América Latina
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En agosto de 2021 se cumplieron 500 años de la caída de México-Tenochtitlán en manos los invasores españoles. Queremos conmemorar este acontecimiento, desde un punto de vista marxista y responder a la campaña chovinista, patriotera y mentirosa de los nacionalistas españoles, de derecha e “izquierda” sobre este hecho histórico. Pretenden describirlo como una obra “civilizadora”, ocultando el carácter opresivo, de saqueo y genocida que tuvo lugar, y que debemos exponer en todo momento. Para tal fin publicamos un artículo de David García Colín, historiador marxista y miembro de la Corriente Marxista Internacional de México, publicado el año pasado en la web marxismo.mx.

Se cumplen 500 años de la captura de Cuauhtémoc el 13 de agosto de 1521 por los invasores españoles, evento que marcó la fecha de la caída de México-Tenochtitlán. Esta caída representó una etapa muy importante en el proceso del surgimiento del capitalismo y su dominio a nivel mundial. Fue uno de los puntos iniciales de la globalización capitalista. Y también fue el choque entre dos modos de producción: el capitalismo en formación y el modo de producción del mundo mesoamericano, con sus propias peculiaridades. En este choque la grandes civilizaciones del mundo prehispánico fueron sacrificadas para alimentar al capitalismo naciente y la mayor parte de la población murió como producto de la destrucción de su cultura y de enfermedades importadas. La postura del presidente AMLO de solicitar que el gobierno español se disculpe por el genocidio ha abierto un sano debate sobre diversos temas: qué significó la conquista, cómo hacer justicia a los pueblos indígenas, qué tan libre e independiente es el México de hoy, cómo deberíamos combatir al imperialismo y cómo fue posible que unos pocos cientos de invasores fueran capaces de derribar a un imperio que dominaba sobre millones de personas, entre otras preguntas. En este ensayo pretendemos aportar con una postura marxista al respecto de estos 500 años de la caída de Tenochtitlán.

Acumulación primitiva de capital y la sed por el oro

Al comienzo -durante los siglos del llamado Renacimiento- el capital se acumuló en forma de capital comercial, principalmente como dinero y mercancías, sin que las relaciones feudales dominantes se vieran aun derrumbadas. El desarrollo del comercio impulsó a los portugueses, quienes intentaron circunnavegar África para encontrar una nueva ruta hacia Oriente. Pero el comercio de esclavos, que a su vez aceleró la acumulación capitalista, fue más lucrativo que el viejo comercio con las “Indias orientales”. Era cuestión de tiempo para que otras potencias, celosas del éxito portugués, trataran de encontrar nuevas rutas cruzando el Atlántico, demostrando que el Mar Mediterráneo, escenario principal del mundo antiguo, no era más que un chapoteadero. Así se explica que los conquistadores europeos estuvieran afectados de una “enfermedad” que no padecieron las civilizaciones antiguas y que sólo se podía aliviar con oro y rutas comerciales. Esa “enfermedad”, llamada acumulación originaria de capital, la loca necesidad de dinero, los llevará a conquistar África, América, Asia y Oceanía; esclavizando, saqueando y destruyendo las culturas nativas. Los conquistadores ansiaban los metales preciosos en la misma medida en que la economía capitalista en formación requería medios de cambio y acumulación, esta necesidad frenética no era menos poderosa que la heroína para un adicto incurable, pero esta “adicción” tuvo mayores consecuencias que una sobredosis. El Primer Mundo se nutrió de la sangre, sudor y lágrimas del mundo colonial. Marx escribió:

“El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos los hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria. Tras ellos, pisando sus huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, cuyo escenario fue el planeta entero”[1].

La etapa de transición que fue el renacimiento europeo se expresó a su manera en personajes como Cristobal Colón y Hernán Cortés. El primero fue un comerciante y navegante, un autodidacta vendedor de libros que estaba fascinado por los libros de viajes. Después de peregrinar por varias cortes europeas lorgó un magro apoyo del reino de Castilla para encontrar una nueva ruta hacia oriente navegando por el Atlántico. Sus cálculos sobre la circunferencia terrestre resultaban en un mundo de sólo el 25% de la circunferencia real. Era el cálculo más erróneo de los registrados, que prometían un viaje mucho más corto al lejano oriente. Lo que le impulsaba a viajar a lo desconocido era la promesa de fama, la compra de títulos nobiliarios y convertirse en “rey de islas”. Es una curiosa combinación entre un afán de acumular riqueza como un burgués y de gastarla como un señor feudal. El propio imperio español no supo utilizar el oro saqueado como capital —grandes cantidades se destinaron a la construcción de iglesias y templos— pero ingentes sumas de metales favorecieron a otras potencias europeas en su impulso al capitalismo.

