La Revolución Rusa
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El 25 de octubre de 1917 (en el viejo calendario ruso) la clase obrera, bajo la dirección del Partido bolchevique, tomó el poder en Rusia. En Petrogrado se estableció un gobierno obrero, como emanación directa de la voluntad de millones de obreros y campesinos, que fue elegido en el II Congreso de los Sóviets de Toda Rusia. Este episodio épico ha quedado registrado en la historia como la Revolución de Octubre. Este artículo, que continúa la saga que le venimos dedicando a la Revolución rusa de 1917 a lo largo de este año, aborda, además del triunfo revolucionario, las discusiones y preparativos finales en el Partido bolchevique y los sóviets que condujeron a tamaño acontecimiento.

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“No hace mucho recibimos de Ílich una carta dirigida al Comité Central… Después de haberla leído hemos quedado sorprendidos. Resulta que Lenin está planteando desde hace tiempo ante el CC el problema de la insurrección. Hemos protestado y hemos empezado a presionar sobre el centro”. (Naumov, militante bolchevique del barrio petrogradense de Viborg)

barricadas petrogrado
Barricadas en Petrogrado en los días de la Revolución de Octubre

En Octubre, los bolcheviques tenían una clara mayoría en los Sóviets, y empezaban a ganar las elecciones municipales ciudad tras ciudad con amplias mayorías. La derrota de la intentona golpista del general Kornílov, con la movilización militante de los sectores más activos de las masas mostraba el camino sobre cómo conquistar el poder en esta coyuntura. Pero la mayoría de la dirección bolchevique cavilaba sobre un desarrollo evolutivo de su influencia, antes que fiarlo todo a un “arriesgado” enfrentamiento directo con el gobierno. Y, sin embargo, el gobierno, ya no tenía fuerza social que lo apoyase.

“…Las masas no toleraban ya en sus filas a los vacilantes, a los neutrales, se afanaba por atraer, por persuadir, por conquistar a todo el mundo. Fábricas y regimientos mandaban delegados al frente… Allí donde la dirección local del partido estaba indecisa o se mantenía a la expectativa, las masas caían a menudo en la pasividad. Para justificar su política, los dirigentes citaban como pretexto el decaimiento que ellos mismo provocaban. E inversamente, cuanto más decidido y audaz era el llamamiento a la insurrección, con más confianza y afecto acogía al orador la masa de soldados…” (Trotsky, Historia de la revolución Rusa, capítulo XL)

Lenin gana la mayoría en el Comité Central

Lenin entendía la situación. Una circunstancia revolucionaria no se puede adaptar a los deseos personales, no es un grifo de agua que se pueda abrir y cerrar a voluntad, tiene su propia dinámica. Después de meses de bajadas y subidas, de dosis de adrenalina y ansiedad excepcionales, de esperanzas y desencuentros, las masas más activas arribaban a las conclusiones que les habían explicado los bolcheviques ¿Se comportarán estos como los otros? se preguntaban muchos. Había que despejar rápidamente la duda, que podía llevar muy rápidamente a la desconfianza. La oportunidad se podía malograr, pudrir, provocando un decaimiento de las masas que fuese aprovechado por la reacción para dar otro golpe y aplastar a la revolución. Frente a la idea de que se observaba un enfriamiento y desilusión entre las masas él alegaba: “las masas se han cansado de palabras y resoluciones”, quieren hechos. Su dimisión del máximo órgano de dirección, el CC (no aceptada por éste), tenía como objetivo verse libre de la disciplina de dicho órgano de dirección para agitar abiertamente dentro del partido, que es lo que hace sin ambages.

En los primeros días de octubre, Lenin pide a la Conferencia del partido en Petrogrado que se pronuncie claramente a favor de la insurrección. A iniciativa suya, la Conferencia “ruega con insistencia al CC que adopte todas las medidas necesarias para dirigir la inevitable insurrección de los obreros, soldados y campesinos”. Amenazado de detención, sin embargo se traslada desde su retiro seguro a la capital revolucionaria, al barrio obrero de Viborg, y junto con su compañera Krúpskaia y otros militantes, copian sus escritos una y otra vez para hacerlos llegar a todos sus contactos, donde encuentran casi siempre una cálida acogida. No por casualidad, el secretariado regional de Moscú adoptó una resolución severa contra el CC acusándolo de indecisión, de vacilar constantemente, exigiendo que “tomase una línea clara y definida hacia la insurrección”.

