La Revolución Rusa
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Existe el reduccionismo en sectores de la izquierda de contemplar la Revolución Rusa de 1917 como una sucesión de acontecimientos que evolucionan indefectiblemente hacia una situación donde, de manera casi irremisible, un Partido bolchevique unido se hizo con el poder esperando oportunamente su ocasión, como si tuviera un plan preestablecido. Pero en las auténticas revoluciones no hay nada parecido a un plan preestablecido que se lleve hasta el final.

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19170704 Riot on Nevsky prosp Petrograd
Choque en la Avenida Nevsky, Petrogrado, durante las Jornadas de Julio

Julio y agosto contemplaron en Rusia un remolino de fuerzas puestas en movimiento que expresaban las presiones de las clases en pugna, con diferentes oleadas de intensidad según tuvieran o no la capacidad de ganarse el apoyo, o al menos la neutralidad, de las clases más inertes y pasivas de la sociedad.

Diferentes niveles de conciencia

Lo contradictorio de la situación para el campo revolucionario se expresaba en los diferentes niveles de conciencia existentes en el seno de la clase trabajadora sobre las tareas a abordar.

Estaba la capital revolucionaria, Petrogrado, que había empujado al país hacia adelante a través de sus diferentes jornadas de lucha: en febrero, abril y junio, dándose en la misma el mayor nivel de radicalización en el país. También aquí se dio antes que en ningún sitio el predominio de las fuerzas bolcheviques en la calle, en la medida que los acontecimientos habían mostrado a las masas la corrección de su agitación paciente. En el resto de ciudades, la influencia bolchevique crecía, pero por detrás de la capital. Cuando se reúna el congreso del partido durante una semana, a caballo entre los meses de julio y agosto, donde se unificará con otras tendencias internacionalistas que afluyen a él, de los 170.000 militantes, 40.000 serán de la capital.

Otra discordancia era la existente entre las ciudades y el campo, donde la revolución marchaba a la zaga de las ciudades. Incluso después de la toma del poder en octubre, el campesino pobre necesitará aún de más acontecimientos para asimilar que el partido que verdaderamente le va a dar la tierra será el bolchevique y no su organización tradicional, la de los socialrevolucionarios (eseristas), que todavía era el principal partido soviético merced a su apoyo entre los soldados de origen campesino y en un sector de obreros menos avanzados. Entre los eseristas comenzaba a surgir ya nítidamente la división entre eseristas “de izquierdas”, que estaban a favor del fin inmediato de la guerra y de la nacionalización de la tierra –no por casualidad surge esta corriente también en Petrogrado y en la zona norte del país, más industrial– y los eseristas “de derechas”, principal sostén del gobierno de conjunción con los partidos burgueses.

Los mencheviques, que al comienzo de la revolución tenían mayoría entre los obreros industriales, van perdiendo apoyos progresivamente en favor de los bolcheviques.

En resumen, a principios de julio la influencia bolchevique iba dominando a los soldados y obreros de Petrogrado y otras ciudades, mientras que el apoyo a los socialistas conciliadores era, por el momento, superior en el resto de Rusia. Esto engendraba una discordancia en la capital de la revolución, que podía estallar más temprano que tarde.

Después de las Jornadas de Junio, donde la manifestación que convocó la mayoría soviética en Petrogrado respaldó casi totalmente las consignas de los bolcheviques ante el estupor de los conciliadores, había un sentimiento de confianza en la capital del Báltico, que impulsaba a los activistas a ir mucho más allá para demostrar su poder.

Nadejda Krúpskaia, la compañera de Lenin, rememora en sus recuerdos el poder real de los trabajadores existente en el barrio obrero más importante de Petrogrado, el barrio de Viborg:

“...Al mencionarse la necesidad de hacer una campaña de alfabetización general, los obreros de todas las fábricas hicieron inmediatamente un registro de analfabetos. A los patronos se les pidió que colaboraran en la tarea, proveyendo de aulas a las factorías. Uno de ellos rehusaría a hacerlo, provocando la reacción enérgica de las trabajadoras (…) El patrono acabaría por alquilar locales fuera de la fábrica, para acondicionarlos como escuela...”

