Cuba
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A finales de julio se anunciaron en Cuba una serie de medidas económicas, entre las cuales se encuentra la apertura del comercio a la inversión extranjera y la introducción de un nuevo tipo de cambio oficial. Para entender tanto el significado de estas medidas como su posible impacto y consecuencias, es necesario entender el contexto de la grave situación económica de la isla.

El conjunto de 75 medidas económicas que se han anunciado autoriza por primera vez, desde la abolición del capitalismo en los años 60, las inversiones extranjeras en el comercio interior minorista y mayorista. En el caso del comercio mayorista, las nuevas normas autorizan tanto las empresas mixtas con empresas cubanas como las empresas de propiedad totalmente extranjera. En el caso del comercio minorista, la inversión extranjera se realizará a través de empresas conjuntas con empresas locales, tanto privadas como estatales. A algunas empresas cubanas del sector privado se les permitirá participar directamente en el mercado extranjero “bajo el control del Ministerio de Comercio Exterior”.

Esta es una medida que se encamina a otorgar más concesiones tanto al capital privado cubano como al capital extranjero, que hasta ahora estaba excluido del sector minorista. También representa un debilitamiento relativo del monopolio estatal del comercio exterior.

El otro eje de las medidas económicas anunciadas fue la creación de un nuevo tipo de cambio, mediante el cual el Estado compraría dólares del público a una tasa mucho más alta que la oficial. Para empezar, el Estado compraría a 120 pesos por dólar, cuando la tasa oficial es de 24 pesos. La expectativa es que, al ofrecer una tasa parecida a la del mercado negro de divisas, el Estado podrá recuperar los dólares que circulan en el sector informal, procedentes tanto de las remesas como de los turistas. Por ahora, el Estado sólo comprará dólares, no los venderá.

Ambas medidas representan un intento de abordar los problemas creados por el “Ordenamiento Monetario” de enero de 2021. En ese momento, las dos monedas separadas de Cuba y los dos tipos de cambio (uno para las empresas y otro para los particulares) se fusionaron en una sola moneda y un solo tipo de cambio mediante una fuerte devaluación. El tipo de cambio para las empresas de 1 CUP (peso cubano) por 1 CUC (peso convertible – equivalente a 1 USD) se equiparó al tipo de cambio para los particulares de 24 CUP por 1 CUC (ó 1 USD). El peso convertible (CUC) se suprimió y en adelante el dólar estadounidense valía 24 pesos cubanos.

Para equilibrar esta fuerte devaluación, los salarios y las pensiones aumentaron considerablemente. Uno de los problemas fue que esto aumentó la masa monetaria sin aumentar al mismo tiempo la oferta de bienes. Esto condujo inevitablemente a la inflación, la especulación, las ganancias ilícitas, el mercado negro y la devaluación de la moneda. Según las cifras oficiales del gobierno, la inflación en 2021 fue del 73% y se prevé que en 2022 sea del 28%. Estas cifras reflejan los precios de los productos regulados. El problema es que muchos de éstos padecen una grave escasez, lo que empuja a la gente a comprar productos básicos en el mercado informal como única alternativa, donde los precios subieron entre un 500 y un 700 por ciento.

Cuando se produjo el Ordenamiento, para intentar recaudar las tan necesarias divisas, el gobierno estableció tiendas que vendían productos importados en MLC (Moneda Libremente Convertible). La MLC se creó como una moneda virtual, utilizada a través de tarjetas en las que la gente podía depositar dólares a una tasa de 1 USD = 1 MLC. La idea era que quienes recibieran dólares en remesas pudieran gastarlos para comprar productos en las tiendas estatales. Así, el Estado recuperaría parte de los dólares que circulan en el sector informal de la economía y los utilizaría para importar bienes básicos, que luego vendería a precios subsidiados en pesos. Esto no funcionó realmente como se esperaba. En lugar de que sólo se vendieran ciertos productos de gama media-alta en las tiendas de MLC, a las que sólo puede acceder una parte de la población, lo que ocurrió fue que todos los productos disponibles acabaron vendiéndose en estas tiendas, mientras que las tiendas normales en pesos se quedaron con los estantes vacíos. Esto contribuyó a empeorar aún más las condiciones sociales de las capas más pobres, que no tienen acceso a los dólares.

