Mujer y Socialismo
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Las ideas del feminismo han encontrado tradicionalmente apoyo en las universidades, y estas ideas están actualmente disfrutando de un aumento de popularidad entre los estudiantes. En un momento en que las ideas del marxismo también están encontrando un eco creciente en el movimiento estudiantil, ¿qué actitud deben tomar los marxistas hacia las diferentes ideas feministas? ¿Hasta qué punto son compatibles estas escuelas de pensamiento? ¿Cuáles son los puntos de discordia entre ellas? Y ¿qué significa llamarse uno mismo "marxista-feminista"?

Los marxistas, igual que las feministas, luchamos para poner fin a la opresión de las mujeres, aunque vemos esta lucha como parte de una lucha contra todas las formas de opresión. La socialista utópica Flora Tristán señaló en la primera mitad del siglo XIX que la lucha por la emancipación de la mujer está ligada indisolublemente a la lucha de clases. Marx y Engels incluyeron algunas de las ideas de Tristán en El Manifiesto Comunista, y Engels se dedicó a escribir Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado, que utiliza pruebas antropológicas para explicar los orígenes de la opresión de las mujeres y la forma en que se puede superar.

El fundador del Partido Social Demócrata alemán, August Bebel, estudió a fondo la cuestión de la opresión de las mujeres en su libro La Mujer y el Socialismo, y León Trotsky desarrolló esto en su serie de ensayos La Mujer y la Familia. Imponentes figuras del movimiento socialista, como Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y Alexandra Kollontai demostraron en la práctica el poder de la lucha socialista para romper con los prejuicios sexistas. El papel de las mujeres trabajadoras de Petrogrado en febrero de 1917, de las cerilleras del este de Londres en 1888, y de las esposas de los mineros en 1984-5 son algunos de los más conocidos de los innumerables ejemplos del papel fundamental que las mujeres trabajadoras han desempeñado en la lucha de clases. Más significativamente, los logros de los bolcheviques en los primeros años después de la revolución de 1917 demuestran las posibilidades de que el socialismo presenta para poner fin a la opresión de las mujeres.

Lucha de clases

Estos y otros logros prácticos del marxismo sobre la cuestión de la opresión de las mujeres pueden atribuirse al vínculo inseparable entre el movimiento obrero y la lucha por el socialismo. Como Marx y Engels señalan: "la historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases".

La batalla entre explotados y explotadores –una relación definida por la posición de cada individuo en el proceso económico– es lo que gobierna, en última instancia, la ideología, las instituciones y los prejuicios de una sociedad determinada. Es por lo tanto en la existencia de la sociedad de clases donde debemos buscar los orígenes de sexismo, en lugar de buscarlo en los supuestos rasgos inherentes de los hombres o las mujeres. Por esta razón los marxistas intervenimos en esta guerra de clases, al lado de los explotados, para desafiar las condiciones de explotación y las diversas formas de opresión, incluyendo el sexismo, que las originan.

Entonces, ¿cómo es que la forma moderna de la sociedad de clases –el capitalismo– perpetúa los prejuicios sexistas y la opresión de la mujer? El capitalismo se apoya en la familia como unidad económica primaria y, por tanto, se apoya en la opresión de las mujeres en la sociedad para que proporcione mano de obra gratuita en el hogar. También utiliza a las mujeres de bajos salarios para reducir los salarios y las condiciones laborales de toda la clase obrera.

Por lo tanto, los marxistas abogamos por el socialismo, el cual permitiría la socialización del trabajo doméstico y pondría fin a la explotación del trabajo asalariado –como fue demostrado en Rusia después de 1917. En otras palabras, la lucha por el socialismo elimina la base material de la opresión de las mujeres. Esta lucha sólo puede ser llevada a cabo por la clase obrera en su conjunto, debido a su posición en la producción, y de esa forma los marxistas se sumergen en la lucha de clases, interviniendo en los movimientos y las organizaciones de masas de los trabajadores y de la juventud, para poner fin a la explotación del proletariado y a la opresión de las mujeres.

