que hace 50 años conquistamos los revolucionarios cubanos, en las actuales circunstancias y sin ceder ni un ápice frente al imperialismo.

El poder que legítimamente ha tenido la dirección histórica de la Revolución, con el respaldo del pueblo y en su nombre, y que ha permitido sostenernos en las condiciones más adversas, no puede ser transferido a una burocracia que vele en primer lugar por sus propios intereses y que podría jugar un papel contrarrevolucionario, como ya sucedió en la URSS; sino al pueblo organizado en estructuras funcionales que le permitan tomar las decisiones fundamentales del país y controlar todo el aparato estatal, administrativo y económico.

No será mucho el tiempo que pase antes de que los grupos mejor posicionados económicamente a partir de las reformas, pujen por una expresión política, si no de manera independiente, sí creando nuevos e incrementando los ya existentes, lazos e intereses comunes con la burocracia para lograr políticas favorables a ellos. La madeja de relaciones, vínculos y compadrazgo entre la burocracia e intereses empresariales, incluido financiamiento desde el exterior, revelada por los últimos affaires de corrupción es una seria amenaza.

La única manera de impedir que el sector económico privado se exprese en términos políticos e imponga su camino restauracionista es el control obrero y popular sobre el Estado y las palancas fundamentales de la economía.

El ejemplo chino es ilustrativo: el control burocrático no sólo no ha detenido, sino que ha favorecido las reformas capitalistas, y ha llevado a un modelo que combina lo peor del capitalismo, una explotación salvaje y despiadada, con lo peor del socialismo “real”, un control político autoritario y represivo. Allí la dominación política y económica es ejercida por una cómoda alianza burocrática-empresarial. Aunque la clase empresarial no tiene una expresión política directa, y el dominio político se encuentra firmemente en manos de la burocracia, entre una y otra se han entretejido miles de nexos y creado intereses comunes.

Hemos visto algo inédito. El proceso de restauración del capitalismo ha sido dirigido y controlado por el propio PC. Los capitalistas no necesitan, por ahora, el poder político, con una burocracia que vela por sus intereses y los salvaguarda. Esto prueba que es imposible la pretensión de que la economía pueda marchar por un lado y la política y la sociedad por otro. Todas las transformaciones en aquella tarde o temprano tendrán su correlato en estas. Es cierto que el socialismo puede convivir con un sector privado de pequeñas y medianas empresas (incluso a veces se torna imprescindible) pero sólo por un tiempo transicional.

El poder socialista debe saber que su mera existencia siempre ejercerá presiones de clase en sentido contrario, que podrán ser controladas y sus efectos contrarrestados en la medida que exista una auténtica democracia obrera y los resultados de la lucha de clases a nivel internacional sean favorables al rumbo emancipatorio. Pero en condiciones de aislamiento y control burocrático, con toda su carga de ineficiencia y corrupción, ellas serán un peligro mortal para la Revolución. No es por gusto que Lenin, en sus últimos días de vida, después de adoptada la Nueva Política Económica (NEP), advirtiera premonitoriamente sobre los riesgos que ella entrañaba para lo que él mismo calificaba de “Estado obrero con deformaciones burocráticas”. Tampoco resulta gratuito que en la NEP ubicara el Che el germen de todo el desbarajuste posterior en la Unión Soviética.

En varias ocasiones Lenin señaló el antídoto contra la desviación burocrática:

Sólo podremos luchar contra la burocracia sin tregua, hasta la victoria total, cuando toda la población participe en el gobierno[4]. Los obreros deben entrar en todas las instituciones, para controlar todo el aparato del Estado…[5]

Los Lineamientos proponen una serie de trabas y garantías para evitar la excesiva acumulación de capital, pero el capitalismo con tantos obstáculos para la acumulación de capital, sin incentivos para ello, no funciona. Cualquier intento de combinar elementos capitalistas y socialistas está destinado al fracaso, pues unos anulan u obstaculizan a los otros y el resultado es un ente inestable en el que ninguno de los dos sistemas puede desarrollar plenamente sus mecanismos. Al final la pregunta de la transición es la misma de siempre: ¿quién prevalecerá?

