Análisis Político
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rita maestre multa 575x323La blasfemia sigue presente en el ordenamiento jurídico español, bajo el nombre eufemístico de “ofensa a los sentimientos religiosos”. Es gracias a este anacronismo que la derecha y el integrismo católico se han cobrado la pieza que llevaban ojeando desde las elecciones municipales de mayo: el juzgado de lo penal número 6 de Madrid ha condenado a la compañera Rita Maestre a una multa de 4.320 euros por su participación en 2011 en una protesta contra la presencia de capillas católicas en la universidad pública.

rita maestre multa 575x323La sentencia, que no es firme y está recurrida, afirma que la hoy portavoz municipal irrumpió en la capilla “en unión y de acuerdo con otras mujeres, con intención de ofender los sentimientos religiosos de los allí presentes y del colectivo católico”, lo que dibuja una escena similar a los aquelarres descritos en los procesos de la Inquisición, como el de Zugarramurdi. Pero no estamos en el siglo XVII, sino en el XXI, y este aquelarre no era más que una protesta legítima contra los privilegios que el Estado español mantiene a la Iglesia católica y que permiten que ésta cuente con espacios públicos pagados con dinero público en universidades públicas.

Como dijimos en un artículo anterior, el Ayuntamiento de Madrid y la propia Rita Maestre no deben dejarse intimidar por esta persecución y deben mostrar firmeza, comenzando por no dimitir por una sentencia de motivación política, basada en el privilegio eclesiástico y fruto de un acto legítimo de defensa del laicismo y de la educación pública. Afortunadamente, la corporación madrileña ha dejado atrás en este caso los anteriores titubeos y ha salido en pleno a respaldar a su portavoz, con la alcaldesa Manuela Carmena al frente. Esto debe ir acompañado, en nuestra opinión, de una campaña de información en todos los barrios de Madrid para contrarrestar la intoxicación de la caverna mediática y para defender la separación efectiva entre Iglesia y Estado.

El poder de la Iglesia católica en España

La identificación entre españolidad y catolicismo es un elemento central de la ideología de la clase dominante española. Éste hunde sus raíces en el proceso de expansión de los reinos cristianos del norte frente al declinante poder musulmán del sur (la mal llamada Reconquista), y en la política de represión a las minorías religiosas de los Austrias y su papel de vanguardia de la Contrarreforma frente a la expansión del protestantismo. La preeminencia de la Iglesia en la vida social, cultural y económica de España se estableció pues en base a la represión de la disidencia, la expropiación de las clases populares y el control ideológico de la población, explotando en su beneficio las creencias y supersticiones del pueblo llano. Aun así, siempre existió entre el pueblo y ciertas élites ilustradas un sano sentimiento de desafección y crítica a la corrupción y los privilegios del clero, plasmado en coplas populares y en obras maestras como el Lazarillo de Tormes o el propio Don Quijote de la Mancha.

La Ilustración del siglo XVIII, tardía en España, puso en cuestión el poder y los privilegios de la Iglesia, aunque de forma más tibia que en Francia. Pero la identificación de las ideas ilustradas con el régimen invasor de Napoleón y la participación de clérigos en la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz reforzó el control de la Iglesia, lo que fue a más con la restauración absolutista de Fernando VII. Es a partir de la lucha contra el absolutismo y la identificación de la Iglesia con el mismo que el anticlericalismo comienza a tener una expresión política y una base de masas en España, lo que fue a más con la industrialización y el surgimiento del movimiento obrero y las tendencias anarquistas y socialistas. Los privilegios de la Iglesia estuvieron verdaderamente en peligro en el periodo revolucionario de los años treinta, siendo eliminados en toda la zona republicana, salvo el País Vasco, y especialmente en zonas, como Cataluña y Aragón, donde la clase obrera organizada desde abajo se hizo cargo de la situación frente al golpe de estado de Franco. La derrota de la revolución y la victoria de Franco devolvieron a la Iglesia todos sus privilegios.

La derrota del proletariado español en la guerra civil no fue sólo una derrota militar y política, también fue una derrota ideológica. Se reinstauró la dictadura espiritual opresiva de la Iglesia y se fortaleció la influencia del clero en la sociedad. Dialécticamente, el carácter bárbaro y represivo de la dictadura franquista, la supuesta apertura de la Iglesia católica en el Concilio Vaticano II y la recomposición paulatina del movimiento obrero de la mano del PCE y CCOO, hizo que muchos sacerdotes y feligreses giraran hacia la oposición al franquismo y colaboraran o entraran en las organizaciones obreras, naturalizándose la presencia de curas obreros y cristianos de base en el movimiento. En paralelo, resurgió la lucha contra los privilegios y abusos de la Iglesia Católica. Pero la completa separación de la Iglesia y del Estado fue otra de las reivindicaciones frustradas por los dirigentes de la izquierda española, como la república o el derecho de autodeterminación de las nacionalidades históricas. De esta manera, la lucha contra los privilegios de la Iglesia Católica fue cortada nuevamente por el resultado decepcionante de la Transición, así como los sectores más progresistas de la Iglesia fueron purgados por el giro reaccionario de la curia romana y la Iglesia española durante el pontificado de Juan Pablo II.