Discriminación positiva

Esta actitud hacia los sindicatos, partidos políticos, organizaciones estudiantiles y otras organizaciones de la lucha de clases, no es compartida por algunas feministas. Por ejemplo, Anna Coote y Beatrix Campbell, en su libro Dulce Libertad: La lucha por la liberación de la mujer, describen a los sindicatos como parte del "sistema patriarcal", definiendo las huelgas como una anticuada "práctica de disputas". En lugar de exigir que los trabajadores en su conjunto tomen una mayor proporción de la riqueza en la sociedad, Coote y Campbell argumentan simplemente por la igualdad de salarios entre hombres y mujeres. Y en lugar de desafiar a la burocracia sindical, que reprime los intentos de los trabajadores de ganar salarios más altos, ellas simplemente piden más burócratas femeninas.

Muchos de los órganos de dirección de estas organizaciones están dominados por los hombres, lo cual es un reflejo de la opresión de la mujer en la sociedad en su conjunto. Por lo tanto, muchas feministas exigen un número igual de hombres y mujeres en las cúpulas de estas instituciones como un medio para promover la igualdad de género, una política fuertemente respaldada por Harriet Harman, una dirigente del Partido Laborista de Gran Bretaña. El resultado es una propuesta de discriminación positiva en sindicatos y partidos, con un número mínimo de puestos reservados a mujeres en posiciones de salir elegidas, y una cierta cantidad de tiempo para hablar en las sesiones reservadas para las mujeres.

Tales métodos ponen el problema de cabeza. No es la dominación masculina de los sindicatos obreros y estudiantiles, de los partidos políticos o de otras organizaciones de masas lo que estimula la opresión de la mujer, sino que es el prejuicio sexista inherente a la sociedad de clases lo que causa la dominación masculina de los sindicatos. Los sindicatos, mediante la unión de la clase obrera, se pueden utilizar para aplastar la sociedad de clases y son, por tanto, un medio para poner fin a la opresión de las mujeres. La creación de un sindicato modelo ideal que sea "puro" y libre de prejuicios no puede ser un fin en sí mismo –de hecho, un modelo de tal sindicato no puede existir en la medida que la sociedad en su conjunto no cambie fundamentalmente.

En realidad, estos métodos pueden en verdad ser contraproducentes. Los sindicatos y los partidos políticos sólo pueden ser armas eficaces contra la opresión de las mujeres y otros prejuicios si son dirigidos por acérrimos activistas obreros que persigan políticas socialistas audaces –cualidades que no son exclusivas ni de hombres ni de mujeres.

Para lograr esto, los líderes deben ser elegidos sobre la base de su política y no de su género, y los debates internos tienen que estar determinados por el contenido político de los discursos no por el género de la persona que da el discurso. La política de Margaret Thatcher no se definía por su género, sino por su clase. Lo mismo ocurre con la canciller alemana, Angela Merkel, y la jefa del FMI, Christine Lagarde. Las ideas de estas personas no significan más que miseria para todos los trabajadores, especialmente las mujeres, y ante los ojos de la clase obrera no ganan una onza de validez simplemente porque estén defendidas por una mujer en lugar de un hombre.

Como cualquier activista sabrá, y como la historia ha demostrado, ganar la lucha política por las ideas revolucionarias dentro de las organizaciones de masas de la clase obrera, como los sindicatos o los partidos, no es fácil. Se requiere de un trabajo constante y paciente de ganar a gente, para aclarar las ideas políticas con una base teórica. Cada paso hacia las ideas socialistas revolucionarias en las organizaciones obreras es una ganancia valiosa.

