A comienzos del siglo XX, el Imperio otomano se encontraba en un estado de decadencia terminal. En 1908, el Imperio austro-húngaro se anexionó Bosnia y Herzegovina. Tres años más tarde, la burguesía italiana proclamó sus ambiciones coloniales tomando Libia en el Norte de África a los otomanos. Más tarde se hizo con las islas de Rodas y Kos. Un año más tarde, la Liga Balcánica (Serbia, Bulgaria, Montenegro y Grecia) expulsó a los otomanos de sus últimas posiciones en Europa.

Rusia entró en la sangrienta lucha por la dominación mundial como una potencia de segundo rango dentro de la Entente, la alianza de Francia, Gran Bretaña y Rusia. La fuerza aparente del imperio ruso ocultaba sus contradicciones internas y sus debilidades estructurales. El zarismo ruso combinaba elementos propios de un país semi-feudal y semi-colonial, que dependía enormemente del capital extranjero, con las características más agresivas del imperialismo. De hecho, a pesar del subdesarrollo económico de Rusia, que jamás había exportado ni un kopek en forma de capital, Lenin consideraba que Rusia estaba entre los cinco países imperialistas más importantes.  

Las tensiones entre las grandes potencias europeas, que estaban enraizadas en última instancia en la lucha por los mercados, las colonias y las esferas de influencia, estaban aumentando de manera constante en las décadas anteriores a 1914. Éstas encontraron su expresión en una serie de "incidentes", cada uno de los cuales contenía el potencial para el estallido de la guerra. Si no alcanzaron esta conclusión lógica fue porque las condiciones objetivas no estaban todavía suficientemente maduras. Estos incidentes son similares a los pequeños deslizamientos de tierra que preceden a una avalancha importante.

¿Cómo conmemorar una guerra que barrió a cuatro imperios, mató a 18 millones de personas y dejó decenas de millones de vidas destrozadas? Muy buena pregunta, a la que tenemos respuesta. Con la conmemoración del centenario de la Gran Matanza, las pantallas de televisión se han llenado de programas dedicados a la  banalización sistemática de la catástrofe.

El ataque de Austria a Serbia no condujo inmediatamente a la guerra con Rusia. En San Petersburgo, los generales estaban impacientes por entrar en acción. Sin embargo, el ministro de Relaciones Exteriores ruso Sazonov parecía no compartir la confianza ciega de sus generales. Temía los efectos de la guerra sobre la inestable situación política en Rusia y no estaba convencido de la capacidad del ejército ruso de vencer en un conflicto con la formidable. maquinaria militar alemana.

Este año, se cumplen no sólo 100 años desde el estallido de la Primera Guerra Mundial, sino también el centenario de otra debacle: el colapso de la II Internacional, el organismo internacional que reunía bajo su bandera a todos los partidos obreros de masas.

Los autodenominados filósofos del postmodernismo niegan la posibilidad de encontrar una explicación racional a la historia de la humanidad. Se alega que no hay leyes generales, ni factores objetivos que se escondan detrás de la conducta de los individuos y determinen su psicología y comportamiento. Desde este punto de vista – el punto de vista de la subjetividad extrema – toda la historia está determinada por individuos que actúan según su propia voluntad. Tratar de encontrar una lógica interna en este mar turbulento y sin ley sería un ejercicio tan inútil como tratar de predecir la fuerza y posición precisas de una partícula subatómica individual.