En particular, en la guarnición de Petrogrado, más politizada por estar en contacto directo con lo más granado del movimiento obrero, las consignas bolcheviques contra la guerra arrasaban. El gobierno, sabedor de esta situación, pretendía deshacerse de estos incómodos regimientos radicales, mandándolos al frente con la excusa de la ofensiva militar recién iniciada en la segunda mitad de junio. Pero ya se estaban filtrando noticias de que la ofensiva militar se estaba convirtiendo en una degollina sin sentido...

Las jornadas del 3 y 4 de julio

Tras la Revolución de Octubre, y de las consecuencias históricas que trajo, las Jornadas de Julio se han convertido en el arquetipo de la situación que se da en toda revolución cuando un sector minoritario de las masas, más avanzado y resuelto, intenta llevar adelante por sí misma la tarea de tomar el poder sin el concurso de un movimiento más amplio, donde participen los sectores decisivos de las masas. Decenas de procesos revolucionarios se han perdido debido a una dirección que cedió ante la impaciencia de los activistas y sectores más avanzados, separados de la mayoría de las masas.

Para los cuadros bolcheviques más avanzados, educados en el estudio de otros procesos revolucionarios anteriores, empezando por la derrotada revolución rusa de 1905-6, era evidente que necesitaban más tiempo para asegurar su influencia en el conjunto del país.

Pero los soldados de los regimientos capitalinos, desesperados porque saben que están a punto de ser llamados al frente, se lanzan a la calle, armados, y arrastran tras de sí a grandes masas obreras, empezando por las fábricas más politizadas, donde los activistas se habían acostumbrado en los últimos meses a que bastaba una manifestación en las calles para intimidar a la mayoría de los dirigentes conciliadores. Pero ahora no se trataba de lograr la jornada de 8 horas, o de presionar a los vacilantes dirigentes soviéticos. Las demandas que se improvisan en julio son no sólo parar la ofensiva, sino la propia guerra; la nacionalización de la tierra...; en definitiva, la toma del poder por los soviets ¡Pero los dirigentes de los soviets no querían tomar el poder!

Incluso los activistas bolcheviques se ven afectados por este estado de ánimo, como Lenin explicó posteriormente:

“... El verdadero error de nuestro partido en los días 3 y 4 de julio, puesto ahora de manifiesto por los acontecimientos, consistió en que (…) consideraba aún posibles las transformaciones políticas por la vía pacífica, mediante la modificación de los sóviets, cuando, en realidad, los mencheviques y los socialrevolucionarios, gracias a su espíritu de conciliación, se hallaban ya tan atados con la burguesía y ésta se había convertido, hasta tal punto, en contrarrevolucionaria, que no se podía ni siquiera pensar en una solución pacífica...”.

Cuando el regimiento de ametralladores se levanta y arrastra tras de sí a varias fábricas, al primer sitio que van es a la sede del partido bolchevique, para buscar su refrendo. Allí se les intenta frenar. Los gritos que reciben por primera vez los dirigentes bolcheviques les hacen ver el imparable estado de ánimo que les empieza a superar: “¡Fuera, fuera!”, “¡Otra vez queréis dar largas al asunto!”, “Así no se puede vivir”

La cintura política y la flexibilidad de los máximos dirigentes bolcheviques se demostraron magistrales. Había el peligro de separarse de la vanguardia y que esta pensara: “¡Hasta los bolcheviques dan largas al asunto y nos contienen!”. El partido no podía divorciarse de las masas puestas en movimiento a pesar de él. Al mismo tiempo, no podía dejar de seguir explicando la necesidad de no ir hacia un enfrentamiento prematuro y estéril. No pudiendo dejar a los obreros y soldados abandonados a su suerte, no tenían más remedio que ir con ellos, acompañándolos, para intentar lograr de la forma más pacífica y organizada posible que hicieran su experiencia.

