Análisis Político
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El principal partido de la derecha española está inmerso en una crisis sin precedentes que puede alterar de forma decisiva el mapa político en el Estado español. La crisis de la derecha es una oportunidad para levantar una alternativa de izquierdas en la Comunidad de Madrid y en todo el Estado.

Tras meses de conflicto soterrado, el enfrentamiento entre Casado y Díaz Ayuso ha estallado públicamente, entre acusaciones de corrupción y espionaje, ofreciendo un espectáculo indigno que da la medida exacta del estado de la derecha española y del propio régimen del 78.

El mal resultado del PP en las elecciones autonómicas de Castilla y León ha precipitado la crisis actual. El adelanto electoral en esta comunidad autónoma fue una decisión de la dirección nacional del partido motivada, en buena medida, por la necesidad de exhibir un triunfo electoral propio frente a las ambiciones de Ayuso de cara al próximo congreso regional del PP de Madrid, redobladas tras su arrolladora victoria de mayo. La maniobra finalmente salió mal, porque aunque el PP ganó las elecciones lo hizo por la mínima empeorando su resultado anterior y necesitando del apoyo de Vox para gobernar. Ante eso, la reacción de Casado y su equipo fue lanzarse a la guerra abierta contra Ayuso, en un intento de neutralizarla antes del congreso regional.

Para ello, el aparato controlado por García Egea aprovechó de forma cínica un más que probable nuevo caso de corrupción en el PP de Madrid, que no en vano es, junto con el del País Valenciano en el pasado, uno de los mayores focos de corrupción y saqueo de la derecha. El presunto cobro de comisiones por parte del hermano de la presidenta madrileña por varios contratos de compra de mascarillas y respiradores durante la primera ola de la pandemia –que podría ascender hasta los 286.000 euros de un contrato total de 1,5 millones– y que fueron adjudicados a dedo cuando debían haberse sacado a concurso público, hubiera pasado desapercibido o se hubiera tapado diligentemente por la dirección del partido y su prensa afín; pero, en el marco de la disputa por el control del aparato, ha sido la artillería que Casado y García Egea han empleado para tratar de destruir a Ayuso.

Al final, todo quedó en una farsa escandalosa, cuando Casado comprobó su aislamiento dentro del aparato del partido por esta maniobra, y trató de cerrar el conflicto dando un giro de 180º, concluyendo que Ayuso le había facilitado toda la documentación pertinente y que no había caso de corrupción ni de beneficio inmoral para el hermano de Ayuso por la compra de mascarillas en China en los primeros meses de la pandemia.

Aun así, Ayuso queda muy tocada tras estas revelaciones, pese a que la movilización de sus incondicionales el pasado lunes frente a Génova 13 pudiera dar a entender lo contrario; pero, en su defensa, revelando el espionaje del que ha sido objeto por parte del aparato del partido y lanzando a su prensa afín contra Casado, ha provocado una ruptura irreversible en la cúpula del PP que tarde o temprano se llevará por delante también a Casado y todo su equipo, independientemente de todas las maniobras que estos lleven a cabo para dilatar la resolución del conflicto a la espera de que se resuelva la causa judicial contra Ayuso abierta hoy por la fiscalía.

Varios son los elementos que están en el fondo de este enfrentamiento abierto en el PP. Uno es, evidentemente, la lucha por el control del aparato regional madrileño, el mayor nido de corrupción y saqueo de todo el Estado. Otro elemento fundamental es el desgaste de la dirección nacional en los últimos meses; si bien en octubre, cuando la crisis entre Casado y Ayuso se aparcó momentáneamente a favor del primero, la situación para el PP no es en absoluto buena. El optimismo de octubre ante el evidente desgaste del gobierno de coalición y las buenas perspectivas electorales para la derecha se ha trocado en desesperación al ver que su estrategia de oposición no consigue erosionar significativamente al gobierno y da alas a Vox. La firma de la reforma laboral, con el acuerdo de la patronal y el visto bueno de FAES y otras entidades sociales relacionadas de una u otra forma con el PP, así como los datos del empleo de los últimos meses, han apuntalado la posición del gobierno y ha debilitado a la dirección nacional del PP y especialmente a Casado, como demuestran los resultados de Castilla y León.

El aparato del PP aparece como un grupo de bucaneros que ha escapado del control directo de la burguesía, quién querría que al mando del PP se situará alguien más cabal como Feijoo o el presidente andaluz Juanma Moreno Bonilla, pero que visto lo visto no le queda otra que continuar apostando por un PSOE mucho más fiable y capaz de neutralizar a la izquierda. No obstante, esta guerra en el PP puede tener consecuencias imprevisibles, para un régimen del 78 en crisis. Es por ello, que desde Felipe González a Aznar se pidió que se resuelva esta situación cuanto antes.

El resultado más probable es que al final Casado ceda a la convocatoria de un Congreso extraordinario del PP y se postule para la dirección el presidente gallego Núñez Feijóo, que es el principal activo “ganador” del PP junto a Díaz Ayuso. Esta ya ha afirmado que no disputará la presidencia del partido en un eventual Congreso, así que parece que la vía está expedita para que Feijóo se haga con el control del PP. Este paso está lleno de incógnitas, ya que Feijóo se postula, formalmente como un “moderado” frente al giro ultraderechista impulsado estos años por Casado y Ayuso atizados por la irrupción de Vox, y que ha permeado a amplias instancias del partido. Aunque puedan resolver la crisis de dirección, a corto plazo, podría ser un cierre en falso en la medida que el PP seguirá expuesto a todo tipo de choques, intereses y conflictos internos cuyas consecuencias aún no son fáciles de prever.

Ante la debilidad del PP, la izquierda no debería dudar en dar un paso hacia adelante, convocar movilizaciones contra la corrupción y agitar a favor de forzar la caída del PP en Madrid, asestando un golpe providencial a las aspiraciones de la derecha por llegar a la Moncloa en las próximas elecciones generales. Hay indignación en decenas de miles de familias obreras que lo han pasado mal mientras los ricos y sus políticos saquean el dinero público para incrementar su riqueza, y dicho malestar debe ser canalizado por el conjunto de la izquierda, los sindicatos y los movimientos sociales para hacer caer al gobierno de Ayuso cuanto antes y acabar con el entramado de corrupción y con las políticas antiobreras de la Comunidad de Madrid. 

La izquierda no puede acobardarse por el auge de Vox, que tiene más impacto mediático que base social, y por la movilización de los partidarios de Ayuso. Jamás podrán desafiar en una movilización en la calle las reservas inagotables de energía y lucha de las familias obreras, como se ha demostrado históricamente. Es hora de que la política baje del parlamento a la calle. Una movilización decidida puede cambiar radicalmente la situación ante la debilidad del PP y forzar unas nuevas elecciones que lleven a la izquierda y no a la ultraderecha al gobierno de la comunidad.



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