Cuando las promesas de encontrar artículos de oriente y oro en grandes cantidades se vieron frustradas, Colón no dudó en esclavizar a las poblaciones indígenas e incluso masacrarlas si oponían resistencia. Su negativa a aceptar que las tierras a las que había llegado no eran las costas de China, Japón o la India se debía simplemente a la necesidad de presentar como cumplidos los términos del contrato con la corona española, que estipulaban que sólo si encontraba la nueva ruta a Asia se le serían concedidos los beneficios y mercedes prometidos: “por un lado conseciones pecunarias y por el otro privilegios políticos de indudable sabor feudal”[2]. Sus conocimientos desordenados de autodidacta y sus saberes náuticos se combinaban con una necia creencia en las profecías, el fin del mundo y en la predestinación celestial —propias de lo más oscuro del feudalismo—, misma que se fue reforzando conforme su suerte empeoraba.

Cortés, por su parte, fue un cruel y astuto aventurero que al igual que Colón buscaba fortuna, fama y poder. No dudaba en engañar a propios y extraños. Su expedición a México-Tenochtitlán, por ejemplo, fue inicialmente ilegal al no contar con el perimiso del gobierno de Cuba. Quemó sus naves tras de sí, literalmente, para impedir que su ejército pudiera retroceder y no dudaba en realizar las peores matanzas para lograr su sueño de ser Virrey de las tierras que conquistaba a sangre y fuego. Los soldados españoles que invadieron América tenían poco que perder, algunos marineros de Colón eran condenados a los que se les concedió el perdón real para realizar el viaje a América, la mayor parte de la tropa de Cortés fue conformada por campesinos pobres -algunos veteranos de guerra- cuyo único pago era la promesa de saqueo y botín. La punta de lanza del capitalismo en el Nuevo Mundo estaba hecha de los estratos más bajos, lúmpenes y aventureros de la sociedad española.

Las grietas en el dominio mexica

Y mientras en Europa existía una sed frenética de conquistar y encontrar colonias, los mexicas —representantes de las grandes civilizaciones mesoamericanas— se cimentaban en la explotación de una pléyade de pequeñas comunidades agrarias. Ahí era prácticamente desconocida la propiedad privada de la tierra. Las comunidades sólo estaban unidas por el poder central que les exigía tributo en especie y en trabajo. Marx llamó a este peculiar modo de producción —que a su manera también existió en las antiguas India, Egipto, China y Sudamérica— como “modo de producción asiático” o “despotismo oriental”. En este contexto se generaba entre los distintos pueblos rencillas y rivalidades, reacomodos en las alianzas políticas y la lucha por el control de las comunidades explotadas, que generaban divisiones y rivalidades casi irreconciliables.

Cuando llegaron los españoles, en Mesoamérica existían unos mil señoríos y los mexicas dominaban muchos cientos de ellos. De hecho estas rivalidades y cambios en las alianzas políticas eran la forma común de hacer política en el mundo mesoamericano, pues era la manera, a través de la guerra y la coerción, en que se establecían los compromisos mutuos en cuanto al reparto del excedente y el trabajo producido por las comunidades aldeanas.

El comercio prehispánico estaba relativamente poco desarrollado. Es verdad que existían -desde la época del preclásico- rutas comerciales a grandes distancias y impresionantes mercados en las ciudades prehispánicas pero se trataba de un comercio limitado y controlado por el estado, sujeto a las necesidades tributarias de la casta dominante. Las comunidades aldeanas producían principalmente para el autoconsumo y estaban cerradas en sí mismas. No existía un Estado nación como lo entendemos en la actualidad, sino señoríos pequeños y grandes que eran subordinados a otros más poderosos a través de la guerra. Así pues, el sistema político y económico mesoamericano era un rompecabezas que podía romperse por cualquier parte y el poderoso Estado mexica era un gigante con pies de barro.