Los que abogan por políticas de discriminación positiva amenazan con socavar este trabajo mediante la sustitución de los objetivos socialistas y los métodos necesarios para alcanzarlos, con los objetivos y los métodos legalistas de la igualdad formal de género que, por su naturaleza, carecen de claridad política y de una base teórica. Es la diferencia entre una lucha política por ideas que pueden emancipar a la clase obrera en su conjunto, y una lucha por la reorganización de la burocracia dentro de los sindicatos y los partidos políticos. Es evidente que uno de ellos tiene el potencial revolucionario para cambiar fundamentalmente la sociedad, mientras que el otro ofrece nada más que la mejora de las perspectivas de carrera para una pequeña capa de burócratas potenciales. Estas luchas son totalmente diferentes y no se complementan la una con la otro –la última sólo detracta a la primera.

Como marxistas no centramos nuestra atención en la estructura organizativa de la burocracia sindical. Estamos interesados en ganar a los estudiantes y trabajadores de base a las ideas del socialismo. La burocracia es, de hecho, la antítesis misma de las bases obreras. Actúa como un freno para el movimiento, haciendo que las organizaciones de trabajadores sean menos sensibles al cambio en la conciencia y a las necesidades de los propios trabajadores, al elevarse el nivel de vida de los cargos sindicales por encima de las condiciones de vida de la gente común.

Sólo tenemos que mirar a las direcciones de los sindicatos, y en especial del Partido Laborista, hoy vemos que este proceso está teniendo lugar. Que la burocracia juega este papel no se debe a su composición mayoritariamente masculina, y no dejaría de ser un lastre para el movimiento, simplemente mediante la instalación de más burócratas femeninas. Al poner nuestra energía en hacer campaña por una "mejor burocracia", socavamos activamente nuestra lucha por las ideas revolucionarias del socialismo y por la emancipación de la mujer y de todos los trabajadores.

El despertar de la conciencia

Pocas feministas afirman que la discriminación positiva sea todo lo que se necesita para lograr la igualdad de género. De hecho, muchas feministas, como la columnista Laurie Penny, probablemente estén de acuerdo con que es necesario un cambio fundamental en la sociedad en líneas de clase para resolver el problema. Sin embargo, Penny y muchas otras también argumentan que atacar los síntomas del problema sin atacar su causa todavía merece la pena, ya que aumenta la conciencia de la opresión de las mujeres. Tal es el argumento detrás del proyecto El Sexismo de todos los días, el de la reciente campaña anti-'Líneas Borrosas' y el de la campaña No Más Pagina 3 –que no están diseñadas para resolver el problema de la opresión y la cosificación de la mujer en la sociedad, sino más bien para crear conciencia y conseguir pequeñas victorias para las mujeres en estas batallas particulares.

El problema con este tipo de campañas es que a menudo siembran ilusiones en métodos e ideas que en realidad no ofrecen ninguna solución a los problemas. Simplemente diciéndole a la gente que las mujeres están oprimidas no es suficiente para evitar que la opresión ocurra. La sensibilización es sólo efectiva como parte de una campaña masiva para hacer algo que realmente aborde el problema. Mientras que no faltan académicas y periodistas feministas creando conciencia sobre temas de la mujer y creando ideas para establecer la forma de eliminar la opresión de las mujeres, hay muy pocos ejemplos de campañas en los medios para hacer frente a la causa de estos problemas. Esas campañas que existen están limitadas a combatir el sexismo en los medios de comunicación o en la industria de la música, sin una perspectiva de cómo luchar contra la opresión en su conjunto.

Tales demandas estrechas, en realidad, permiten el acomodamiento de puntos de vista extremadamente reaccionarios que también existen en estas campañas, como la visión de la fundadora de la campaña No Más Pagina 3 que describe al diario The Sun como un periódico del que está "orgullosa" y que podría estar aún mejor si eliminara la página tres [donde exhibe como elemento fijo fotos de mujeres semidesnudas, NdT], a pesar de la bilis racista, homófoba, sexista y anti obrera que llenan todas las demás páginas del periódico. Tener ilusiones en el poder de estas campañas para resolver los problemas puede desviar a buenos activistas del trabajo de luchar por una transformación revolucionaria de la sociedad.

¿Esperando la Revolución?