Situación peligrosa para la revolución

Nada de esto puede entenderse sin examinar la situación de la economía cubana en su conjunto. Desde que se abolió el capitalismo en Cuba en los años 60 después de la revolución, la isla ha estado sometida a una implacable campaña de agresión imperialista por parte de Estados Unidos, uno de cuyos componentes clave es el bloqueo económico. Durante casi tres décadas, la estrecha y favorable asociación económica entre Cuba y la URSS permitió que la isla sobreviviera (aunque esa asociación tuvo también un coste político negativo, fortaleciendo el estalinismo y la burocracia). El colapso del estalinismo en el periodo entre 1989-91 acabó con esa relación, provocando una crisis económica masiva, conocida como el Periodo Especial. La revolución sobrevivió, pero finalmente se vio obligada a hacer concesiones al capitalismo, sobre todo en forma de inversiones extranjeras en el sector turístico y la dolarización parcial de la economía. El ascenso de la Revolución Bolivariana en Venezuela en la década de 2000 supuso un nuevo alivio para Cuba gracias a una serie de acuerdos económicos favorables. La profunda crisis económica de Venezuela, a partir de 2014, volvió a poner a la Revolución cubana en una situación muy peligrosa.

Como si no bastaran los muy desiguales relaciones de intercambio entre Cuba y a economía capitalista mundial y el constante bloqueo estadounidense, en 2017 llegó Trump al poder. Y procedió a apretarle aún más la soga a la economía cubana, revirtiendo todas las concesiones hechas por Obama e introduciendo 243 medidas adicionales de bloqueo económico. Estas tuvieron un impacto severo en la economía cubana, limitando el turismo y las remesas, dos de las principales fuentes de ingresos en divisas del país.

Luego, en el 2020, la pandemia de Covid se desató, paralizando casi por completo el turismo y asestando un fuerte golpe a la economía del país. En 2019, Cuba había recibido 4,1 millones de turistas, la cifra se desplomó a poco más de un millón en 2020 y se redujo aún más a 570.000 en 2021. Para entender lo que esto representa para la economía cubana, en 2019 el turismo había aportado 3.000 millones de dólares. Ese mismo año, las importaciones de alimentos representaban unos 2.000 millones de dólares.

Ahora, cuando parecía que el mundo se abría de nuevo al turismo, el cierre del espacio aéreo a las aerolíneas rusas como represalia por la guerra de Ucrania ha secado parcialmente uno de los principales mercados emisores del turismo cubano.

Esta combinación de factores condujo a una fuerte contracción económica, del 10% en 2020, además de un déficit fiscal sumamente elevado, del 17%.

Las recientes medidas económicas, tanto las anunciadas en julio/agosto de este año como el Ordenamiento Monetario de enero de 2021, deben considerarse como respuestas a estos choques, así como a los problemas más a largo plazo a los que se enfrenta la economía cubana, y se tomaron en un momento en el que el margen de maniobra se había visto drásticamente restringido.

El objetivo de las medidas recientes es atraer la inversión extranjera, en el caso de estas últimas medidas hacia el sector comercio, y al mismo tiempo recuperar parte de los dólares que ya circulan, para que puedan ser utilizados en el mercado mundial. Como ha sucedido antes, estas medidas son acogidas con beneplácito por los economistas y comentaristas pro-capitalistas, aunque éstos protestan que no son suficientes. Omar Everleny, que fue hasta 2016 una de las principales figuras del Centro de Estudios de la Economía Cubana en La Habana, pero que ahora se ha trasladado a Colombia, dijo: “Es un paso en la dirección correcta, pero demasiado pequeño y demasiado tarde”.

Al mismo tiempo, las medidas adoptadas no abordan la cuestión clave de aumentar la producción, pero al mismo tiempo tienen el efecto de aumentar la cantidad de dinero en circulación, en pesos. Por lo tanto, es probable que tengan un efecto inflacionario y que conduzcan a una mayor devaluación de la moneda.

Asimismo, Cuba se ha enfrentado a una serie de problemas serios para generar electricidad, lo que ha provocado apagones extensos, que han afectado no sólo a las provincias sino también a la capital, La Habana. Una serie de accidentes, incluido el reciente incendio masivo de los gigantescos tanques de combustible en Matanzas, han agravado la situación, pero en el fondo el problema es la falta de mantenimiento y reparación de las plantas generadoras de electricidad, así como el fuerte aumento del precio del combustible en el mercado mundial.

Los apagones han puesto de manifiesto un grave dilema al que se enfrenta el gobierno cubano. Se ha criticado mucho el hecho de que una gran parte del gasto gubernamental se destine a inversiones directa o indirectamente relacionadas con la industria turística, incluso en un momento en el que había una gran escasez y una baja ocupación de los hoteles. ¿Por qué no se utilizó ese dinero para importar alimentos y otros productos básicos? Ahora bien, la situación no es tan sencilla, ya que sin las inversiones necesarias, la industria turística no podrá atraer a los turistas en su reapertura. También se plantea otro dilema aún más grave. ¿Deben utilizarse los escasos dólares generados en Cuba para comprar alimentos o para adquirir los repuestos y equipos necesarios para reparar y renovar los sistemas de generación de electricidad?