Estas grietas entre los fragmentos del rompecabezas político del imperio mexica van a ser usadas de manera cínica y astuta por los invasores, que eran unos pocos cientos, quienes de hecho van a capitalizar con una guerra civil interna para imponer el dominio colonial de Europa sobre América. Sólo de esta manera se puede explicar que apenas 300 hombres bajo el mando de Hernán Cortés pudieran lograr derribar a un imperio en cuya capital, México-Tenochtitlán, vivían unas 300 mil personas y que dominaba un territorio de unos 7 millones de personas.

Los españoles van a agrupar y aprovechar la oposición de pueblos como los tlaxcaltecas, cholultecas y totonacas. Jugó un papel importante también el uso de armas de acero, caballería y el uso de la pólvora; desconocidas por los pueblos prehispánicos. Las “armas, gérmenes y acero” que trajeron los españoles jugaron un papel determinante a su favor. Estas últimas ventajas estuvieron relacionadas con los ritmos de desarrollo histórico entre el “viejo” y “nuevo” mundo. Este es un tema interesante que estuvo vinculado con factores materiales ajenos a la voluntad e inteligencia de dichos pueblos y que hemos abordado en otro artículo.[3]

Sólo de esta manera se puede explicar que invasores como Pizarro aplicaran la misma extrategia con la civilizacion Inca y con los mismos resultados. El sistema colonial, del primer siglo, se basó en el mismo sistema tributario de los Mexicas sólo que el lugar de los Tlatoanis fue ocupado por los invasores, combinando lo peor del sistema antiguo con la humillación de la destrucción de su cultura y una verdadera catástrofe social, entre 1519 y 1607 la población disminuyó un 95%. La conquista española fue una guerra civil que aunque pudo traer esperanzas de liberación para muchos pueblos sojuzgados en realidad trajo la peor catastrofe para la inmensa mayoría de indígenas. Una situación de opresión y humillación que de formas variables persiste hasta la actualidad.

Los invasores no quieren tributos

El emperador Moctezuma creyó erroneamente que los invasores españoles podrían ser detenidos a través de regalos y los recibió con amabilidad y cortesía. Planteó la diplomacia como la conocía. ¿Pues no eran los tributos uno de los motivos por los cuales los propios mexicas hacían la guerra? ¿No podría detenerse otra matanza como la de Cholula con una relación tributaria acordada amablemente con los hombres de Castilla? Pero los regalos de Moctezuma lo único que hicieron fue estimular el afán de conquista de los invasores pues ellos no querian tributos episódicos sino saquear todo el oro y riquezas que pudieran. Aquí vemos una diferencia fundamental que expresaba dos modos de producción y puntos de vista muy distintos: los mexicas se apropiaban de valores de uso y de mano de obra para obras estatales, los invasores españoles estaban cegados por la búsqueda de oro sin fin, como parte de la acumulación primitiva de capital.

Esta diferencia también se expresó en otra caraterística: los españoles no tenían ningún reparo en realizar una guerra de exterminio si con ella conseguían sus objetivos inmediatos, los pueblos prehispánicos hacían la guerra para imponer tributos y capturar cautivos para el sacrificio, para ellos era bárbara la forma en que los españoles hacían la guerra. No tratamos de idealizar el belicismo mexica, sólo afirmamos que ambas estrategias de guerra expresaban lógicas culturales muy diferentes que obedecían, en última instancia, a una base material muy distinta.

Aunque los españoles fueron hospedados como huéspedes distinguidos, no dudaron en tomar prisionero al emperador mexica en su propio palacio y posteriormente aprovecharon una solemne e importante ceremonia religiosa, la fiesta de Tozcatl, en el Templo Mayor para realizar una horrible masacre donde no se salvaron mujeres y niños. Todo esto para saquear las riquezas del Templo Mayor. Ya antes habían realizado una matanza “preventiva” en Cholula donde en un lapso de 6 horas las huestes de Cortés asesinaron a unos 5 mil cholultecas. Bartolomé de las Casas dejó testimonio escrito de la espantosa matanza del Templo Mayor:

“Al momento todos [los españoles] acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza”[4].

Los mexicas no usaban el oro como moneda sino como un artículo de lujo para realizar objetos manufacturados, o sea valores de uso para la casta dominante. Y ni siquiera el oro era, al parecer, el artículo de lujo más valioso. Lo que se usaba como moneda eran mantas de algodón, cacao o incluso esclavos, lo cual expresaba el poco desarrollo de las relaciones comerciales.

