Análisis Político
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El lanzamiento de una granada, de baja carga y sin explotar, en el patio del centro de acogida de menores de Hortaleza (Madrid) es una muestra del sentimiento de jactancia e impunidad que ha acumulado la extrema derecha en el último año, reforzado por la complicidad que ésta encuentra dentro del aparato del Estado, hasta en sus más altas instancias.

Este hecho se ha producido tras una campaña de criminalización durante meses realizada por los dirigentes de Vox y de grupos fascistas, como Hogar Social, contra los menores inmigrantes alojados en centros de acogida en diversas partes del Estado, y particularmente en el centro ubicado en el barrio de Hortaleza, de Madrid.

Esta criminalización ha consistido en mentir o exagerar con denuncias sin pruebas sobre el incremento de la delincuencia común en los barrios donde se sitúan estos centros de acogida, cuando no señalan a estos mismos chicos como responsables de robos y de todo tipo de delitos.

Durante meses han promovido concentraciones reaccionarias en el centro de acogida de Hortaleza para amedrentar a los internos alojados y a los propios trabajadores con insultos, consignas racistas, colocación de pancartas amenazantes, etc. En ocasiones, los propios dirigentes de Vox, como Ortega-Smith y Rocío Monasterio, han participado en las mismas. Esta última protagonizó otro show particular en un centro de acogida en Sevilla, donde fue echada por los vecinos. El momento más álgido de esta campaña criminal tuvo lugar en el debate de candidatos en TV, días antes de las elecciones del 10N, donde el máximo dirigente de Vox, Santiago Abascal, dio rienda suelta a sus mentiras y demagogias contra los menores inmigrantes alojados en el centro de Hortaleza, y que lamentablemente encontró un silencio vergonzoso en Sánchez e Iglesias. Posteriormente, el 17 de noviembre, los nazis de Hogar Social organizaron otra concentración a las puertas del centro de menores de Hortaleza con una pancarta que decía: “Fuera delincuentes de nuestros barrios”.

Todo esto es simple demagogia ultraderechista. A esta gente poco le importan los hechos reales, necesitan fabricar un espantapájaros que les otorgue una base social basada en los elementos más atrasados, manipulables y reaccionarios de la sociedad, fundamentalmente entre la pequeña burguesía, para construir un movimiento que les permita acceder a cargos públicos y parlamentarios para hocicar del presupuesto. Son una pantalla conveniente para la clase dominante a fin de ocultar la responsabilidad de ésta y de los ricos en la crisis social y los problemas que viven las familias trabajadoras, utilizando a los inmigrantes como chivos expiatorios. Por eso no les faltan patrocinadores ricos.

No somos ajenos a los problemas a que se enfrentan estos centros de acogida, sus trabajadores y los propios internos. El centro de Hortaleza, que depende de la Comunidad de Madrid gobernada por el “trifachito”, lleva años saturado. Tiene capacidad para 35 personas, pero actualmente hay alojados un centenar de menores ¡3 veces más!, y así permanecen meses o años, sin alternativas educativas, formativas o profesionales en un entorno sano y saludable. Las políticas de austeridad abonan así el terreno para que Vox campe a sus anchas con su demagogia racista.

Y, pese a todo, las familias obreras saben distinguir perfectamente la realidad de la propaganda falsa y criminal de Vox. Este domingo 8 de diciembre unos mil vecinos del barrio se concentraron en repulsa al atentado y contra el racismo de la extrema derecha, revelando que la impunidad de ésta encontrará una resistencia activa de nuestra clase.

Vox y el aparato del Estado

Tras el escándalo suscitado con este caso en Hortaleza, los dirigentes de Vox se han rasgado las vestiduras, declinando cualquier responsabilidad en los hechos cuando ellos han sido los principales propagandistas de la histeria y la criminalización contra los menores inmigrantes de éste y otros centros de acogida.

Llegados aquí, hay un punto que nos interesa enfatizar. Los medios de comunicación transmiten la idea de que los “discursos de odio” de Vox son los responsables de que haya grupos de exaltados que actúen por su cuenta, como en el caso de Hortaleza. Esta es una manera sibilina de poner una línea de demarcación entre Vox y los autores del lanzamiento de la granada. La realidad es que sólo en militantes, simpatizantes o votantes de Vox pueden encontrarse individuos que puedan haber actuado así. No es casual que Vox acumule su mayor porcentaje de votos en los barrios ricos y en las zonas residenciales y de comandancias de policías, guardias civiles y altos cargos del ejército, como revelan los datos de mesas electorales en las elecciones celebradas  este año. Dirigentes “sindicales” policiales del SUP y de Jusapol han hecho campaña pública por Vox en sus redes sociales. Por otro lado, esto se corresponde con lo que pasa en el resto de Europa, donde las conexiones de miembros del ejército y de la policía con la extrema derecha son algo público y notorio, más aún en un país como el nuestro donde todo el aparato del Estado proviene directamente, sin depurar, del mismo franquismo.