¿Significa esto que los marxistas argumentan que las mujeres deben simplemente esperar la revolución socialista para que el sexismo sea cuestionado? Por supuesto que no. Es a través de la unidad de la clase obrera sobre la base de una posición de clase común, independientemente de su sexo o etnia, y luchando por objetivos socialistas comunes, como puede ser destruido ese prejuicio. La lucha por el socialismo se basa en el poder de los trabajadores –no de trabajadores masculinos o femeninos, sino de todos los trabajadores. Si se libra una lucha de este tipo, cada trabajador jugará un papel vital y una victoria de los trabajadores de sexo masculino será imposible sin una lucha igual por parte de las trabajadoras. El sistema económico socialista aplastará la base material de la opresión de las mujeres, mientras que la lucha para establecer ese sistema económico hará trizas los prejuicios sexistas, demostrando en los hechos la igualdad entre hombres y mujeres.

Por ejemplo, durante la huelga de los mineros en Gran Bretaña, fue después de escuchar los discursos incendiarios de las esposas de los mineros, siendo testigos de su valentía frente a la brutalidad de la Thatcher, y confiando en su capacidad de recaudación de fondos, cuando las organizaciones de los mineros, bajo dominación masculina, votaron eliminar los tintes sexistas de sus escritos sindicales. Las mujeres llegaron a ser vistas por los trabajadores como activistas proletarias acérrimas que imponían respeto y estaban facultadas para exigir la igualdad de trato. Dicho reconocimiento no se logra simplemente hablando de ello, sino construyendo activamente una organización de hombres y mujeres de la clase trabajadora que luche por sus derechos.

Los marxistas no nos hacemos la ilusión de que al llegar la revolución, inmediatamente estaremos viviendo libres de la opresión, esto es una utopía. Las tradiciones de las épocas pasadas pesan como una montaña en la sociedad moderna. La sociedad de clases y la opresión de las mujeres han existido durante cerca de 10.000 años –tales tradiciones no se pueden eliminar en un abrir y cerrar de ojos. Lo que se necesita es un cambio fundamental en la forma en que la sociedad está estructurada –no juguetear con lo que salta a la superficie, sino poner todo el sistema boca abajo. Sólo sacudiendo la sociedad hasta sus cimientos podemos tener la esperanza de desalojar tal acumulación de tradiciones podridas. Esta es precisamente la definición de la revolución socialista –un proceso permanente que nos permite construir un mundo libre de estos viejos prejuicios.

Por tanto, la tarea de todos los que quieren hacer frente a la opresión de las mujeres, es luchar por las políticas socialistas y campañas masivas en el movimiento obrero y estudiantil. Tanto la emancipación proletaria como la igualdad de género se encuentran en la vía de la unidad de la clase y de la revolución socialista.

Interseccionalidad

La interseccionalidad es una escuela de pensamiento derivada del feminismo y que señala que toda opresión está conectada y que cada persona experimenta diferentes formas de opresión de diferentes maneras dependiendo de la forma en que aquéllas estén conectadas a ese individuo en particular. Por ejemplo, la opresión experimentada por una mujer trabajadora de piel oscura, es diferente a la experimentada por un hombre blanco homosexual, que es diferente a su vez de la experiencia de una persona con discapacidad, y así sucesivamente. Esta observación es evidentemente correcta.

Estas ideas han existido durante mucho tiempo, a pesar de que se han desarrollado de manera significativa con el trabajo de Kimberle Crenshaw en la década de 1990 e incluso aún más por la socióloga Patricia Hill Collins. Estas personas, y otros que argumentan a favor de este punto de vista sobre la opresión, por lo tanto, se oponen a la partición de ciertos grupos del movimiento como un conjunto sobre la base del género, la etnia, la sexualidad, etc. También introducen la idea de clase como una herramienta importante en el análisis de la sociedad y por lo tanto, en general, parecen estar más cerca de las ideas del marxismo que muchas feministas tradicionales; de hecho, Collins se describe a sí misma como seguidora de la tradición "marxista-feminista".