Los invasores fundieron innumerables obras de arte hechas de oro en feos lingotes para poder saquear este metal y usarlo en Europa de una manera convencional, obras de arte irremplazables se perdieron para siempre. De hecho, muchos invasores murieron en la derrota conocida como “La noche triste” porque se ahogaron en las aguas del lago de Texcoco cargando sus pesadas armaduras rellenas del oro fundido, como el ambicioso Gollum que prefirió morir en la lava de un cráter antes de renunciar a su preciado anillo.

Despúes de que Moctezuma muriera apredrado al intentar contener a la población de Tenochtitlán tras la matanza del Templo Mayor y tras la expulsión de los españoles de la ciudad, Cuauhtémoc asumió el mando militar de una ciudad sitiada por los españoles y sus aliados, y en agonía por los estragos de la viruela. Después de ser capturado Cuauhtémoc fue torturado quemándo sus pies mojados con aceite para que entregara el oro restante.

Cuatro años después, durante una expedición a Honduras, Cortés mandó ahorcar a Cuauhtémoc -a quien llevó prisionero a esa expedición- en un lugar y sepultura desconocidos. Castillo  Los indígenas fueron obligados a destruir su grandiosa ciudad y sus grandes palacios para constuir con esas mismas piedras las iglesias con las que se les sometió ideológicamente. Algunos sacerdotes mexicas sobrevivientes dijeron a los 12 franciscanos llegados en 1524: “¡Déjenos pues ya morir, déjenos ya perecer, puesto que ya nuestros dioses han muerto!”[5].

 La emancipación de los pueblos indígenas

El presidente AMLO solicitó en una carta al gobierno y rey español que se disculpen por el genocidio que implicó la conquista de México-Tenochtitlán. Sin duda se trata de un gesto simbólico de un presidente reformista de izquierdas que contrasta con la posición pusilánime y entreguista de los gobiernos anteriores. La petición rechazada por el gobierno español ha revelado la hipocresía de la clase dominante española intrínsecamente colonialista, racista y despectiva con las culturas de los pueblos originarios. En este sentido ha sido positivo que el presidente de México abriera el debate sobre lo que significó la conquista y la manera en que se debería restituir justicia a los pueblos indígenas que siguen sufriendo la opresión producto de esa conquista. Sin embargo, como marxistas entendemos que la conquista y el genocidio fueron resultado del nacimiento del capitalismo, y que el imperialismo capitalista heredero de esas conquistas coloniales no dejará de existir mientras exista el propio sistema capitalista.

Lo que los marxistas buscamos no es una disculpa de los gobiernos representantes del capital sino su derrocamiento mediante vías revolucionarias, porque entendemos que sólo entonces el imperialismo y el sistema colonial que implica dejarán de existir.

Es verdad que ya no existen la “encomienda” y el “repartimiento” con el que la colonia española oprimía a los pueblos indígenas. Pero el capitalismo domina México de manera más completa y absoluta que en tiempos coloniales, a través del mercado mundial, a través del poderío económico y militar de las grandes potencias de las cuales la burguesía mexicana es simple sucursal. Los pueblos indígenas sufren esta opresión como trabajadores, como campesinos y como grupos indígenas en los planos económico y racial.

Marx afirmó en una carta a la revolucionaria rusa Vera Zasulich que las tradiciones colectivistas de las comunidades campesinas podían ser aprovechadas para regenerar la vida de Rusia en un sentido comunista, pero a condición de que estas comunidades fueran atraídas por una poderosa revolución socialista. Mariátuegui -siguiendo la misma línea- sostuvo que la tendencia a la cooperación en las comunidades indígenas era un punto de apoyo para el movimiento revolucionario de la clase trabajadora. Afirmó que ni el misticismo indigenista —que idealiza al indígena o que promueve la autonomía sin derribar al capitalismo— ni el paternalismo burgués —que pretende “benevolentemente” integrar al indígena al sistema capitalista— son una alternativa. Sólo la revolución socialista puede dar las bases materiales para la emancipación de los pueblos indígenas al liberarlos del terrateniente, del gran empresario y el comercio que destruye sus comunidades.

[1] Marx. K. El Capital, Tomo I, México, FCE, 2001, p. 638.

[2] Fernández Armesto, Felipe; Cristobal Colón, Madrid, Editorial Crítica, 1991, p. 108.

[3] https://marxismo.mx/colon-fue-chino-capitalismo-la-dominacion-colonial/

[4] Citado en: León Portilla, Miguel; El reverso de la conquista, México, Joaquín Mortiz, 1964, p. 40.

[5] Ibíd. p. 21.

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