Naturalmente, la reacción aprovechó la ocasión, provocando a los manifestantes con disparos aislados en las diferentes manifestaciones, para crear la atmósfera de caos que justificase la venida a la capital de otros regimientos más conservadores que sofocaran la revuelta. Los enfrentamientos, sin orden ni estrategia definida, provocan 29 muertos y 114 heridos de bala.

Sobre todo, los obreros están desorientados porque no entienden aún cómo hacer para que los dirigentes soviéticos tomen el poder, ni aun la masa misma de los manifestantes entiende por qué no lo toman. Los dirigentes conciliadores, presos de su política hasta el final, entienden que todo atentado contra el poder de la burguesía es un atentado contra ellos mismos. La contradicción estribaba en que los obreros de la capital, al levantarse a favor de dar el poder a los soviets no tenían confianza en la mayoría conciliadora. Pero, igualmente, aún no saben cómo librarse de esa mayoría.

Los bolcheviques llaman a poner fin al movimiento para evitar males mayores. La mayoría acepta la situación. La toma del poder por los sóviets es un problema mucho más complejo de lo que se imaginaban dos días atrás.

La reacción

La retirada del movimiento de las masas, provoca la iniciativa de las fuerzas reaccionarias, con la colaboración de los dirigentes conciliadores. Comenzó entonces una campaña masiva para calumniar a los dirigentes bolcheviques, acusando a Lenin y Zinoviev con falsos documentos de estar comprados por el oro alemán del Káiser Guillermo.

La campaña fue tan histérica que el propio ministro de Justicia reconoció a los pocos días que se había apoyado para lanzar sus acusaciones en documentos “no probados”. Sin embargo, Alexandra Kolontai, León Trotsky, Kámenev, Lunacharski, junto con la mayoría de los dirigentes de los marineros, son detenidos. El Comité Central bolchevique decide que Lenin y Zinoviev pasen a la clandestinidad.

Los locales del partido son asaltados, la imprenta arrasada, sus periódicos prohibidos. Se producen intentos de linchamiento contra “los espías alemanes” en diversas partes del país. La reacción hace mella en los elementos más confusos y vacilantes incorporados al partido, que en algunos lugares pierde militancia. El conjunto del movimiento obrero se sintió dividido y conmocionado temporalmente durante unas semanas. Lo atrasado y estático que había entre sectores de las masas salió a la luz en esta coyuntura.

Sin embargo, esta derrota parcial fue necesaria, había que romper con la etapa, en cierta medida evolutiva, que se había dado tras Febrero y que necesitaba de tiempo y acontecimientos para reflexionar y madurar. Julio de 1917 pudo haberse convertido en lo que luego fue el enero de 1919 para la Revolución alemana posterior, con el asesinato de Rosa Luxemburgo y Carlos Liebcknecht, pero no fue el caso, debido a la madurez de la dirección de los bolcheviques.

“... El partido, al ponerse audazmente al frente del movimiento, tuvo la posibilidad de detener a las masas en el momento en que la manifestación empezaba a convertirse en colisión en la cual los contrincantes iban a medir sus fuerzas con las armas. El golpe asestado en julio a las masas fue muy considerable. Pero no fue un golpe decisivo. Las víctimas se contaron por docenas, y no por docenas de miles. La clase obrera no salió decapitada y exangüe de esa prueba, sino que conservó completamente sus cuadros de combate, los cuáles aprendieron mucho de esa lección...” (León Trotsky, Historia de la revolución Rusa, cap XXVI).

La dictadura bonapartista en ciernes

Posteriormente, se hizo público que la ofensiva militar había sido un rotundo fracaso, resultando que los alemanes avanzaban en el frente. La ofensiva, que había comenzado en junio, acrecentó la popularidad entre la gente pudiente de su principal inspirador, el eserista Kerensky, en la misma medida que empezó a desplomar su apoyo entre el pueblo llano.