Finalmente, la presión surte efecto, y la dirección bolchevique decide abandonar el “Preparlamento”, nombrado a dedo semanas antes por el jefe de gobierno, Kerensky, al grito de “¡Viva la lucha directa y abierta por el poder revolucionario en el país! Era el 9 de octubre.
Varias reuniones del máximo órgano de dirección bolchevique se suceden en los siguientes días.

John Reed, el autor de Diez días que conmovieron al mundo, explicó en su célebre libro las impresiones de uno de los participantes en alguna de esas sesiones:

“…Todos los intelectuales del partido, todos los jefes, así como los delegados de los obreros y de la guarnición estaban presentes. Entre los intelectuales, sólo Lenin y Trotsky eran favorables a la insurrección. Incluso los delegados militares se oponían a ella. Se votó. La idea de la insurrección fue derrotada. Entonces se levantó un obrero, con el rostro crispado de furor: “hablo en nombre del proletariado de Petrogrado”, dijo con rudeza. “Nosotros estamos por la insurrección. Haced lo que queráis, pero os anuncio que si dejáis aplastar a los Sóviets, habréis acabado para nosotros”. Algunos soldados se unieron a él… La insurrección se puso a votación de nuevo… Esta vez triunfó…”.

Esta narración es un perfecto resumen del sentido de dichas reuniones.

El 10 de octubre tiene lugar la histórica reunión del CC donde asiste Lenin, afeitado y con peluca, que decide poner fecha a la insurrección para el 15. Pero una cosa es poner la fecha y otra es tomar, de conjunto, las medidas para llevar los planes a efecto. Falta voluntad.

Se requiere de otra reunión del CC, el 16, ampliada esta vez a un órgano más cercano a la base, el comité local de Petrogrado, para dar el definitivo impulso por una amplísima mayoría. En dicha reunión no estaba Trotsky, presidente del sóviet de Petrogrado, que en sesión del mismo estaba haciendo aprobar el estatuto del Comité Militar Revolucionario, el órgano que dirigirá la insurrección en la capital, y que, después de una semana de debates con todos los estamentos del Sóviet capitalino, ya ha avanzado gran parte de las tareas de la misma, aun no habiendo sido aprobado el plan de la insurrección por el máximo órgano del partido.

Sin embargo, ante la proximidad inminente de la insurrección, el partido se desgarra entre su ala más resuelta y la menos templada e impresionable ante la opinión pública burguesa. Después del 16 de octubre, Zinóviev y Kámenev, ofuscados por la pérdida de la mayoría ante Lenin y Trotsky, hacen públicos los planes de la insurrección, lo que lleva a Lenin a escribir una durísima carta a la siguiente sesión del CC (a la que él no pudo asistir) donde los estigmatiza como “esquiroles a la revolución”, exigiendo su expulsión del partido. En dicha sesión, Stalin presenta su dimisión del Comité de Redacción, al recibir la censura de la mayoría del CC que lo criticó por haber utilizado la línea editorial del periódico bolchevique para solidarizarse explícitamente con los adversarios de la insurrección dentro del CC frente a Lenin. El CC no expulsa a nadie, pero sí llama a Zinóviev y Kámenev a no enfrentarse públicamente al CC, acepta la dimisión de Kámenev, pero no la de Stalin, para no acrecentar aún más la crisis interna. A pesar de esto, en días posteriores, Kámenev y Zinóviev se presentarán a las reuniones del CC y aceptarán disciplinadamente las tareas que les encomienda el mismo.

El Comité Militar Revolucionario

La actuación de dicho órgano, nacido del Sóviet de Petrogrado, resume la táctica de los dirigentes bolcheviques que ya estaban convencidos de la insurrección, y que pusieron las bases para ampliar al máximo las bases de la misma. La táctica política que despliega dicho comité, bajo la inspiración de Trotsky, será una perfecta combinación de dar información veraz a las masas, mientras se engaña y desmoraliza al enemigo, presentando en todo momento su labor bajo la apariencia de la defensa de la Revolución y de los órganos soviéticos en la capital. En su accionar, progresivamente va subordinando bajo su mandato a todos los regimientos de soldados, reparte armas entre las guardias rojas (milicias obreras de las fábricas de la ciudad) y establece una unión con los centros revolucionarios vecinos a Petrogrado, en particular con los marinos de Kronstadt y Finlandia.