Temo que desatemos fuerzas que no podamos controlar después, independientemente de las buenas intenciones con que empecemos. Los chinos también comenzaron poniendo diversos obstáculos a la concentración de propiedad, y ya hoy la han legalizado y santificado. En Cuba, a pesar de la advertencia de que se iba a impedir la concentración de la propiedad y que la apertura al mercado es regulada y a pequeña escala, no ha pasado mucho tiempo antes de que se anuncien nuevas concesiones: la extensión de la cantidad de tierras permitidas para los campesinos que demuestren mejores resultados y la autorización a contratar fuerza de trabajo para todas las actividades por cuenta propia.

Como plantea un artículo de análisis de Le Monde Diplomatique sobre la realidad cubana: ¿no existe el riesgo de que una reforma que entraña otra, luego otra, y luego otra lleve a las autoridades cubanas a creer que se hace finalmente necesario “actualizar” las “conquistas sociales” del país? No faltan ejemplos históricos, desde la apertura económica china hasta la reforma de los servicios públicos en Francia, que sugieran un escenario de ese tipo[6].

Cuando la propaganda del enemigo habla de que el salario promedio en Cuba es de unos 17 dólares, nosotros siempre hemos respondido que esa cifra no toma en cuenta todos los derechos y subsidios que disfrutan los cubanos. ¿Quién determina ahora cuáles gratuidades y subsidios son los indebidos? ¿No existe el peligro de incluir en esa categoría muchos de los que han sido considerados conquistas de la revolución y han servido al pueblo cubano como compensación y protección frente a los efectos de la crisis económica en la calidad de vida y el bajo poder adquisitivo de los salarios?

En los Lineamientos no aparecen, quizás por no considerarlas factibles, las únicas alternativas reales para la profundización del proyecto revolucionario cubano: la extensión de la revolución socialista internacional, comenzando por América Latina, y el control obrero.

Por último, unas notas sobre nacionalismo y revolución. El nacionalismo nunca existe en abstracto, siempre tiene un contenido de clase. Hay varios proyectos de nación para Cuba, de distinto signo. Algunos de ellos mutuamente excluyentes. Lamentablemente, no creo posible la existencia de un proyecto de país totalmente incluyente, donde quepan todos. Por ejemplo en la Revolución Francesa, la Montaña excluía a Coblenza, y viceversa. En la restauración capitalista producida en Rusia en los 90 salieron perdiendo los trabajadores rusos. En la historia siempre hay vencedores y derrotados, dominantes y subalternos. Eso nos puede parecer bien o mal, pero no se puede negar: es un hecho, la lucha de clases. Es una falacia ese proyecto ideal del liberalismo, donde todos los ciudadanos tienen igual condición, derechos y posibilidades, y todos están representados. Cualquier forma estatal encierra siempre una dominación de clase. Esa es una verdad de abc del marxismo que algunos parecen haber olvidado convenientemente.

Es una utopía reaccionaria aquella que plantea que todos los cubanos, como una gran familia, como hermanos, debemos ponernos de acuerdo para resolver nuestros problemas, dejar de lado los extremismos y lograr un país incluyente, una sociedad plural donde no falte nadie. Si bien creo que esto es absolutamente deseable y necesario en el plano social y familiar, y que resulta impostergable emprender pasos en esa dirección, sobre todo en la de llevar a niveles normales y racionales la relación del país con su emigración, siempre en los límites de lo permisible para una Isla acosada, hostigada y bloqueada, el mismo proyecto en el campo político sería un suicidio para la Revolución. En lo concerniente al poder, el estado y la economía, “ni un tantico así”. Una nación construida sobre esas bases sólo serviría para disfrazar la dominación de élites económicas poderosas, nuevas y viejas. Me considero más hermano de cualquier trabajador o campesino del mundo que es explotado y lucha por sus derechos, no importan las diferencias culturales, que de cualquier miembro de Hermanos al Rescate o la FNCA, de Posada Carriles o Montaner, por muy cubanos que sean.