Sin embargo, en realidad, la interseccionalidad reduce la opresión a una experiencia individual que sólo puede ser comprendida por la persona que la sufre. Esto se debe a que cada persona experimenta la opresión de una manera única y diferente y por lo tanto es sólo esa persona la que conoce la mejor manera de luchar contra la opresión. Este individualismo sirve para dividir los movimientos de masas en individuos atomizados, todos luchando sus propias batallas únicas a las que otros pueden contribuir un poco con un apoyo pasivo. Es por esta razón que la interseccionalidad aparece en el movimiento estudiantil como algo poco más que un método de análisis. Como escuela de pensamiento que es, ofrece poco hacia la construcción de un movimiento de masas para el cambio práctico.

La interseccionalidad no tiene en cuenta la diferencia cualitativa entre la experiencia de la clase obrera (que, obviamente, incluye tanto a hombres como a mujeres) y la experiencia de todas las mujeres. Los trabajadores no sólo están oprimidos, son explotados como clase para el beneficio económico de la burguesía. Las mujeres no son explotadas económicamente como clase, porque no todas las mujeres pertenecen a la misma clase. Las mujeres son oprimidas por el capitalismo con el fin de facilitar la mayor explotación de la clase obrera.

Por lo tanto los marxistas argumentan que la interseccionalidad se equivoca al ver la clase y el género como factores comparables en el entendimiento de los problemas de la sociedad. El capitalismo está motivado por la búsqueda de beneficios a través de la explotación de los trabajadores –la sociedad en el capitalismo, por tanto, se mueve en los márgenes de la lucha de clases. La opresión de las mujeres es una consecuencia de esta explotación y sólo puede ser combatida como parte de la lucha por la emancipación de la clase obrera. Mientras la interseccionalidad ofrece individualismo aislado, el marxismo ofrece la unidad de la clase obrera.

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El feminismo y las demandas democráticas

Las primeras ideas del feminismo surgieron en torno a figuras como Mary Wollstonecraft y a demandas por los derechos democráticos: el derecho al voto, el derecho al aborto, el derecho al trabajo y el derecho a la igualdad de remuneración. Mientras que en muchos países estos derechos están aún por ser ganados, en Gran Bretaña casi no hay leyes que discriminen activamente a las mujeres. La igualdad ante la ley, en gran parte, se ha logrado.

Y sin embargo, las mujeres siguen sufriendo discriminación y opresión en la sociedad a pesar de que estos derechos democráticos han sido ganados. Por lo tanto las feministas modernas –de Harriet Harman a Laurie Penny– exigen medidas que van más allá de la igualdad legal formal, como la discriminación positiva o medidas que no buscan introducir nuevos derechos, sino más bien aumentar la conciencia sobre los derechos que ya existen formalmente.

Las graves limitaciones de este tipo de políticas ya se han señalado. Lo que los marxistas explican es que las demandas de tales aspectos del feminismo son demandas democráticas –y como tales son demandas democrático-burguesas. Desde un punto de vista único, su visión del mundo es uno donde los hombres y las mujeres sean oprimidos y explotados en condiciones iguales bajo el capitalismo.

Que la igualdad de género no es sólo una imposibilidad en el capitalismo, sino también una idea utópica, no es particularmente estimulante. Mientras que las feministas liberales quieren más mujeres en los Consejos de Administración de las empresas, los marxistas quieren deshacerse de dichos Consejos de Administración. Algunas feministas simplemente quieren que los hombres y mujeres compartan las tareas del hogar por igual, mientras que los marxistas quieren socializar las tareas del hogar y terminar con su condición de trabajo personal no remunerado.

Igual que con todas las reivindicaciones democráticas, los marxistas apoyan las reivindicaciones feministas. Sin embargo, hay que señalar las limitaciones de la simple lucha por reivindicaciones democráticas sin vincularlas a la cuestión de la revolución socialista. No debemos permitir que el debate sobre cuestiones particulares nos desvíe de la cuestión más amplia de la transformación socialista de la sociedad.