En una reunión con todos los representantes de los regimientos de la capital a la que es invitado el líder de los marinos finlandeses, Dibenko, éste explica en un lenguaje llano la relación que ya se había establecido entre el Sóviet marinero y el almirantazgo:

“…El almirante, antes de iniciar las últimas operaciones marítimas, se había dirigido con la siguiente pregunta al congreso de los marinos que se estaba celebrando por aquellos días: ¿Se ejecutarán las órdenes que se den?, a lo cual contestamos: si ejercemos el control nosotros, sí. Pero… si vemos que la escuadra va a sucumbir, lo primero que haremos será colgar del palo mayor al almirante…”. Trotsky relata el efecto de dichas palabras: “…Para la guarnición de Petrogrado, este era un nuevo lenguaje… Era el lenguaje de la insurrección… ¡Ni una voz de protesta en sus filas! Los ojos brillan en los rostros excitados…” (Trotsky, Historia de la revolución Rusa, capítulo XLI)

Trotsky insistió en que la fecha de la insurrección debía coincidir con la apertura del II Congreso de los Sóviets de toda Rusia, donde los bolcheviques ganarían la mayoría del Comité Ejecutivo y, por tanto, podrían actuar con la plena autoridad de los Sóviets, que comprendían la mayoría decisiva de la sociedad. El hacer aparecer la insurrección lo más vinculada posible a la convocatoria del congreso soviético y conquistar el poder a través de otro órgano soviético (el Comité Militar Revolucionario) tenía la virtud política de ampliar la base de los insurrectos, incorporando a ésta no sólo a los aliados bolcheviques (anarquistas y socialrevolucionarios de izquierda), sino a una capa mucho mayor de neutrales y meros partidarios de los Sóviets o, al menos, asegurarse su neutralidad. Por ejemplo, para solemnizar el carácter soviético del Comité Militar Revolucionario se propuso al frente del mismo al joven social-revolucionario de izquierdas Lazimir, que en modo alguno se desvió de la táctica propuesta por los mayoritarios bolcheviques.

El sóviet petrogradense fue el primero que exigió la convocatoria del II Congreso Panruso de los Sóviets, pues hacía meses que el Comité Ejecutivo del mismo había perdido representatividad. Los dirigentes conciliadores trataban de atrasar la convocatoria del mismo, mientras el Sóviet de la capital, de común acuerdo con el de Moscú (también ya con mayoría bolchevique), amenazó con convocarlo por su cuenta, lo que surtió efecto. Paradójicamente, mientras se llamaba públicamente a reconcentrar todo el poder en el congreso soviético, la argumentación principal que revestía su convocatoria era la de hacer frente a los preparativos de la contrarrevolución. Es decir, el derrocamiento del gobierno se presentaba con un argumento en defensa de la revolución. Esa será la base de la futura agitación, mitin tras mitin, hasta el mismo día de la insurrección.

La insurrección

El derecho a disponer de las fuerzas armadas es el derecho fundamental del poder gubernamental. Un síntoma evidente de toda confrontación revolucionaria tiene que ver con circunstancias donde esto está en cuestión. Diez días antes de la toma del poder, el Comité Militar Revolucionario ya declara que no permitirá que salga ningún regimiento de la capital revolucionaria para mejor defender ésta. Inmediatamente, revoca las órdenes del gobierno para enviar armas a las fuerzas contrarrevolucionarias, y arma en cambio a las guardias rojas.

Frente a la idea de la propaganda burguesa de que el 25 de octubre fue un mero putch, la táctica del Comité Militar Revolucionario era una en la que subordinaba en todo momento los aspectos técnicos o militares a los políticos. Así, días antes de la fecha del alzamiento fija una jornada de grandes mítines, para el 22 de octubre, jornada que vivió las reuniones de multitudes mayores jamás habidas desde los primeros días de la revolución en decenas y decenas de mítines por todos los barrios, grandes fábricas y parques. El objetivo era movilizar políticamente a las masas ante los retos y tareas que iban a sobrevenir en los próximos días y semanas. En el más importante de estos mítines, ante decenas de miles de personas, el dirigente menchevique Sujánov cuenta sus impresiones:

“…Alrededor mío reinaba un estado de ánimo semejante al éxtasis… Trotsky formuló una breve resolución… ¿Quién vota a favor de esta resolución? Aquella multitud ingente alzó los brazos como si fuera un solo hombre. Vi los brazos en alto y los ojos ardientes de los hombres, de las mujeres, de los muchachos, de los obreros, de los soldados, de los campesinos y de figuras típicamente pequeñoburguesas… Trotsky seguía hablando. La innumerable muchedumbre seguía con los brazos levantados. Trotsky cincelaba sus palabras: que esta votación sea vuestro juramento. La multitud innúmera sigue con los brazos en alto. Está de acuerdo. Jura…”.

