Análisis Político
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­La clase trabajadora ha contemplado con una mezcla de indignación y estupor el ensayo de movilización de la derecha. Éste no ha quedado sin respuesta en los últimos días, y esta respuesta va a ir a más.

Las algaradas de la extrema derecha que comenzaron en Madrid el 14 de mayo no han quedado sin respuesta por parte de la clase trabajadora y la juventud de Madrid y de otras zonas. Los intentos de Vox y de organizaciones fascistas como Hogar Social de extender las caceroladas y concentraciones a los barrios obreros de la capital cosecharon un sonoro fracaso. Especialmente en los distritos de Vallecas y Moratalaz y en el municipio de Alcorcón, los vecinos superaron ampliamente a los reaccionarios y los acallaron o expulsaron, pese a la protección policial. En otras zonas de la capital, la música y los aplausos a los trabajadores de la sanidad pública acallaron las cacerolas de los reaccionarios.

La clase trabajadora ha contemplado con una mezcla de indignación y estupor este ensayo de movilización de la derecha. Los trabajadores de la sanidad, los que se han visto forzados a trabajar con riesgo para su salud, los que han observado escrupulosamente el confinamiento, los que han perdido algún ser querido… La Cayetanada ha provocado la lógica reacción de nuestra clase. Las protestas y denuncias en las redes sociales han dado paso a movilizaciones, espontáneas primero y organizadas después, para decir basta y evitar que la ultraderecha monopolice la calle. En Cataluña, donde las movilizaciones de la derecha han sido, ni que decir tiene, mucho más minoritarias, los colectivos sociales de Barcelona tomaron la iniciativa de llevar a cabo una movilización con la consigna precisamente de recuperar la calle, movilización que fue brutalmente reprimida por los Mossos d’Esquadra.

Vox ha dado una vuelta de tuerca a la movilización este 23 de mayo, con una caravana de coches en cincuenta ciudades para, según ellos, reclamar “libertad” y la dimisión del Gobierno por su gestión de la pandemia. De nuevo, la ultraderecha no ha conseguido movilizar nada más allá de su núcleo duro: los barrios adinerados de las capitales, los pequeños patronos reaccionarios, las zonas de agricultura intensiva basadas en el trabajo esclavo de miles de inmigrantes… Una procesión de la España más negra sobre coches de alta gama que, además de dióxido de carbono, emitió a la atmósfera su podredumbre moral, con todo tipo de soflamas contra las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales y la izquierda y la clase obrera en general.

Este aquelarre goyesco no quedó tampoco sin respuesta por parte de numerosos trabajadores y jóvenes en muchas ciudades. Imágenes icónicas de la jornada fueron, por ejemplo, las enfermeras de Ciudad Real que trataron de cortar el paso de la caravana portando carteles en defensa de la sanidad pública, o el repartidor de Granada que dedicó a los reaccionarios una espléndida peineta.

De nuevo el aparato del Estado ha aparecido como colaborador necesario de la derecha, autorizando temerariamente estas caravanas y empleándose a fondo contra aquellos que les hicieron frente, como las enfermeras de Ciudad Real o un grupo de jóvenes de Granada que trataron de salir al paso de la caravana con carteles en defensa de la sanidad pública.

Esta actuación de las fuerzas vivas del Estado no está motivando, por el momento, una respuesta significativa por parte de Unidos Podemos. Lo cierto es que la actuación de Grande Marlaska pone en un serio aprieto al conjunto del Gobierno, y en especial a su ala izquierda, que no puede exigir cierre de filas y lealtad mientras el aparato del Estado colabora con la ultraderecha y apalea y sanciona a quienes les hacen frente. El propio aparato del Estado trata de aliviar esta presión actuando contra los elementos más radicales de la extrema derecha, como se pudo ver con la detención de dos dirigentes de Hogar Social cuando estos llevaron su protesta a la puerta de la sede del PSOE. Con esto tratan de limpiar su imagen mientras prosigue la colaboración esencial con la derecha.

La clase trabajadora está aprendiendo de su dura experiencia a desconfiar y desvincularse del régimen del 78, de sus instituciones y de sus símbolos, que pertenecen únicamente y por derecho propio a la reacción. A esta reacción, las masas opondrán una fuerza mil veces mayor para hacerle morder el polvo. No hay otro camino para que la crisis no la volvamos a pagar los de siempre.

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