Todos estos factores (la intensificación del bloqueo, la pandemia de Covid, la escasez, los apagones) son los que crearon el caldo de cultivo para las protestas del 11 de julio de 2021 en Cuba y varias protestas locales por los apagones en los últimos meses. La contrarrevolución aprovechó políticamente las protestas del año pasado y las encabezó con consignas reaccionarias, pero ciertamente el hecho de que muchos de los que salieron a la calle fueran de barrios obreros y pobres sólo puede explicarse por el creciente descontento ante la situación económica.

La combinación de la escasez y las largas filas para adquirir productos básicos con los apagones han creado la sensación entre un sector creciente de la población de que no hay salida. El optimismo creado por el deshielo parcial de Obama se ha evaporado. Muchos han decidido marcharse y una gran parte de ellos son jóvenes. Según las cifras de Estados Unidos, desde octubre de 2021, 180.000 cubanos han entrado ilegalmente en Estados Unidos a través de México y otros 8.000 lo han hecho desde julio en barco. Se trata de una cifra asombrosa, teniendo en cuenta que la población de la isla es de poco más de 11 millones de habitantes.

¿Qué hacer?

Las limitaciones a las que se enfrenta la economía cubana imponen decisiones y elecciones muy difíciles. Dentro de estos límites, ¿qué se puede hacer? Esta pregunta ha provocado una serie de debates que se remontan a hace 10 años, cuando el Congreso del Partido Comunista aprobó los Lineamientos Económicos. Estos representaban un intento de resolver los gravísimos problemas a los que se enfrentaba la economía cubana mediante concesiones controladas al capital privado, nacional y extranjero. Evidentemente, una parte de la dirección cubana estaba y está deslumbrada por el “modelo chino” o, como a veces se suele preferir en Cuba, por el “modelo vietnamita”. En ambos casos, razonan, la restauración del capitalismo ha conducido, aparentemente, a un crecimiento económico, a una reducción de la pobreza, al tiempo que el Partido “Comunista” sigue en el poder. Se puede entender por qué ese modelo es atractivo para un sector de la burocracia.

Por supuesto, la idea de que China es un modelo a seguir, ignora las consecuencias de la restauración del capitalismo: la enorme explotación de los obreros por parte de las multinacionales extranjeras, el enorme crecimiento de la desigualdad social, la destrucción de los antiguos sistemas de bienestar social, etc. Aparte de eso, hay algunas diferencias entre estos ejemplos y Cuba. China y Vietnam podían ofrecer una gran reserva de fuerza laboral barata al mercado mundial, lo que los hacía atractivos como destinos para la inversión extranjera. En comparación, Cuba es una isla caribeña muy pequeña con muchas menos oportunidades para las inversiones extranjeras.

Otros no están necesariamente de acuerdo en que el destino sea, como en China, la restauración del capitalismo bajo el control de una élite dirigente, que han pasado de ser burócratas que gestionan la economía a convertirse en propietarios capitalistas de los medios de producción. Pero, sin embargo, sostienen con entusiasmo que para “liberar las fuerzas productivas” es necesario hacer cada vez más concesiones al capitalismo: la abolición de las prestaciones universales, en favor de subsidios específicos, y la privatización de gran parte de las empresas estatales, supuestamente porque la gestión privada es “más eficaz”. Se promueve el uso del látigo del mercado para disciplinar a las empresas estatales, a través de primas vinculadas al rendimiento y a las ganancias, y mediante la clausura de las empresas deficitarias del sector estatal.

Independientemente de la intención de quienes proponen estas medidas, tanto si quieren restaurar el capitalismo conscientemente como si no, la lógica inevitable de su aplicación conduce al fortalecimiento del proceso de acumulación capitalista en el sector privado y al nacimiento de una clase capitalista, así como a la dominación del capital extranjero. Ya existen entre 4 y 5.000 empresas privadas en el país. Si bien la mayoría de ellas son pequeñas o incluso microempresas, que emplean cantidades muy pequeñas de trabajadores asalariados, algunas de ellas están creciendo, inevitablemente.

Pero, ¿hay otra alternativa? Es obvio que ciertas concesiones al capital privado son necesarias para intentar atraer la tan necesaria inversión de capital. Muchos en Cuba utilizan el ejemplo de la Nueva Política Económica (NEP introducida en la Unión Soviética en 1922). Pero hay algunas diferencias muy importantes entre las políticas que se están introduciendo en Cuba y la NEP.

En primer lugar, Lenin y Trotsky consideraban la NEP como un mal necesario, como un retroceso temporal plagado de riesgos. En cambio, en Cuba, estas medidas se fomentan como el camino a seguir para construir un “socialismo sostenible” y “una sociedad justa”.