El 23 y 24 Trotsky, personalmente, va como orador a los dos últimos lugares que no habían sido conquistados por la revolución aún: la fortaleza de Pedro y Pablo, vieja cárcel zarista con el mayor arsenal de la ciudad, y el batallón de motociclistas, el tenido como más reaccionario. En los dos lugares el éxito es total. La suerte del gobierno de Kerensky está echada. El gobierno empieza a sentir que ya no manda, pero sus dirigentes están tan separados de las masas que no quieren interpretar la realidad.

El 24 se realiza la última reunión del CC, se fijan las últimas instrucciones. Lenin escribe ese día una carta al CC desde su escondite en la que, entre líneas, da rienda suelta a toda la tensión acumulada, empujando hasta el último momento al órgano de su partido contra el que ha tenido motivos de sobra para ser desconfiado:

“Camaradas, la situación es crítica en extremo (…) ¡¡No se puede esperar!! ¡¡Nos exponemos a perderlo todo!! (…) La historia no perdonará ninguna dilación a los revolucionarios que hoy pueden triunfar (…) Demorar la acción equivaldría a la muerte”.

Pero la obra ya está trazada. Cuando los regimientos de soldados escogidos, junto con guardias rojas seleccionadas, tienen asignados los centros de mando y comunicaciones para ser tomados, un hecho fortuito da una definitiva cobertura legal a los planes de los insurrectos: el gobierno manda clausurar el diario bolchevique Pravda con medio centenar de soldados. De esta manera, el Comité Militar Revolucionario pone en marcha su ofensiva definitiva, presentándola nuevamente como una acción defensiva frente a la ruptura de hostilidades por parte del gobierno.

En pocas horas, se ocupan los puntos centrales de la ciudad.

Previamente, diferentes buques habían sido llamados desde las bases navales de Kronstadt y Finlandia.

Cuando Lenin sale de la clandestinidad, medio día después, sólo el Palacio de Invierno está aún por tomar, debido a una mezcla de impericia e ingenuidad por parte de los insurrectos. A las pocas horas de abrirse el Congreso de los Sóviets, sin embargo, el Palacio cae. Kerensky huyó dentro de un automóvil de la embajada estadounidense, confundido en el mismo bajo la bandera de un país ajeno.

Fue una toma del poder incruenta, casi sin disparos. ¿Cómo fue esto posible? Sólo unos meses antes, la posición de Kerensky y del Gobierno Provisional parecía inatacable. Pero en el momento de la verdad, no encontró defensores. Su autoridad se había derrumbado.

La idea de que todo esto fue el resultado de una conspiración inteligente de un pequeño grupo es digna de una mentalidad policial, pero no soporta el más mínimo análisis desde un punto de vista científico. La abrumadora victoria de los bolcheviques en el II Congreso de los Sóviets de toda Rusia el 24-25 de Octubre (6-7 de noviembre en el nuevo calendario) subraya el hecho de que los líderes reformistas de derecha habían perdido todo su apoyo. Los mencheviques y socialrevolucionarios sólo consiguieron el apoyo de una décima parte del Congreso. El Congreso de los Sóviets votó por una mayoría masiva tomar el poder. El poder estaba en manos de los trabajadores.

El Consejo de Comisarios del Pueblo

En la noche del día siguiente, una vez afianzado el poder en la capital, y después de cuatro meses oculto, apareció Lenin públicamente sobre el estrado del Congreso, recibiendo una enorme ovación. Lenin propuso la aprobación de dos decretos: uno sobre la paz y otro sobre la distribución de la tierra a los campesinos. Ambos fueron aprobados por unanimidad. En la misma reunión se constituyó la nueva autoridad central, el Consejo de Comisarios del Pueblo, compuesto inicialmente íntegramente de bolcheviques, y presidido por Lenin, con Trotsky como comisario del pueblo de relaciones exteriores. La Revolución rusa había dado un paso de gigante, pero otros pasos más serían necesarios dar en los días y semanas siguientes para consolidar su poder.

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