Siguiendo la tradición marxista de Julio Antonio Mella debemos repetir hoy aquella frase que encabezaba su periódico: “¡Cuba Libre!.... para los trabajadores”.

Entonces considero completamente legítimo que la Revolución use todos los medios a su alcance para defender el Poder conquistado hace 50 años y no brinde espacio ni representación a ningún proyecto contrario a ella. Lo que sí creo firmemente es que dentro de la Revolución hay varios proyectos y caminos, y esos sí deben gozar de espacio, libertades y posibilidad de expresión en igualdad de condiciones. Algunos pudieran alegar que eso debilitaría la unidad y le haría el juego a los propósitos del enemigo. Una unidad consciente como resultado del consenso entre distintas posiciones revolucionarias después de un debate libre y abierto será siempre más sólida que la obtenida a través de la obediencia y el unanimismo. En el clima asfixiante de esta última lo único que se fomenta es la doble moral, el oportunismo y el arribismo. La mejor formación de un revolucionario es el debate y la lucha ideológica constantes.

Para ponerlo en términos sencillos, con todos los riesgos que ello implica: no hay una sola Cuba, existe una Cuba revolucionaria y una Cuba contrarrevolucionaria, mutuamente excluyentes, y vence la una o la otra, no las dos a la vez.

En 1878 Arsenio Martínez Campos trató de convencer a Antonio Maceo para que abandonara la lucha con argumentos sibilinos: “Ustedes han luchado como héroes, han asombrado y admirado al mundo con sus proezas, pero ya es hora que abandonen una guerra sin sentido”. Tales pudieran ser los argumentos que hoy presente una derecha inteligente y conciliadora para que dejemos las armas: “Ustedes han sido un ejemplo y una inspiración para muchos, pero ya es hora de que, manteniendo las conquistas sociales de la Revolución, se modernicen y adecuen al mundo cambiante en que vivimos y dejen de ser una pieza anacrónica y de museo. No se aferren a un sueño y un modelo vencido por la historia”. Frente al convite a arrepentirnos y a tanta mierda, sigamos creyendo en la necedad de vivir sin tener precio. Frente al Zanjón, Baraguá[i].

Frank Josué Solar Cabrales, Santiago de Cuba

[1] Corriente Marxista Internacional: “La larga marcha hacia el capitalismo en China”. En: Marxismo Hoy. No. 16, Mayo 2007, pp. 77-78.

[2] Guevara, Ernesto: “El socialismo y el hombre en Cuba”. En: Cátedra de Formación Política Ernesto Che Guevara: Introducción al pensamiento marxista. Ediciones Madres de Plaza de Mayo, Buenos Aires, 2003, p. 213.

[3] Guanche, Julio César: “Una pasión política. Alrededor de la celebración del VI Congreso del PCC”. En: Rebelión. 1 de junio de 2011.

[4] VIII Congreso del PC(b)R, 19 de marzo de 1919, Contra el burocratismo, Lenin, Editorial Anteo, Buenos Aires, 1988.

[5] Discurso en Conferencia apartidista en Blagusha-Lefortovo, Contra el burocratismo, Lenin, Editorial Anteo, Buenos Aires, 1988.

[6] Lambert, Renaud: “Cuba, los frijoles y la reforma. Hacia el socialismo posible”.

[i]  El Pacto de Zanjón fue firmado por un sector moderado de los jefes de la lucha por la independencia de Cuba contra el colonialismo español en febrero 1878, poniendo fin a diez años de guerra. La Protesta de Baraguá, marzo de 1878, fue el acto político en el que las fuerzas revolucionarias dirigidas por Antonio Maceo notificaron al general español Arsenio Martínez Campos que rechazaban el contenido de ese Pacto.

Este artículo fue escrito para el número 4 de la revista América Socialista que saldrá a la venta el 1º de Agosto

Ver también: El congreso del PC Cubano ratifica las directrices económicas – el control obrero y el socialismo internacional ausentes de la discusión

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