Por ejemplo, en sus memorias, Clara Zetkin –la comunista alemana y fundadora del Día Internacional de la Mujer Trabajadora– recuerda su encuentro con Lenin en 1920, cuando discutieron la cuestión de las mujeres con amplitud. Lenin la felicitó por su educación de los comunistas alemanes sobre la cuestión de la emancipación de la mujer. Sin embargo, señaló que se había producido una revolución en Rusia que presentaba una oportunidad para construir, en la práctica, las bases de una sociedad libre de la opresión de las mujeres. Dadas estas circunstancias, Lenin explicó que la dedicación de mucho tiempo y energía a los debates sobre Freud y el problema sexual eran un error. ¿Por qué gastar tiempo discutiendo los puntos más finos de la sexualidad y las formas históricas de matrimonio cuando la primera revolución proletaria del mundo está luchando por su supervivencia?

Este es un ejemplo de una comprensión marxista del feminismo y de sus demandas. Los problemas a que se enfrentan las mujeres trabajadoras pueden utilizarse para elevar la conciencia de la clase obrera en su conjunto, mediante la ilustración de la opresión de las mujeres bajo el capitalismo y la necesidad del socialismo para luchar contra esto. Pero no podemos dejar que la lucha por la liberación de la mujer sea un movimiento aislado que divida a la clase obrera. Los marxistas utilizan la brújula de la unidad de la clase obrera y la necesidad de avanzar en la lucha por el socialismo como nuestra guía.

En países como Gran Bretaña, las demandas democráticas burguesas del feminismo han alcanzado sus límites, y en el movimiento estudiantil y laboral es común ahora encontrar discusiones sobre cuestiones de organización relacionadas con el género, que se utilizan para distraer la atención de la necesidad de un debate sobre las cuestiones políticas.

Enfrentados a la mayor caída en los niveles de vida desde los años 1860, los estudiantes y los trabajadores necesitan organizar manifestaciones, protestas y huelgas para defender su nivel de vida. Y, sin embargo, como muchos de los que han estado presentes en las organizaciones de estudiantes o en reuniones de activistas sabrán, se le da un montón de tiempo en este tipo de reuniones a las discusiones sobre "espacios-seguros", el uso apropiado de los pronombres (usando "él" o "ella "para referirse a unas u otras personas), los debates sobre los porcentajes de composición de género entre los cargos electos, y los debates sobre qué canciones son bastante misóginas para merecer una prohibición.

Si estas organizaciones y movimientos estuvieran discutiendo y comprometiéndose con la construcción de campañas serias y militantes para ganarse a la gente a las ideas del socialismo y luchar contra los ataques de austeridad atroces (que, por cierto, están golpeando con rudeza a las mujeres particularmente) entonces podrían unir a los estudiantes y a los trabajadores en la misma lucha, independientemente del género, la etnia, la sexualidad o cualquier otra cosa. En este tipo de lucha cada persona desempeña un papel vital y no hay preferencia por los atributos físicos particulares en la lucha por el socialismo. Es en el fragor de la lucha de clases donde se rompen los prejuicios.

"Marxista-feminista"

Muchos jóvenes, como reacción a lo que correctamente ven como sexismo en algunas organizaciones políticas –incluyendo algunas a la izquierda– se llaman a sí mismos marxistas-feministas con el fin de enfatizar su compromiso con la emancipación de la mujer, así como con el trabajo de emancipación de clase. Este es un fenómeno que ha sido particularmente frecuente en los EE.UU. desde finales del decenio de 1960, encabezado por figuras como Gloria Martín y Susan Stern, de la organización Mujeres Radicales.

Sin embargo, para cualquier marxista genuino, la adición de la palabra "feminista" a nuestra ideología no añade nada a nuestras ideas. Como se ha explicado anteriormente, no es posible ser marxista sin luchar por la emancipación de las mujeres obreras y de todos los grupos oprimidos en la sociedad. Uno podría también llamarse "marxista-feminista anti-racista", por la lucha contra el racismo, junto con la lucha por la emancipación de la mujer; esto también forma parte integrante de la lucha por el socialismo. Es una vergüenza que algunos en la izquierda parezcan olvidar este principio básico de la teoría marxista.

