En los momentos “normales” la gente común está sumergida en su vida anónima y gris, mientras que la “historia” corre a cargo de los especialistas en la materia: ministros, políticos profesionales, periodistas, profesores de universidad, abogados, etc. Pero no estamos en un momento “normal” de la historia. Nuestra realidad actual está marcada por la entrada brusca de las masas de la población en la actividad política, lo que ha cambiado el centro del debate político, que ha pasado del parlamento y los despachos ministeriales, a la calle. Y esta es la principal característica de un período revolucionario.
La paradoja de la situación que vivimos es que el capitalismo es un sistema decrépito y condenado esperando a que alguien le dé sepultura, mientras que la nueva sociedad en gestación –el socialismo– carece de una matrona que la ayude a salir a la luz. Todo cambio de envergadura histórica necesariamente comienza por un país, y sólo a través de ese ejemplo y guía puede extenderse al resto de países y regiones de su entorno, y más allá. En nuestra época y en los países de nuestro entorno, como los jacobinos franceses o los bolcheviques rusos, ¡alguien tiene que atreverse!