En la Unión Soviética, la introducción de la NEP fue acompañada de una serie de medidas para fortalecer el poder de la clase obrera y luchar contra la burocracia, e incluso allí esto no fue suficiente para evitar el ascenso de la burocracia y la abolición de la democracia obrera. El proceso de burocratización de la revolución rusa se basó en gran medida en las fuerzas pequeño burguesas y capitalistas que la NEP desató, tanto en la ciudad como en el campo.

En Cuba se están desencadenando fuerzas igualmente poderosas; quizás más poderosas, ya que estamos hablando de una pequeña isla con recursos limitados, rodeada por el capitalismo mundial. Pero en Cuba esto se presenta como un proceso positivo a través del cual se está construyendo “un país mejor”. En lugar de un debate político serio sobre estos peligros, lo que vemos es una complaciente promoción de las virtudes del sector privado o, a veces, una represión de cualquier crítica contra la burocracia.

Sin embargo, sí existe una alternativa a esto. Lo más importante es entender que las victorias de la Revolución Cubana se basan en el carácter nacionalizado y planificado de la economía, es decir, en la abolición del capitalismo. Estas conquistas siguen existiendo (en los ámbitos de la educación, la salud, la vivienda, la soberanía nacional), aunque estén debilitadas por el bloqueo y la crisis económica, y es necesario defenderlas. Si se restaura el capitalismo en Cuba, la isla estará condenada a una enorme desigualdad social, a la subyugación al imperialismo y a un fuerte deterioro del nivel de vida. Una Cuba capitalista no se parecería a la Suecia capitalista, sino más bien al Haití capitalista o a la República Dominicana capitalista, o incluso a un Puerto Rico capitalista colonia de EEUU.

Cualesquiera que sean las concesiones al capital privado que puedan ser necesarias, estas deben estar limitadas por el contrapeso de un auténtico poder obrero. La burocracia conduce inevitablemente a la ineficacia, la mala gestión y la corrupción. Desempeña un papel contrarrevolucionario al desmoralizar a los trabajadores y fomentar el cinismo, el escepticismo y la apatía. La burocracia sólo puede combatirse mediante la democracia obrera y el control obrero. Para liberar las fuerzas productivas, la clase obrera necesita sentir que realmente tiene el control, que puede tomar todas las decisiones.

Hay muchos cuellos de botella en la economía cubana que podrían resolverse o aliviarse si se pusieran todos los asuntos en manos de los propios obreros y productores. Eso podría hacerse a veces a través de cooperativas, sobre todo en la agricultura, aunque éstas no están exentas de riesgos. La producción nacional podría aumentar si se aprovechara al máximo la iniciativa de la propia clase obrera. Pero para ello es necesario que los trabajadores comprendan que son ellos los que mandan y que si hay que hacer sacrificios, que éstos se realicen proporcionalmente por todos. Esto significa la eliminación de todos los privilegios de la burocracia, materiales y económicos.

La democracia obrera no resolvería todos los problemas de la noche a la mañana, ya que Cuba seguiría estando a merced del mercado mundial y sometida al bloqueo económico del imperialismo, pero contribuiría en cierta medida a incrementar la producción nacional.

Por la democracia obrera y el internacionalismo

Por supuesto, la burocracia surge como consecuencia del aislamiento de la revolución cubana. Es necesaria una política internacionalista proletaria, tanto para movilizar la solidaridad y el apoyo de los obreros, los campesinos y la juventud del mundo a la revolución cubana y contra el imperialismo, como porque, en última instancia, el destino de la revolución cubana se dirimirá en la arena de la lucha de clases mundial.

Una revolución socialista exitosa en un país latinoamericano (por ejemplo, Ecuador, Chile, Colombia, todos los cuales han sido testigos de levantamientos masivos de trabajadores, campesinos y jóvenes en los últimos años), proporcionaría un balón de oxígeno vital para la revolución cubana. Los vínculos económicos y políticos con la revolución venezolana (aunque esa revolución nunca llegó a completarse) proporcionaron un atisbo de lo que sería posible.

Una revolución socialista exitosa en Estados Unidos o en un país capitalista avanzado de Europa tendría un impacto aún más poderoso, permitiendo la transferencia de tecnología y bienes de capital a una escala mucho mayor.

¿Acaso esta idea es algo descabellado? ¿Está descartada? El sistema capitalista mundial se encuentra en un período de profunda crisis senil, que particularmente después de la crisis económica de 2008 ha provocado una serie de movimientos de masas, un proceso de radicalización política e incluso acontecimientos revolucionarios en un país tras otro, incluso en los propios Estados Unidos. La Revolución Cubana debe formar parte de este proceso revolucionario mundial. Su futuro no está en las maniobras geopolíticas (por más que la diplomacia sea necesaria para una isla bloqueada), sino en el ascenso revolucionario de la clase obrera mundial, el único aliado fiable del que dispone la revolución.

27 de septiembre, 2022

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