Hoy en día, en el siglo XXI, hay un equilibrio en la opinión de la mayoría de los académicos universitarios en tratar de presentar al Kerensky ruso de 1917 como el Azaña español de 1936: el hombre moderado que pudo representar una salida indolora en medio de un contexto sangriento.

Kerensky, aupado a la fama en marzo con sus frases neutras, en las que el radicalismo contra el viejo mundo iba acompañado siempre de un impulso comedido, era el prototipo de dirigente que quiere contentar a todo el mundo. Pero estos dirigentes rápidamente son puestos al desnudo en una revolución, que es un momento donde los choques siderales de clases contrapuestas entre sí, exigen decisión y determinación, en un sentido u otro.

Envanecido de sí mismo, sensible al lisonjeo de los medios burgueses, separado de las masas, se creyó que podía ser el hombre llamado a salvar a la patria, hablando repetidamente de sí mismo como “jefe supremo”. Sin embargo, a la hora de la verdad, fue la marioneta perfecta que, representando al “pueblo”, hizo la política que necesitaba la burguesía.

Había que descargar la responsabilidad del fracaso militar (junto al del resto de males del país) en alguien, y la burguesía más inteligente quería ajustar las cuentas con los bolcheviques desde hacía tiempo. Los conciliadores se avinieron a cooperar en este sentido con los partidos burgueses, pero estos, una vez puesta en marcha la operación, ante el cambio de marea social y el repliegue de las masas, pidieron más: el restablecimiento de la pena de muerte, el fin de las huelgas, el sometimiento de las demandas nacionales de Ucrania y Finlandia... Un sector de los conciliadores se alarmó. Así, en el Congreso del partido eserista, Kerensky recibe solo 175 votos de 350 asistentes, al verlo excesivamente entregado al campo burgués.

Hacía falta un espadón que disciplinara al país. Kerensky estaba dispuesto a decapitar a los bolcheviques. Su nuevo gobierno, con mayoría de dirigentes soviéticos, estaba aprobando sin embargo la política más reaccionaria que todos los anteriores.

Sin embargo, la burguesía buscaba dar una lección definitiva al conjunto del movimiento obrero y ya había elegido a su candidato, el general Kornílov, que fue el primero que plantó cara a los soviets de soldados fusilando en masa a los soldados desertores.

La opinión pública se puso en marcha para elevar a santo al general, de cuya vida y milagros se imprimieron centenares de miles de folletos que se repartieron por doquier.

Un intento de unir a los dos “hombres fuertes” del país estuvo a punto de acabar en fracaso. Al fin y al cabo, dos candidatos a “primera espada” del país son demasiados candidatos. Kornílov no se recató en publicar en la prensa el “ultimátum” que le exigía a Kerensky para ser nombrado Generalísimo de los ejércitos. Y, aun después de eso, ¡Kerensky accedió a nombrarlo!

El golpe de Kornílov

La escenificación pública del acuerdo general iba a ser la celebración el 12 y 13 de agosto de una Conferencia Nacional, en la antigua capital moscovita, más alejada de las ínfulas revolucionarias de la capital del Neva. En dicha Conferencia iban a estar representadas todas las clases, todas las asociaciones, todos los partidos. En esencia, se trataba de dar una envoltura democrática al cambio de la situación, donde las medidas bonapartistas iban a implantarse buscando el consenso de todos.

Sin embargo, un nuevo descontento llegaba del frente. El restablecimiento del látigo y la cárcel para el soldado llevó a una movilización general de los soviets del frente y muchos de ellos enviaron representantes a protestar a la capital. Estos delegados de los sóviets de soldados, mayormente eseristas, no fueron escuchados por los altos dignatarios soviéticos, pero sí por los bolcheviques, que organizaron una Conferencia con ellos, ganándolos para su causa. Ello coincidía con el fin de la parálisis del movimiento, tras la asimilación de la derrota de principios de julio. Nuevos sectores salían a la huelga ante la continuación de la depreciación del rublo y el caos económico.