La extrema derecha también es la pantalla utilizada por un sector del aparato del Estado, cargos altos y medios del Ejército, de la policía, la Guardia Civil y la judicatura que, ante la inestabilidad social y la amenaza al “régimen” (ayer con las protestas del 15M, las “mareas” y el surgimiento de Podemos, hoy con el conflicto de Catalunya) se sienten impulsados a exigir un protagonismo mayor en la vida pública y a emanciparse de las cortapisas que encuentran en el rígido sistema parlamentario, lo que va de la mano con la exigencia de más impunidad, prebendas y privilegios materiales para ellos. Las protestas policiales de estos últimos años exigiendo incrementos salariales desorbitados, que fueron atendidos parcialmente por el gobierno, son una muestra elocuente de esto.

El hecho concreto es que la granada lanzada en Hortaleza es la utilizada por el ejército para entrenamientos militares. Y según el diario derechista El Mundo: “Este artefacto se suministra solo a Fuerzas Armadas”. Esto prueba que el autor o autores han tenido acceso a ella en los arsenales del ejército, lo que muestra la conexión de los autores con integrantes del ejército, si es que no han sido ellos mismos miembros del ejército, sean soldados o con algún rango de oficialidad. Esto se corresponde con la base social y militante de Vox, como explicamos en el párrafo anterior.

El movimiento obrero, los movimientos sociales, y la izquierda en general, deben tomar nota del peligro reaccionario que representa el aparato del Estado español. Hoy la ultraderecha, amparada por este aparato de Estado, amenaza, o pasa a la acción, contra los más vulnerables, inmigrantes sin derechos y colocados en la marginalidad social; mañana actuará de la misma manera contra la clase obrera organizada y el activismo de izquierdas, como ya lo anticipa la proliferación de ataques y pintadas, en cobarde nocturnidad, contra las fachadas de sedes de Podemos e IU, o en la destrucción de placas, pequeños monumentos y símbolos de la Memoria Histórica, como el de “Las 13 Rosas” en el cementerio de La Almudena, de Madrid.

La filiación franquista y con la dictadura de grandes sectores del aparato del Estado son claros, y especialmente en las fuerzas represivas: ahí tuvimos el manifiesto de cientos de oficiales del ejército en la reserva contra la exhumación de Franco, así como la expulsión del ejército del cabo Marco Antonio Santos por firmar un contramanifiesto antifranquista. También tuvimos la invitación de golpistas y torturadores policiales, como Antonio Tejero y Juan Antonio González Pacheco, alias “Billy el Niño”, a actos oficiales en comandancias de la Guardia Civil  y comisarías de policía, respectivamente. El último caso de esta filiación e impunidad, ha sido el ascenso conseguido por el supuesto miembro de la mafiosa “Policía Patriótica”, Gómez Gordo, integrante del “clan Villarejo” y señalado como el autor del falso “Informe Pisa” contra Pablo Iglesias y Podemos,  quien asumirá próximamente la jefatura de una comisaría policial en Madrid.

Este mismo aparato de Estado tiene un doble rasero en la persecución de comportamientos y delitos, según afecten a activistas de izquierdas y nacionalistas vascos y catalanes, o a conocidos fascistas y activistas de extrema derecha. Hace una semana, le fue encontrado a un conocido fascista y simpatizante de Vox, Rubén López Rebollo, un arsenal de armas de guerra, munición y explosivos en Miranda de Ebro. La Guardia Civil, cuando informó de su detención, no sólo ocultó la filiación política ultraderechista de este sujeto sino que declaró expresamente que “no se ha detectado en la investigación, que ha sido intensa, ningún vínculo con ninguna otra persona ni con organizaciones de ningún tipo, ni terrorista, ni extremista, ni delincuencia organizada”, según el teniente coronel Alfonso Martín, jefe de la Comandancia de Burgos. Y eso, pese a que en sus redes sociales López Rebollo se mostraba como un fanático ultraderechista seguidor del fundador de Falange José Antonio Primo de Rivera y de VOX, y donde pululaban todo tipo de consignas racistas, misóginas, homófobas e insultantes contra las organizaciones de izquierda.

Es por eso que no debemos otorgar la más mínima autoridad moral a este aparato de Estado; al contrario, debemos exponer el peligro que representa y mostrar los vínculos que lo atan a todo lo que hay de reaccionario en la sociedad española y a su pasado franquista en particular.

