Cuestión nacional
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Catalunya va a tener sus terceras elecciones en 6 años, la quinta en poco más de una década. Tal y como pasó en 2017, estas elecciones han sido impuestas por la represión del régimen del 78, deshabilitando a Torra como President por las pancartas que colgó en la Generalitat como protesta por la represión y por la libertad de los presos políticos.

Contexto de las elecciones

La legislatura del Govern ha estado caracterizada principalmente por dos elementos. En primer lugar, por su inacción general (salvando la aprobación de los presupuestos por primera vez desde 2017 y la represión a activistas independentistas), producto de la lucha independentista y sus consecuencias y el contexto objetivo de crisis política, social y económica. En segundo lugar, y derivado del primer punto, por las contradicciones en el propio seno del Govern.

Estas contradicciones son en gran medida el resultado de las presiones del movimiento independentista. Por un lado, JxCAT (como heredero de CIU) se ha transformado de un partido que representaba directamente los intereses de la burguesía catalana en un partido de carácter pequeño burgués, escapando del control directo de aquélla. Empujados por las masas independentistas en la calle, los elementos más nacionalistas y demagógicos han tomado el control del partido, con Puigdemont a la cabeza, basando su estrategia en palabras grandilocuentes y contra la represión del régimen para mantenerse al frente del movimiento independentista, mientras que en realidad continúan ejerciendo un papel de defensa de los intereses de la burguesía.

ERC, contrariamente, ha girado hacía el otro lado, intercambiando puestos con JxCAT. Aunque reivindican sus credenciales de izquierda, su historia en la lucha por la república catalana y sus presos políticos, para mantenerse también a la cabeza del movimiento independentista, su “pragmatismo realista” tiende a representar indirectamente los intereses de la burguesía catalana, con Pere Aragonés a la cabeza de esta transformación. Su estrategia, parecida a la de JxCAT en su esencia (por encima de todo mantener la silla y sus cuotas de poder) pasa por desviar la lucha independentista hacia canales seguros, mediante la negociación y el enfriamiento del conflicto. En este sentido, sienten el apoyo firme de capas decisivas de la burguesía catalana.

Así pues, aunque ambos comparten en el último análisis el mismo programa de defensa de los intereses de los empresarios catalanes, la dirección contraria entre ambos partidos, por un lado la demagogia y por otro la “responsabilidad”, ha provocado fuertes enfrentamientos entre ellos y paralización. Dicho eso, durante la pandemia han demostrado que cuando se trata de defender los intereses del capital, las diferencias son mínimas o inexistentes: desembolso de millones a la sanidad privada por la COVID, inversiones masivas en impulsar el turismo después del confinamiento duro, donaciones millonarias a grandes empresarios, etc.

Por otro lado, también en el campo independentista, la CUP se encuentra en una situación de estancamiento. Desafortunadamente, no ha sabido aprovechar las varias oportunidades de disputarle la dirección del movimiento independentista a JxCAT y ERC. Su principal error continúa siendo la incomprensión de la naturaleza de la lucha por la república catalana, que es una tarea revolucionaria. En líneas generales, ha llevado una política marcada por la colaboración de clases con los partidos pequeñoburgueses de ERC y JxCAT.

Ya en el campo no independentista, los Comunes también están estancados, mostrando cada vez más su perfil reformista y “responsable”, claramente influenciado por la política de su dirección en el Gobierno central. Por lo que concierne al PSC, su política ha consistido en intentar tender puentes con la dirección independentista para encauzar el movimiento por vías seguras. Ya por último, Ciudadanos ha protagonizado el papel de pirómanos, echando petróleo al fuego independentista y mostrando un carácter rabioso de nacionalismo españolista.

Perspectiva de los resultados electorales

Estas próximas elecciones están marcadas por la incertidumbre. En primer lugar, por la pandemia misma. A la hora de escribir este artículo todavía no se ha confirmado con seguridad el 14 de febrero como fecha electoral por la posibilidad de nuevas restricciones ante la tercera ola. Además, se estima una importante bajada de la participación, en parte consecuencia también de la COVID, pero igualmente por la creciente apatía, sobre todo en el campo independentista, y el diferente significado de estas elecciones comparadas con las de 2017. En segundo lugar, la incertidumbre también deja su huella en los pronósticos de los resultados, sin un ganador claro: se la van a disputar entre ERC, JxCAT y el PSC.