Las enseñanzas de julio son clarividentes: ya no hay ninguna esperanza en los ya viejos dirigentes soviéticos. Los bolcheviques declaran que boicotean la Conferencia de Moscú y llaman a la movilización contra el retroceso de los derechos democráticos. Hay rumores, de los que se hace eco la prensa más derechista, de un golpe militar. La conspiración, que está ya en marcha, no se puede ocultar y la tensión se recrudece en el conjunto del país. La huelga de 400.000 obreros moscovitas el 12 de agosto, día de inauguración del gran evento por la unidad, convocada por los bolcheviques contra la mayoría soviética, rompe en líneas de clase a la Conferencia, escenificando las contradicciones flagrantes que separan más y más a la sociedad. Los gritos y abucheos entre las partes, aun sin el concurso de los bolcheviques, evidencian que no hay sintonía entre el punto al que quiere llegar abiertamente la reacción y el de la base social de los soviets.

A partir de entonces, el pacto alcanzado entre bastidores entre Kerensky y sus acólitos y los representantes burgueses (sin el concurso de la mayoría de los dirigentes conciliadores) se pone en marcha. Kerensky pide por escrito a Kornílov, sin el conocimiento de parte de su gobierno, que traiga la caballería (los regimientos más conservadores del ejército) a Petrogrado, ante el riesgo de motines bolcheviques. En un movimiento perfectamente orquestado para incitar a la provocación, dobla el precio del trigo el 26 de agosto para incitar a una revuelta a la que cree poder aplastar con Kornílov tras de sí. Sin embargo, finalmente, Kornílov y la burguesía descubren sus cartas: el Generalísimo exige plenos poderes, por encima de Kerensky, que entra en pánico al darse cuenta de que no representa más que a su sombra.

Pero ninguna de las partes aspirantes a Bonaparte cuentan con que los trabajadores han hecho su aprendizaje de julio y al frente de ellos tienen a una dirección magistral.

Los marinos acuden a la cárcel, soliviantados ante el hecho de ver a sus dirigentes encarcelados. Allí hablan con Trotsky de cómo Kornílov va a ajustarle las cuentas a Kerensky, a quien odian. Trotsky les convence: “hay que disparar contra Kornílov apoyados en el hombro de Kerensky”.

A propuesta de los bolcheviques, la dirección soviética conciliadora reacciona, constituyéndose un “Comité para la lucha contra la contrarrevolución”, con dos representantes de cada partido soviético, más representantes de los sindicatos.

A la hora de la acción, inevitablemente, todos siguieron a los bolcheviques. Como el cronista menchevique, Sujánov, no tiene más remedio que reconocer:

“... 'A pesar de que estaban en minoría, era completamente claro que en el Comité la hegemonía pertenecía a los bolcheviques (…) Si el Comité quería obrar seriamente tenía que hacerlo de un modo revolucionario y sólo los bolcheviques contaban con recursos reales para acometer una acción revolucionaria, pues las masas les seguían...”. Citado por Trotsky en su Historia.

El golpe de estado se vino abajo en poco tiempo, y casi sin ninguna efusión de sangre. Los ferroviarios se negaron a circular los trenes que traían a las tropas. Los soldados, en cuanto se enteran por los agitadores bolcheviques cuál es el cometido que se busca de ellos, se amotinan.

En el momento decisivo, los bolcheviques han salido de su semiclandestinidad, pronunciando un llamamiento a la unidad e impulsando el Frente Único de todos los partidos del soviet para derrotar a la reacción. Los soviets, con este nuevo aire revolucionario, son los organismos que logran capear el temporal, ante un Estado burgués resquebrajado, cuyos resortes aparecen enfrentados entre sí y cortocircuitados.

El 31 de agosto, por primera vez, el soviet de Petrogrado vota una resolución presentada por la, por poco tiempo, minoritaria fracción bolchevique, en la que se reclama todo el poder para los soviets. El 23 de septiembre, Trotsky es elegido presidente del soviet de la capital. La marea ha cambiado.

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