Cómo combatir a Vox y al racismo

El racismo de Vox tiene una base de clase, serviles con los inmigrantes adinerados (de donde proceden algunos dirigentes de Vox, parte de su financiación, y bastantes de sus militantes en Madrid, reclutados de entre “gusanos” cubanos y “escuálidos” venezolanos) se muestran en cambio implacables con los inmigrantes pobres y trabajadores, incluidos los que residen legalmente en el Estado español.

No es casual que Vox haya arraigado en las zonas hortofrutícolas de las costas andaluza y murciana –donde también florecen los sectores económicos parásitos del ocio y la construcción– en las que ha proliferado una burguesía pequeña y mediana que se lucra con la explotación salvaje de inmigrantes, a quienes necesitan criminalizar para impedir su sindicación y la reclamación de sus derechos, y para conjurar cualquier acercamiento y simpatía de la población local hacia ellos para aislarlos y oprimirlos mejor.

En general, estos pequeños y medianos empresarios, codiciosos y reaccionarios, que compiten en situación de desventaja con las grandes empresas, son los principales reclutadores de mano de obra inmigrante, más barata y desvalida, y les viene de perlas para dividir a la clase obrera entre “nacionales” y extranjeros. Desde el punto de vista de los intereses de la clase trabajadora española, es vital que los trabajadores inmigrantes consigan todos sus derechos políticos y de ciudadanía, porque así no podrán ser utilizados por los empresarios para dividir con condiciones diferentes a los “nacionales” y extranjeros” para abaratar el salario y las condiciones laborales de los primeros. Se abortaría así la competencia entre asalariados. Además, la negación de los derechos políticos y de ciudadanía a estos inmigrantes, que suponen entre el 20% y el 50% de la población en estas zonas, en lo que no es más que un sistema disfrazado de “apartheid”, es lo que explica la hegemonía artificial de Vox y la derecha en estas zonas a nivel electoral, hegemonía que sería barrida si se permitiera al conjunto de la clase obrera votar, y no sólo a una parte de la misma.

Es por ello que la única manera de combatir efectivamente a Vox es con un discurso y una denuncia de clase. Los dirigentes de la izquierda deben mostrar los hilos que vinculan a estos personajes con la clase dominante, deben popularizar el programa antiobrero de Vox a favor de bajar impuestos a los ricos, a favor de precarizar la mano de obra, a favor de privatizar las pensiones, la educación y la sanidad públicas. Hay que explicar que todos los dirigentes de Vox son empresarios o tienen negocios que se lucran con la explotación de la clase obrera. Hay que denunciar también la simpatía de sectores de la jerarquía eclesiástica con Vox, porque Vox también es partidario de los privilegios insultantes de la Iglesia, para que los obispos vivan como verdaderos burgueses.

Vox y la jerarquía de la Iglesia sirven al régimen y al aparato del Estado en el mismo cometido: necesitan embotar y estupidizar la conciencia de las familias obreras con los vapores tóxicos del fanatismo religioso y del nacionalismo español. Va en su interés estimular una subcultura de baja estofa que desarrolle la brutalidad e irracionalidad del individuo, más manipulable por la ultraderecha para sus fines. En suma, la izquierda debe mostrar a Vox como lo que realmente es: un perro de presa del gran capital que ayuda a esconder la explotación capitalista y a dirigir la frustración de las capas más explotadas y atrasadas hacia el odio al inmigrante y al independentista catalán, que sólo reclama un derecho democrático: poder votar.

En nuestra opinión, el enfoque que los dirigentes de Unidas Podemos hacen en su crítica a Vox nos parece un cuchillo sin filo. Las quejas lastimeras desconectadas de un carácter de clase, enfocadas desde el punto de vista del individuo abstracto, contra el racismo, el machismo y la misoginia, etc. no conmueven a las masas y mucho menos alcanzan a las capas atrasadas que pueden mirar a Vox con alguna condescendencia. Esos discursos moralistas y lacrimógenos no hacen daño a Vox, porque el machismo y el racismo intuitivo, irracional y espontáneo están ya presentes en la sociedad en algún grado, incluso en sectores de la clase obrera. Y desde luego, no ayuda nada que importantes dirigentes de Unidas Podemos y Vox se muestren públicamente compartiendo risotadas y simpáticas ocurrencias, borrando de un plumazo la insalvable distancia de clase, de moral y de condición humana que nos debe separar de estos últimos.

La mejor manera de cortar la propaganda venenosa de Vox es con una agitación y un programa de medidas que afecten y alcancen a toda la clase obrera en conjunto, con algo que no pueda separar al nativo del inmigrante, ni al trabajador de la trabajadora, algo que les haga ver que tienen en común a su enemigo principal: los empresarios y explotadores de todo tipo. Sólo así podrá desvelarse ante millones la hipocresía y la falsedad del discurso de Vox, para mostrarlos tal cual son y aislarlos socialmente hasta reducirlos a la completa impotencia.

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