Por esta razón, la adición de la palabra "feminista" es innecesaria y acientífica. De hecho, puede ser contraproducente, ya que, como se ilustra arriba, algunas de las ideas de ciertas feministas –como la discriminación positiva– juegan en realidad un papel en atrasar la unidad de la clase trabajadora y la lucha por el socialismo. La introducción de estas ideas contradictorias en la teoría marxista puede servir sólo para confundir y desorientar. Aunque sin duda hay marxistas que toman un interés particular en la cuestión de las mujeres, así como hay marxistas que toman un interés particular en el medio ambiente o la cuestión nacional, sería un error elevar este interés en la medida de exagerar su importancia en relación con el resto de las ideas marxistas.

La precisión en el lenguaje es importante porque esa es la manera en que transmitimos nuestras ideas a los demás. Si no nos expresamos claramente en nuestro idioma entonces nuestras ideas tampoco pueden transmitirse claramente. Sin embargo, también es vital no sumar un peso indebido a las palabras y etiquetas. La gente puede describir su ideología como más les guste, pero son sus acciones y no sus palabras las que realmente definen su punto de vista político. Este es el punto de vista de los marxistas que entienden que los trabajadores no ven el mundo en términos de teorías abstractas, sino de acciones concretas.

Esto está en contraste con la tendencia feminista personificada por las ideas de Judith Butler, que argumenta que el lenguaje "dominado por los hombres" es, en cierto nivel, una de las causas de la opresión de las mujeres. Por ejemplo, cuando se hace referencia a una persona indeterminada, muchos escritores utilizarán el pronombre "él". Algunas feministas sostienen que esto oprime a las mujeres y que si los escritores sólo usaran un pronombre femenino o indeterminado con más frecuencia, eso iría de alguna manera orientado a poner fin a la opresión de las mujeres.

Una vez más, esto hace que el error se ponga de cabeza. El uso del lenguaje "masculino" es un reflejo de la opresión de la mujer en la sociedad de clases. Tratar de eliminar ese reflejo sin quitar la propia opresión es inútil. El resultado de tal búsqueda son ensayos, libros y conferencias de sensibilización acerca de la necesidad de cambiar la forma en que hablamos, que son leídos casi invariablemente por pocas personas, igual que los académicos sabelotodo, pero que no tienen ningún impacto en la conciencia popular. En lugar de dar discursos sobre la forma de hablar, los marxistas están comprometidos en una lucha práctica para romper la opresión de la sociedad desde sus raíces. Esta es la diferencia entre el feminismo académico y el socialismo revolucionario.

¡Luchemos contra la opresión de las mujeres! ¡Luchemos por el socialismo!

Los jóvenes, sobre todo en la universidad, se han interesado en la exploración de ideas y conceptos a los que han podido acceder por primera vez en sus vidas. La crisis actual significa que más personas jóvenes como nunca antes están buscando ideas que desafían el status quo. Esta es la razón de por qué las ideas del marxismo son cada vez más populares entre los estudiantes en este momento. Pero esto también en cierta medida explica la atracción por el feminismo en algunos jóvenes.

Los marxistas lucharán junto a todos los que quieren luchar por un mundo mejor, en particular con aquéllos que son nuevos en las ideas y en la actividad política.Pero los marxistas también tomamos una perspectiva firme en nuestra actitud hacia las demandas democrático-burguesas de las feministas académicas. La nuestra es una posición de clase que no tiene nada en común con las de las feministas, que no buscan más que una explotación igual bajo el capitalismo. Estamos a favor de la completa unidad de la clase obrera y de la lucha por el socialismo.Esta es la única forma en que pueden destruirse los prejuicios y construirse las bases materiales para una genuina sociedad sin clases e igualitaria.

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