Hoy en día, ante una nueva recomposición del movimiento obrero y ante una Iglesia claramente identificada con la oligarquía como en el siglo XX, tenemos la oportunidad de recuperar las mejores tradiciones del laicismo, que surgieron del pueblo, fueron elaboradas por la Ilustración y recogidas y puestas en valor por el marxismo. La sacudida de la crisis económica y la crisis del régimen del 78, con el surgimiento de nuevas expresiones como el 15M o Podemos y las demandas de democracia real vuelven a poner sobre la mesa la cuestión de la separación efectiva entre Iglesia y Estado.

La Iglesia se defiende, con la ayuda del Régimen

La secularización creciente, desde finales del siglo XX, ha empujado a la Iglesia a una posición cada vez más marginal en la sociedad sin que ello haya supuesto ninguna merma en sus privilegios. Al contrario, la jerarquía católica hace uso de su poder mediático y de los resortes con los que cuenta en la sociedad para oponerse a cualquier cuestionamiento y a cualquier avance social contrario a su doctrina. Así lo hicieron contra el derecho al divorcio, al aborto, al matrimonio igualitario, y así lo hacen para defender sus privilegios económicos. Las masas identifican cada vez más claramente a la Iglesia como enemiga del progreso, de los derechos de la mujer, del colectivo LGTBI, como una empresa privilegiada que no paga impuestos y como brazo ideológico del capital. En definitiva, como una piedra angular del régimen del 78 y, desde siempre, del régimen burgués español.

En este sentido, el papel de los ayuntamientos del cambio y de los grupos municipales de las izquierdas en otras ciudades está siendo positivo, y está siendo respondido por una verdadera ofensiva de la Iglesia y sus sectores afines. No sólo fueron los gritos histéricos por la supuesta perversión de las tradicionales fiestas navideñas por Colau, Carmena o Joan Ribó, o la demonización de Rita Maestre en los medios abiertamente clericales, como la Cope, o estructuralmente del Régimen, como El País. Recientemente vimos como sendas mociones de los grupos municipales de la izquierda en Murcia y en Sevilla, pidiendo la desvinculación política de las corporaciones locales de los actos religiosos y las procesiones de Semana Santa, fue contestada con sendas concentraciones de protesta, incluyendo rezos, por los sectores de las cofradías más ligados a la jerarquía eclesiástica. En Sevilla, donde la Semana Santa es una fiesta mayor con gran arraigo popular, la concentración reunió a unos pocos cientos de personas, sobre todo de edad avanzada. Más numerosa fue la concentración clerical en Murcia, con más gente joven ligada a las cofradías.

La jerarquía católica utiliza el arraigo de una tradición popular como la Semana Santa para intoxicar y manipular contra la izquierda, difundiendo la falsa idea de que “los rojos” quieren prohibir la Semana Santa, cuando lo único que se pedía en Sevilla y en Murcia es que la corporación, como tal, no participara en actos religiosos, visualizando así la aconfesionalidad del Estado. La Iglesia y la derecha, secundadas vergonzosamente por el PSOE, no están dispuestas a aceptar esto; la Iglesia es una piedra angular del régimen, y como tal es respaldada por el resto de poderes políticos y económicos.

Curiosamente, en Cádiz el gobierno municipal ha aprobado no participar como corporación en los actos de Semana Santa, en la línea de lo que defendían los compañeros de Sevilla y Murcia. Esto, sin embargo, no ha provocado protestas dignas de mención en la ciudad. No es que el arraigo de la Semana Santa en Cádiz sea menor, aunque compita con el del Carnaval, ni que allí el obispado sea más progresista que el de otros sitios; es más bien que los compañeros de Cádiz tienen un mayor apoyo popular y que han sabido explicar por qué es necesaria esta separación, evitando al mismo tiempo cualquier cosa que se pudiera interpretar como un ataque a las tradiciones de la ciudad (el mismo alcalde, aunque ateo, es miembro de una cofradía, algo nada extraño en Andalucía)

Es evidente que, con la profundización de la crisis del régimen y el avance de Podemos y sus organizaciones aliadas, la Iglesia va a ver cada vez más amenazados sus privilegios y va a profundizar su campaña de autodefensa, utilizando para ello todos los resortes de su poder mediático y social con el apoyo de la prensa sistémica y del propio aparato del Estado. Ante esto, no podemos permanecer impasibles. Los pasos positivos dados hasta ahora por los movimientos sociales y los ayuntamientos del cambio deben completarse con una campaña conjunta de toda la izquierda social y política por la separación efectiva de la Iglesia y el Estado y por un Estado verdaderamente laico, llevando a las instituciones la secularización que ya ha logrado la sociedad. No podemos perder de vista, como ya hemos explicado, el carácter sistémico del poder de la Iglesia. Son sus propiedades, sus medios de comunicación y su control de buena parte de la enseñanza las que le confieren tal poder. Por eso dicha campaña debe incidir en la revocación del concordato con la Santa Sede, en el fin de los conciertos educativos y sanitarios con la Iglesia, en la nacionalización de los bienes inmatriculados por la Iglesia y en la expropiación de sus medios de comunicación bajo el control de sus trabajadores. Es necesario despojar a la Iglesia de ese poder logrando que el pueblo se reapropie de lo que un día la Iglesia les expropió.

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