De todas formas, parece ser bastante claro que el independentismo va a imponerse una vez más, con posibilidades incluso de llegar al 50% de los votos. Esto muestra cómo la cuestión de la lucha independentista continúa siendo un componente con mucho peso en la política catalana, incluso en la fase de reflujo por la que está pasando. Este factor es importante para tener en cuenta a la hora de comprender por qué ERC está liderando las encuestas.

ERC concentra varias contradicciones. Como ya se ha dicho, su estrategia se basa en encauzar el movimiento sin abandonar la “vía unilateral” en palabras. Sin embargo, a la vez refleja un giro a la izquierda en el campo independentista con respecto a las elecciones del 2017. Esto es así porqué una capa de la población busca conseguir la república catalana por otras vías después de las derrotas sufridas luchando en la calle mediante un partido con perfil de izquierda que, mientras tanto, aplique políticas más favorables a la clase obrera catalana. Además de esto también hay que tener en cuenta que la demagogia de JxCAT ya no tiene el efecto que antes tenía.

Por lo que concierne al PSC, las encuestas pronostican que va a absorber dos de cada diez votantes de Cs. Su política conciliadora vuelve a atraer a antiguos votantes que se pasaron a Cs después del embate independentista y que ahora buscan una alternativa sosegada al hooliganismo de Cs para resolver el conflicto. La incorporación del Ministro de Sanidad, Salvador Illa, como candidato les ha impulsado en las encuestas, un hombre percibido como competente y capaz de contribuir a una resolución. De esta forma, el PSC cuenta con el apoyo de una importante capa de la burguesía catalana que le está dando promoción y que quiere volver a la normalidad cuanto antes.

Por último, Cs se va a desplomar, perdiendo votos por su izquierda hacia el PSC y por su derecha hacia el PP y VOX. El partido de extrema derecha podría conseguir alrededor de un 4% de los votos.

La CUP y más allá de las elecciones

Para la CUP se pronostica que obtendrá entre 4 y 5 escaños, repitiendo sus resultados de 2017. Estos pronósticos sólo pueden interpretarse como malos. Ante la traición de la actual dirección independentista, su nefasta gestión de la pandemia y una profunda crisis del sistema capitalista, las condiciones objetivas son favorables al desarrollo de una organización revolucionaria.

Sin embargo, la CUP no ha sacado las lecciones necesarias del período anterior. En su programa de “un nuevo ciclo” se incluyen cuestiones que apoyamos, como la nacionalización de las empresas estratégicas y de la sanidad privada, pero se equivoca en hacer eje de su estrategia en la cuestión nacional y no en la cuestión de clase. Esto la conduce a su mayor error, el seguidismo a la dirección actual de ERC y JxCAT, y se concreta en la idea barajada de entrar en el futuro Govern. Esto sería un grave error, ya que las condiciones materiales concretas no se dan para entrar en el mismo.

La pandemia ha acelerado el proceso de descomposición del capitalismo mundial, impactando particularmente al capitalismo catalán como parte integrante del capitalismo español. Así pues, hay cada vez más gente que busca una salida a la miseria impuesta por los empresarios. La toma de conciencia se está dando a trompicones hacia delante, y el aumento de las luchas obreras, tanto en las empresas como en la calle, van a impulsarla aún más. En estas condiciones, una política revolucionaria, armada con un programa que conecte las demandas inmediatas, como parar los desahucios o regular los alquileres, con demandas más generales como que la crisis la paguen los ricos mediante la expropiación de las grandes empresas bajo control obrero, todo ello con el objetivo de llevar a cabo la revolución social, encontrarían un eco creciente.

La tarea de la CUP es poner la cuestión de clase en el centro de toda su actividad, romper con la dirección pequeñoburguesa de ERC y JxCAT y plantear un programa revolucionario de manera audaz. Las condiciones objetivas están cada vez más maduras; la CUP debe aprovechar este enorme potencial para hacer avanzar la lucha por la república socialista catalana, chispa de la revolución ibérica.

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